lunes, mayo 13, 2024

Una tragedia que pudo ser evitada

Víctor Manuel Juárez

Dolor, consternación, indignación y condena total han suscitado los hechos acaecidos el domingo pasado en el estadio de la Corregidora, en Querétaro. Aún con las dantescas escenas en la memoria, de bestias golpeando en el suelo a hombres inertes en charcos de sangre hasta provocarles lesiones que han puesto en peligro su vida, es claro que la tragedia se pudo haber evitado.
Las señales son muchas. La más evidente es que en el estadio falló y fallaron todos. ¿Cómo es posible que para un juego –que se sabía era de alto riesgo y peligro—sólo se hayan destinado 600 elementos de seguridad entre privados, municipales y estatales, para tratar de proteger a 25 mil aficionados, entre los que se sabía estarían presentes los integrantes de las barras de ambos equipos y que existían rencillas añejas?
Quedó evidente que en la Corregidora y al interior de la directiva del equipo de los Gallos de Querétaro hay una total ausencia de estrategias de contención y manejo de crisis, la ausencia de protocolos para proteger a la población y evacuarlos en casos de desastre. Quedó claro la incomunicación entre directivos del equipo y los gobiernos locales y municipales para informar y alertar de una situación caótica y explosiva. Los hechos evidenciaron la incapacidad, omisión y hasta complicidad de las autoridades.
En videos y fotografías se observa la inacción de los cuerpos de seguridad y hasta la complicidad de algunos policías que abrieron rejas y dieron paso a las confrontaciones físicas y hasta criminales. Se observa a policías que lejos de contener a los violentos, le atizan con toletes a los visitantes, u otros evadiendo sus obligaciones al hablar por celular, mientras las hordas pasan a sus espaldas. La falla es mayúscula en los cuerpos de seguridad y no basta con que suspenden a algunos.
La tragedia se pudo evitar inhibiendo la presencia de ambas barras o bien incrementando sustantivamente el número de elementos policiacos. Con tan sólo 300 elementos privados que sólo sirven para acomodar a la gente en sus butacas, 150 estatales y municipales a las afueras del estadio viendo los toros desde la barrera y sin intervenir en los largos minutos de violencia. Inexplicable resultaría ver correr a los integrantes de la barra local de un lado a otro del estadio sin freno alguno, pero resulta que fueron apoyados al abrirles las rejas y llegar no sólo al otro extremo sino a la cancha misma.
La violencia de las barras es de todos conocidas. Es un problema que nos hizo favor de traer a México un ex directivo del club Pachuca, de apellido Fasi (o algo así). Copiadas las formas y las maneras de los grupos de “animación” del Boca junior o el River Plate argentinos , se le ocurrió introducirlas a México, algunas apoyadas, patrocinadas por los mimos clubes que les dispensa una serie de beneficios. El objetivo tener grupos de control al interior de los estadios y a los alrededores.
Pero la idea se ha convertido en un gran problema. Introducida la idea desdelos principios de los 90s éste ha ido creciendo con un enorme desperdicio de recursos en su contención y con pocos o nulos resultados.
Retomando el análisis del sociólogo de la FCPyS de la UNAM, Sergio Varela Hernández, especializado en sociología del deporte, las barras se han consolidado como espacios atrayentes de socialización masculina debido a que otras instancias, como la escuela o los espacios laborales han sido degradados política
y económicamente y no tienen atracción para los jóvenes.
Las barras, considera el sociólogo, otorgan cierta movilidad y reconocimientos sociales. Es pertenecer a un grupo y posibilita que un individuo “aguante” ejerciendo la violencia contra sí mismo y contra otros, y pueda recibir rápidamente el reconocimiento de sus pares. Es decir, ironiza Varela: “Bebo, riño y luego existo”. Y así demostrar que son muy hombres.
El asunto de las barras y su presencia en los estadios debe ser analizada muy a fondo, pues de los grupos de animación pasamos a las porras, luego a los porros, y ahora los barristas, que más allá de las porras, los cánticos, los brincos y bailes, muchas son generadoras de violencia. Urgen también crear y generalizar los protocolos para su atención y contención, los acuerdos a fondo entre los clubes y las autoridades locales. No bastan las aspirinas dadas a conocer por Mike Arreola, se requieren de acciones bien pensadas y mejor implementadas.
Y con todo respeto, lo acontecido no es productos de gobiernos anteriores. Es un problema de hoy que urge resolver. Tal vez requiera de ser legislado, pues la actual Ley de Cultura y Deporte es letra muerta. Hoy el único morenista que repara y se preocupa de la violencia generalizada en el país es el senador Ricardo Monreal que ve crecer la espiral y urge a un replanteamiento de la estrategia, de una estrategia inexistente.

 

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