Por Mouris Salloum George
El presupuesto de “defensa” estadounidense continúa su reprobable trayectoria alcista. Cerca de 850 mil millones de dólares es la propuesta del gobierno al Congreso para el año fiscal 2025, que inicia el próximo octubre. De ese total, plantea destinar al menos 310 mil millones a su arsenal bélico. Esto incluye fabricación e innovación de artefactos letales de impacto masivo.
La política armamentista de la superpotencia hegemónica tiene en la mira conflictos sin resolver en Ucrania y Medio Oriente; así como potenciales estallidos en otros confines. Es de sobra conocido que mantiene una tensa rivalidad con China y Rusia, que le disputan la hegemonía global.
En seguimiento al tema que hemos abordado en este espacio y en el contexto de la coyuntura de guerra insensata que tiene lugar en estos momentos en Ucrania y en Medio Oriente, es pertinente señalar que hoy como en otros momentos la inestabilidad global está siendo empujada y sostenida por el coloso de América.
En su paranoia belicista los gobernantes estadounidenses están siendo miopes y reacios a escuchar los llamados a la moderación del gasto militar propalados por individuos y grupos civiles pacifistas, dentro y fuera del país.
No desconocemos que detrás de tal impulso insaciable de estallar conflictos fuera de sus fronteras, los mandatarios estadounidenses también responden a las inercias de las poderosas fabricantes de artefactos bélicos. No sobre reiterar que Estados Unidos ha sido recurrente en su impulso mortífero como recurso para mejorar sus indicadores macro económicos.
Como justificación de su inmoral política armamentista y frente a las legítimas críticas, valga recordar que la potencia hemisférica argumenta que solo protege sus intereses y su seguridad nacional. Estados Unidos y sus socios de la OTAN asustan con el cuento de que Rusia tiene afanes expansionistas y con el viejo recurso de que están bajo asedio de los terroristas. Omiten señalar que detrás de su inclinación belicista está su impulso voraz por la hegemonía global y la apropiación de los recursos naturales globales.
El problema es que, en su tendencia belicista, los gobernantes estadounidenses arrastran a las demás naciones a pertrecharse con todo a su alcance, de origen propio o importado. Así todos alimentan el floreciente, pero inmoral mercado de los artefactos destructores. Con las “aportaciones” de todos se ha formado una gran bola de nieve que ya se desplaza incontenible.
En los años de mayor convulsión bélica, al final de la cruenta Segunda Guerra Mundial, en 1945, los gobernantes acordaron la creación de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) para la solución de controversias. El mundo de entonces creyó legítimamente que los animaba, sin duda, una intención de lograr desarrollo en la concordia. Pronto se vio que la naciente organización quedó rebasada. Ya entonces, uno de aquellos famosos protagonistas, Winston Churchill, reconocía: “El problema de nuestra época consiste en que los hombres no quieren ser útiles, sino importantes”, según la frase que le atribuyen cronistas de la época.
El caso es que hoy de nuevo el mundo se encuentra en medio de la incertidumbre y el temor de más estallidos bélicos. Nada parece tener la fuerza para contener a los señores de la guerra. Ni las lágrimas ni las estadísticas fúnebres, ni las hambrunas que ocasionan.