-Primera de tres partes-
Reza el refrán que: Sorpresas te da la vida. pero, para Pedro Sol La Lande, un destacado caricaturista y orgullosamente mexicano, el destino se encargó de situarlo entre el glamour del “¡Oh!, la, la – C`est la Vie” y la injundia del “Ajúua – ¡Viva México!!” De esta manera, su infancia y adolescencia se convirtieron en un conflicto existencial, sin saber por qué lado decidirse. Lo más curioso del caso, sus abuelos tanto paternos como maternos, eran de procedencia francesa. Mientras que sus padres, mexicanos por nacimiento y de hueso colorado. Educado con la cultura y costumbres parisinas. Gracias a una memoria privilegiada, a los cinco años de edad, se sabía al derecho y al revés, toda la historia de Francia y Napoleón. Además, identificaba a la perfección la geografía y países que integraban Europa. Para ese niño tan “vivaracho”, Maximiliano era el bueno de la guerra entre México y Francia, mientras que Benito Juárez, era el malo de la historia. ¡Ese era su mundo!!
En el verano de 1973, la vida que se respiraba en la Ciudad de México era de absoluta tranquilidad. Resultaba un verdadero remanso poder caminar por sus hermosas calles y avenidas, dentro de un ambiente de total armonía. En el interior de una vieja, pero hermosa casona de aquella pacífica colonia Polanco, que tenía como tarea, albergar a la Escuela de Periodismo, ubicada en la calle de Goldsmith. Fue ahí, en donde tuve la suerte de conocer a mi compañero de salón Pedro Sol.
A sus 17 años de edad, Pedro, llamaba la atención porque, entre clase y clase, se la pasaba haciendo infinidad de dibujos y caricaturas, no obstante que don Alejandro Avilés, el director de la Carlos Septién, lo animaba a dar rienda suelta a su talentosa creatividad, pero contrariamente, el maestro Manuel Pérez Mirando, no había clase en que no lo reprendiera, so pretexto que no ponía atención a la materia que nos impartía.
Tuvieron que pasar 49 largos años, para que el destino nos permitiera poder reunirnos de nueva cuenta. Sin embargo, no disminuyó el ánimo para que, por más de cuatro años, le estuviera insistiendo que me concediera una entrevista exclusiva, y así, poder conocer más acerca de este extraordinario caricaturista, pero también, el lado desconocido de una gran persona y de ese valioso amigo.
Una y otra vez, recibía como respuesta a mi solicitud que, él, no era nadie importante, ni tenía nada interesante que contar a los lectores de ÍNDICE POLÍTICO. Así es que, confiando en aquello que dice que: “el que persevera alcanza”, no dejé de estar dale y dale, hasta lograr convencerlo que nos reuniéramos a tomar un café y recordar aquellas hermosas anécdotas que vivimos como compañeros de salón en la Escuela de Periodismo Carlos Septién.
-“Edmundo, vivo hasta Ciudad Satélite, rumbo a Querétaro, y tú, vives en Texcoco ¿Te parece bien, si te invito para que vengas a mi casa, en donde tengo mi taller y estudio? Sirve que lo conoces y estamos mucho más tranquilos que reunirnos en una cafetería o restaurante” Al escuchar aquella invitación de mi compañero de escuela y amigo entrañable, definitivamente, no le podía decir que no, capaz se arrepintiera y me diera más largas.
Decía John Lennon que vivimos en un mundo en el que nos escondemos para hacer el amor o para visitar a los amigos, mientras que la violencia se practica a plena luz del día. Paradójicamente, vivimos en un mundo donde vibra más fuerte un celular, que los latidos del corazón cuando los amigos se reencuentran.
Llegar hasta su “guarida”, como Pedro Sol define a su hogar, es sumergirse en un mundo de caricaturas, ilustraciones, libros, cuadros. Una modesta casa de dos plantas. En la parte de abajo, una pequeña sala, equipada con hermosos muebles coloniales, elaborados con las manos mágicas de los artesanos de Michoacán. Con la misma emoción que un niño muestra sus juguetes a sus amigos. Señalando con el dedo índice de su mano derecha, haciendo uso de un desbordado orgullo exclama: “Estos muebles eran de mis abuelos, me gustaban tanto que no quise deshacerme de ellos, solamente les dimos una “manita de gato”, están hechos con madera de “parota”, allá en Cuanajo, cerca de Pátzcuaro, tu hermosa tierra natal”.
Al dirigirnos a la planta alta, en donde se encuentra su refugio intelectual y crisol de su creatividad, somos escoltados por su mascota, un hermoso perrito color blanco, “Brie”, de raza maltés y con dos años de edad, que no quería separarse ni un solo instante de su protector. Antes de iniciar la entrevista, salta y se acomoda en uno de los asientos de las tres sillas que rodean la mesa circular en donde trabaja, día y noche, este notable caricaturista mexicano.
En esta primera parte de la entrevista exclusiva que concedió a INDICE POLÍTICO, Pedro Sol La Lande, me comparte, entre otras cosas, que estando en la primaria “Le Petite Cuor”, en la colonia del Valle, le tocó saludar de mano al entonces presidente de Francia, Charles de Gaulle, durante la única visita oficial de Estado que realizó a México y que aprovechó para visitar su escuela.
Asimismo, con lágrimas en los ojos, justificando que se ha convertido en un “chillón” de primera, nos relata que, por cosas de la vida, a los 13 años de edad, estando en primero de prepa, le tocó convertirse como testigo presencial en la construcción del Polyfórum Cultural Siqueiros, con lo cual, pudo establecer una muy cercana y respetuosa amistad con el Maestro David Alfaro Siquieros. Con enorme júbilo, expresa que conserva un cuaderno lleno de dibujos que el maestro Siqueiros estampaba y firmaba cada vez que se encontraban en las inmediaciones del entonces llamado Hotel México -hoy World Trade México-, dibujos que le hacía en premio a los acertijos que tenía que resolver, dibujos que constituían… ¡puros huevos cuadrados!!
A manera de bienvenida y en un acto de franca cortesía, me hace entrega de dos libros: “Este, es un ejemplar que se editó con motivo del XX Aniversario del periódico El Financiero, una selección de caricaturas con muy diversos personajes como Cantinflas entre otros muchos más. Este otro, es una cosa muy interesante que se editó en el Instituto Cervantes de Nueva York, en donde tuve el honor de representar a los caricaturistas mexicanos “Humoristas por los Objetivos del Milenio”
-Mi estimado Pedro, es un verdadero gusto volver a reunirnos, después de 49 largos años, cuando fuimos compañeros en la Escuela de Periodismo Carlos Septién García. Mi primera pregunta es: ¿Cómo te va en la vida?
-Mi querido Edmundo, yo también me siento muy emocionado volver a verte después de tanto tiempo. Bienvenido a esta, que es también tu casa. ¿Cómo me va en la vida? Uff, es una muy buena pregunta. Fíjate que no me puedo quejar porque, aunque tú y yo, casi tenemos la misma edad.
-Bueno, entonces dime ¿Quién es Pedro Sol?
-Pedro Sol, es un humorista gráfico que, en sus inicios, la hizo de fotógrafo y también de reportero.
-¿Caminante no hay camino, camino se hace al andar?
-Durante cuatro décadas, me tocó ver pasar a muy distintos presidentes de la República, y al mismo tiempo, pensando cómo podía acomodar mi trabajo dentro de un sistema político, que había logrado establecer el PRI durante tantos años…
-¿…Y ahora?
-No, pues ahora, es un cambio de partidos políticos que hacen que tu relación de trabajo cambie por completo…
-¿Al pueblo que fueres, haz lo que vieres?
-Quienes estamos metidos en este ajo, sabemos muy bien que, a veces, dependemos de muchas ideologías y por lo mismo, el caricaturista debe mantenerse totalmente neutral.
-¿Qué sucede si se “alinea”?
-Si tomas partido, te conviertes en vocero de ese órgano político. ¡Que güeva!!, eso me aburriría muchísimo.
-¿Los caricaturistas son rejegos por naturaleza propia?
-Los caricaturistas nos distinguimos por llevar siempre la contra, tal y como me sucedía desde niño con los compañeros, y hasta con los maestros, eso, me costaba muchas reprobadas y castigos severos.
-¿Cómo te castigaban por tus caricaturas?
-Muy aparte de que me llevaban a la dirección del plantel, como si fuera a una audiencia con un fiscal, no me dejaban salir al recreo, además, en las manos, me pegaban con una regla de metal.
-¿Qué recuerdos guardas de esa niñez?
-Fue algo muy divertido. Mi padre fue originario de Veracruz, y con lo que respecta a mi mamá, era del entonces Distrito Federal, ambos, hijos de franceses. La Primera Guerra Mundial los obligó a buscar refugio en México y aquí se instalaron.
-¿A qué se dedicaban tus papás?
-Por el lado de mi madre, trabajaban dentro de la famosa fábrica de famosos sombreros Tardán. ¿Te acuerdas de su slogan? -Engolando la voz exclama-: “Sombreros Tardán, los usan desde Tijuana hasta Yucatán” Cuando llega mi abuelo a México, se convirtió en administrador de esta fábrica. Fue una época de jauja porque casi todo mundo usaba sombreros.
-¿Y Tus abuelos por el lado de tu papá?
-Mi abuelo paterno, Pedro, arribó a Veracruz cuando había sido invadido por los norteamericanos, en plena etapa de Venustiano Carranza. Llegó a la casa de un padrino de él, quien se había ubicado anticipadamente, también en Veracruz. Lo más curioso de todo, es que sin saber nada de español, consiguió trabajo como el encargado de recibir los boletos en el único cine que había en Veracruz, luego, estuvo como agente de seguros, actividad a la que se dedicó el resto de su vida.
-¿Tu papá traía alguna preparación sobre seguros?
-No, fíjate que no. Según supe, mi papá había hecho algunos estudios sobre ingeniería y al morir mi abuelo, se quedó con la responsabilidad que realizaba su papá, vendiendo seguros. Cosa que, yo, nunca llevé a cabo ni me llamaba la atención. Tampoco mis dos hermanas mayores.
-¿Aún viven tus hermanas?
-La mayor, ya falleció, la otra, vive en Querétaro. Soy el único que vive en la Ciudad de México.
-¿Qué sentías ser el único varón de la familia?
-Algo extraño, pero muy querido y protegido por mis hermanas.
-¿Un estudiante del montón?
-Digamos que fui un alumno regular, en el sentido que, mi niñez, la viví dentro de una burbuja, es decir, en una pequeña escuelita primaria privada “Le Petit Cuor”, que estaba ubicada en la calle de Coyoacán número siete, casi esquina Chilpancingo. Con una población escolar sumamente reducida, solamente diez niños por salón y solamente era hasta el quinto grado. Luego, eran cuatro años de secundaria, de acuerdo al sistema educativo francés. Por ese motivo, mis papás estaban casi seguros que de manera automática, iba a tener el pase al Instituto Liceo Franco/Mexicano.
-¿Te sentías extraño con tus amigos y vecinos de calle?
-Totalmente, porque todos, sin excepción, estaban en escuelas públicas.
-¿Algo así como el patito feo, pero güerito?
-Indiscutiblemente. Mira, ahora, estoy totalmente calvo.
-¿Y luego?
-Acabé por inscribirme en el Colegio Simón Bolívar y ahí me quedé. Luego, la prepa la hice en la Universidad La Salle.
-¿Cuál fue el año más “coco” en la primaria?
-Ninguno, me divertía muchísimo. Me consideraba un buen alumno, hasta que empecé con el sistema del Simón Bolívar en donde había puros chavos, y estaba acostumbrado a convivir con niños y niñas. Además, en mi salón, éramos como cuarenta o cincuenta chavos, era demasiado y me la pasaba contando chistes y echando desmadre.
-¿Las tareas también te las hacían?
-Para nada, tenía que hacerlas yo solo. Por cierto, la firma de las boletas de calificaciones, eran las que me delataban. Los lunes tenía que entregar la boleta de calificaciones firmada por mis papás. Me hacía “pato”, pero cuando veía que empezaba a reprobar materias, ahí, fue cuando me apretaron el cinturón.
-¿Reprobaste alguna materia en secundaria?
-Hasta eso que no, pasaba de “panzazo”. En donde sí, me sentía agobiado, era con las actividades extra escolares, ya fuera como integrante del Coro Escolar o la Estudiantina. Me incluían a otras cosas más dinámicas, eso, te daba posibilidades para pasar de “panzazo”, aunque reprobaras en los salones. Me encantaba realizar actividades escolares de mucha comunicación interna.
-¿Un periodista en pañales?
-Ja, ja, ja. Se puede decir que sí. En la secundaria, era el encargado de diseñar el periódico mural.
-Siendo aún casi un niño, ¿Cuál era tu juguete favorito?
-¡En la madre!… Uff, ¿Cuál era mi juguete favorito? Me gustaba mucho el futbol, porque enfrente de mi escuela, estaba el Colegio Fray Juan de Zumárraga, ahí nos echábamos unas “cascaritas” entre los cuates.
-¿Qué posición te gustaba ocupar en tu equipo de futbol?
-Era portero… ¡pero malísimo!! Al primer balonazo que recibí en la cara, los mandé al carajo, la verdad, es que me dolió mucho y recuerdo que estaba lleno de sangre de la nariz.
-¿Pero sí te gustaba practicar ejercicio?
-No, la verdad, nunca he sido adicto al deporte. Tanto mi hijo como esposa, vaya que sí lo practican.
-Siendo un estudiante y niño “fifí” ¿Cómo compaginabas una nacionalidad impuesta -la francesa- con la que donde naciste -mexicana?
-Para mí, Maximiliano era el bueno, y Juárez, el malo. Me sabía al derecho y al revés, toda la historia de Francia y de Napoleón. ¡Ese era mi mundo!! Identificaba perfectamente la geografía de Europa.
-¿Tú crees que la cigüeña se haya equivocado contigo, le dio güeva y te dejó aquí en México?
-¡Exactamente!! Ese era mi pensamiento de niño y adolescente. Estando en la primaria y secundaria, aprendí que los nombres de Miguel Hidalgo, Juárez, Morelos, Francisco Villa o Madero, no solamente eran calles, sino auténticos personajes que existieron.
-¿Cuáles eran los castigos que recibías a la francesa?
-Ni qué a la francesa, ni qué ocho cuartos. Ahí, sí que me tupian a la mexicana, es decir, a chanclazo limpio. Desesperaba mucho a mi papá.
-¿Y tu mamá cómo te castigaba?
-Solamente me reprendía con palabras, pero a veces, me dolían más que un pinche chanclazo. Déjame contarte que arribé a este mundo, después de un periodo de siete años, cuando, a mi mamá, le habían dicho que ya no podría tener más hijos, antes de que yo naciera, se vio muy mal por un embarazo de alto riesgo y hasta mi hermanito falleció.
-Bueno, a la tercera iba la vencida…
-Pues no, según esto, yo era un “dolor de riñón agudo”, desarrollándome dentro de un ambiente de personas mucho mayores que yo. Aunque tenía unas primas que estuvieron viviendo en la casa de mis papás, también, tenían 15 y 17 años, respectivamente.
-¿Bendito entre las mujeres?
-Ja, ja, ja. ¿Bendito entre las mujeres? … ¡Ni madres!! Eran cinco mujeres en mi casa contra mí.
-No digas que no eras el consentido de la casa…
-La verdad, es que sí. Lo bueno, es que no caí en excesos… Soy machín de tiempo completo… Ja, ja, ja.
-¿Un cabroncito, hecho y derecho?
-¡A güevo!! Ja, ja, ja. Como que no me sentía muy cómodo entre puras mujeres, no me quedaba otra que irme a refugiar con mis vecinos y amigos. Creo que fui un chamaco muy agraciado. No obstante que mi papá se refugiaba en la lectura, contaba con una biblioteca estupenda, leer, era su vicio y afición.
-¿A lo mor macho, eras una calamidad?
-Aparte de ser muy travieso. Me acuerdo que alguna vez, en la calle, se estaban haciendo obras públicas y habían abierto muchas zanjas, junto con otro amigo, nos dedicábamos a golpear los tubos que dejaban al descubierto hasta que reventaban y provocamos que durante una semana, toda mi colonia se quedara sin agua hasta que cambiaran de nuevo toda la tubería. En ese entonces, no existían las cámaras en las calles, pertenecientes al C4 y C5.
-¿Te descubrieron?
-No, porque nosotros mismos, nos dimos a la tarea de andar preguntando, casa por casa, si habían visto quién había provocado eso. Ja, ja, ja. Era un demonio. Pero nunca me dedique a matar pájaros. Soy enemigo de las armas, escopetas y pistolas, no obstante, mis padres venían con la herencia familiar por la cacería y la pesca deportivas. Recuerdo que íbamos hasta Veracruz para recoger las armas y cosas que les traían de Francia. Todo les traían de Francia, autos, muebles, perros, aprovechando que mi abuelo era gerente de una agencia marítima con sede en Veracruz. Es por eso, que tenía una enorme influencia de la vida francesa.
-¿Cuántas veces te llevaron en Barco a Francia?
-¡Ninguna!! Conocí Francia hasta los 30 años, cuando ya trabajaba en los medios como caricaturista.
-¿Sigues teniendo familia en Francia?
-Solamente primos muy lejanos, pero al final de cuenta, familiares. Ahora, ellos son los que vienen con mucha frecuencia a México.
-A propósito que ya se acerca la época navideña, ¿eras afortunado con regalos de fin de año?
-No, en mi casa no se acostumbraba Santa Claus, eran los Reyes Magos que nos traían regalos, por cierto, pura ropa y cosas para la escuela, nada de juguetes.
-¿Qué programas de televisión veías?
-En mi casa, no teníamos tele. No éramos tan afortunados de tener ese lujo. En aquel tiempo, quien tenía una televisión blanco y negro en casa, eran considerados como ricos, y no se diga en 1968, cuando llega la televisión a colores a México.
-¿Cómo le hacías para ver las caricaturas?
-Me acuerdo que en 1964, cuando Charles de Gaulle vino a México, mi papá fue y rentó una enorme televisión marca Admiral. Por cierto, estando en el Instituto Franco/Méxicano, me tocó en la valla de bienvenida a Charles de Gaulle, éramos como 500 niños y me tocó saludarlo de mano cuando pasó frente a nosotros.
-¿Qué sentiste en ese momento?
-Mucha emoción. Me acuerdo que cuando me saludó, mi mano se perdió entre las enormes manotas que tenía. En mi escuela había una enorme fotografía de Charles de Gaulle en blanco y negro. Cuando lo tuve frente a mí, de la emoción, hasta me dieron ganas de hacer “pipí”, no aguanté las ganas, me fui corriendo al baño, pero no alcancé a llegar, solamente hasta la escalera de la escuelita, ahí fue donde me hice. Lo bueno es que nadie me vio.
-¿Has tenido la oportunidad de regresar al lugar de tu escuelita?
-Sí, con un nudo en la garganta y lágrimas en los ojos, porque me he vuelto muy “chillón”. Estar nuevamente en mi “escuelita”, fue una catarsis extraordinaria. Aun estaban los pupitres en donde tomábamos clases los 30 niños. -Como si se tratara de verificar lo que me acaba de expresar, el destacado caricaturista mexicano Pedro Sol La lande, no puede ocultar la nostalgia y sentimientos, sus ojos se llenan de lágrimas. Un nudo en la garganta le impide continuar con el relato. Toma un poco de agua en una botellita de plástico que se encontraba en medio de un mundo de hojas, dibujos, libros, pinceles, plumas, plumones. Después de unos minutos, prosigue… “Disculpa, no sé si eres un sicólogo, pero ya me hiciste llorar” ¡Te pasas!!
-¿Recordar es vivir?
-¡Imagínate!!, cursé tercero, cuarto y quinto año de primaria, en el miso salón y los mismos compañeritos. A pesar de ese hacinamiento infantil, tuve una formación muy disciplinada, aunque la directora, en su trato, era terriblemente ruda y hasta agresiva con los alumnos que se portaban mal. Por cierto, la casa contaba con un sótano en donde encerraban a los niños “problema”, se le conocía como “el calabozo”
-¿Cuántos reglazos te propinó en las manos?
-A mí, ninguno, pero a los otros niños, sí los hacía llorar.
-¿Era una norma eso de que: “la letra con sangre entra?”
-En efecto.
-¿Un alivio llegar a la secundaria?
-Sí, en el Simón Bolívar, era otro pedo. Estando en la secundaria, jamás pude dar una buena calificación con Física, Matemáticas, Química, Etimología. Pero que tal en Historia y Biología, hasta me exentaban en los exámenes. Por las tardes, asistía al taller de encuadernación. ¡Woow!!, era fantástico fabricar mis propios cuadernos e imprimirle a mi papá sus recibos fiscales. Por cierto, todavía conservo esos primeros trabajos.
-Siendo un puberto güerito y de ojos azules, ¿te convertiste en un “perro” con las niñas?
-No, fíjate que no. Y te digo que no, porque yo estaba muy gordito, aparte de que en esa etapa de mi vida, a los 16 años, decidí ser socorrista juvenil de la Cruz Roja, en el edificio sede de la benemérita institución en Ejército Nacional.
-¿Cambiaste las pachangas con los amigos, por ayudar a los demás en la Cuz Roja?
-En la Cruz Roja, estaba de guardia sábados y domingos. Antes de participar en cualquier llamado de auxilio, tuve que tomar, durante 4 meses, cursos intensivos de primeros auxilios. No podía treparme a una ambulancia así porque sí.
-¿De alguna manera, eso lo hacías ante la enorme falta que te hizo tener un hermano varón?
-Ay Edmundo, ¿No te digo?, eres un sicólogo encubierto. Como no tuve la suerte de contar con hermanos, de cierta manera, me refugiaba con primos más chicos que yo, pero a veces, me aburrían porque estaban muy “ñoños”, así es que me no me quedaba otra que convivir con personas adultas, y eso, te cambia enormemente la vida.
-¿Cuándo ibas de visita con los abuelos, te permitían participar en sus pláticas?
-¡Para nada!!, de inmediato, me mandaban al jardín a jugar con los perros. Una y otra vez, me repetían hasta el cansancio que eran pláticas de adultos.
-¿Te colmaban de “mimos”?
-Pues sí, pero siempre, acababan por llevarme a la tienda para comprarme dulces, como queriéndome compensar con eso y los dejara platicar a solas. No había tele ni nada con lo que me pudiera entretener.
-¿Los cuentos de aquellos tiempos, tales como Kalimán, Supermán, La Pequeña Lulú?
-Todos esos, me los devoraba sin que pudieran saciar mi deseo de más y más. Los de Archi, Los Supermachos. Me ponían a leer prestigiadas revistas como Selecciones. Siempre.
-Bueno, de alguna manera, eso te fue alimentando tu gusto por el periodismo…
-¡Exacto!! Me fomentaron enormemente la pasión por la lectura.
-¿Un remanso?
-Algo así, pero, sobre todo, comencé a realizar actividades que me gustaban como el periódico mural. Con una camarita fotográfica de fuelle, marca “réflex”, de esas viejitas, que mi papá me había regalado, sacaba fotos de todos los eventos que había en la escuela. Esas fotos quedaron registradas en las memorias del Franco/mexicano, y como un tío tenía un cuarto oscuro, me enseñó a revelar los rollos.
-¿Ya traías el “gusanito” del periodismo?
-Sin lugar a dudas. Me encantaba diseñar y formar mi periódico mural de la secundaria. Luego, el director de la escuela, me consiguió un permiso y me subieron a un camión de bomberos durante una emergencia, ahí me tienes sacando fotos.
-¿Cuándo empezaste hacer tus dibujos?
-Ahí mismo, desde los cinco años de edad, empecé dibujando coches, edificios, el Palacio de Bellas Artes, Palacio Nacional y muchísimas cosas. Déjame decirte que tengo poco más de dos mil cuadernos, de toda mi etapa de estudiante, llenos de dibujos.
-¿Traías los genes muy bien definidos?
-Oye Edmundo, neta, ¿eres brujo? Mi abuela, era una muy buena pintora, creo que le heredé ese talento por el dibujo.
-¿Pero la sangre por el periodismo, a quién se lo heredaste?
-Que buena pregunta. La sangre por el periodismo, en sí, a mi abuelo, el papá de mi mamá. Pero esto se dio hasta que murió, a los 88 años de edad, cuando pude abrir todos sus cajones y descubrí que, durante muchos años, había participado en el periódico El Fígaro Literario, por cierto, escribía bajo un seudónimo.
-Ni tu abuela o tus tíos sabían que tu abuelo era periodista?
-No, fue un secreto que se llevó hasta la tumba, hasta que pude investigar y revisar todos los cajones de su escritorio. Quizás, esa es la vena por el periodismo que le pude heredar.
-Bueno, el que es perico, donde quiera es verde…
-Ja, ja, ja, me encantan tus dichos que sabes acomodar a la perfección. Tienes mucha razón, fui yo, quien decidió que la caricatura representaba una forma de vida.
-Cuando éramos compañeros de salón en la Escuela de Periodismo Carlos Septién, ahí, también guardabas celosamente ese “don” por las caricaturas…
-Es que lo estaba reservando para armar exposiciones más en forma.
-¿Cuándo empezaste a “vivir” de las caricaturas?
-Definitivamente, en la prepa, ya le daba rienda a la creatividad.
-Pero, ¿cuál fue esa primera caricatura que te impactó y supiste que, esa, era tu futuro?
-Vaya, que pregunta tan complicada me haces. Uff, fueron muchísimas las que hice. Los viernes, era el día en que me dedicaba, en cuerpo y alma, a la elaboración del periódico mural. Me levantaba a las cuatro de la mañana, tratando de ver cuáles eran las noticias más importantes de los periódicos. Luego, encendía la tele que mi papá había alquilado y me ponía a ver el noticiero “Nescafé” que conducía Jacobo Zabludovsky.
-¿Cómo armabas tu periódico mural?
-Recortaba todas las fotografías que podía del periódico Excélsior, además, incluía chismes de espectáculos, el horóscopo y cosas de deportes. -Inesperadamente, Pedro, se levanta súbitamente de la silla en donde permanecía sentado. Abre una pequeña ventana de su refugio, la cual, daba a un pequeño jardín. Lo noto un poco fatigado y me dice-: “Son emociones muy fuertes para mí. Me estas poniendo a revivir todo lo que me sucedió hace más de 50 años” ¡Qué bárbaro! Sus ojos dan muestras de un leve enrojecimiento, y de nueva cuenta, un par de lágrimas ruedan por sus mejillas.
-Querido amigo, que dicha que puedas recordar cosas tan bellas para tí…
-Reconozco esa astucia que tienes para meterte hasta lo más recóndito de la conciencia de tus entrevistados, y mira, me tienes como la Magdalena, llorando de emoción. ¡Muchas gracias querido amigo!!
-¿Guardas todos esos periódicos murales que hacías en la prepa?
-No, pero algunos de mis excompañeros me han dicho que ellos sí los tienen, ¡pero no los sueltan!! Cuando quería guardaban, resultaban que ya no estaban en su lugar, los arrancaban y se los llevaban entre sus cuadernos y mochilas.
-¿Eran malosos?
-No a tal grado, porque esos periódicos murales eran muy blancos y sin malicia alguna, ni con el deseo de “joder” a nadie. Poco tiempo después, las mismas autoridades de la escuela, decidieron editar una revista mensual, así es que les propuse que podía ir a entrevistar a David Alfaro Siqueiros.
-¿Neta?
-En esos tiempos, nos habíamos cambiado de casa, en la calle de Texas, en la colonia Nápoles, exactamente a espaldas del edificio que se conocía como el Hotel México, y que, en realidad, nunca funcionó como hotel. De tal manera que me tocó ser testigo presencial de su construcción en 1967.
-¿Tuviste contacto con el Maestro Siqueiros?
-Sí, todos los días veía a qué hora llegaba en su Mercedes Benz al Polyfórum, siempre, acompañado de su chofer y en su mano derecha cargando su puro. Lo observaba detenidamente, de cómo se ponía a revisar el crecimiento del Polyfórum.
-¿Cómo fue que lograste establecer ese contacto con él?
-Coincidía con la salida de la escuela y que me iba caminando hasta mi casa. Simplemente me acercaba hasta donde estaba parado, se me quedaba viendo y me decía, “Hola chamaco”, hasta tengo un libro que me dedicó con su puño y letra.
-¿Cómo era el Maestro Siqueiros en su trato?
-Era un hombre muy simpático. Creo que le empecé a caerle bien porque todos los días, a la misma hora, me veía parado junto a él, ponía su mano sobre mi cabeza y sonreía al momento en que me saludaba.
-¿Y tú que le decías?
-Le pedía que me dibujara un huevo, poque yo veía que en el interior del Polyfórum, había muchos huevos dibujados de diferentes formas. De esta forma, pude llenar un cuaderno de puros huevos, cada día me dibujaba uno y le ponía la fecha, pero no los firmaba. Así es que uno de tantos días, le dije que me los firmara. Se atacó de risa y me dijo: “Es que los huevos no son ovalados, sino cuadrados”. Por cierto, alguna de las veces, fui objeto de regaños en mi escuela porque se me hacía tarde, al ponerme a platicar con él.
-Insisto, ¿cómo era el trato de un gran personaje con un niño de tan solo 13 años?
-De lo más amable. No te miento, llegué a pensar que era muy “osco” por la figura que proyectaba ante un adolescente… ¡pero no!! Ya con un poco más de confianza, le pedí que si le podía hacerle una entrevista para la revista de mi escuela.
-¿Y qué te dijo?
-Que sí. Me dijo que fuera a su estudio, que estaba ubicado en Polanco. Estando con él en su refugio intelectual, me regaló un libro…
-¿Y la entrevista?
-Pues se publicó en la revista de La Salle. Después ya no lo volví a ver, y en tiempos de Luis Echeverría, el Maestro Siqueros falleció, aunque todavía le dio tiempo de inaugurar el Polyfórum.
-¿Insisto, qué demonios te contó en la entrevista?
-Fueron muchas cosas, sobre su niñez, de cómo se ponía a pintar y qué es lo que le inspiraba. Lo que más coraje me dio, es que en la escuela le dieron muchísima importancia a la entrevista, pero jamás, le pusieron mi crédito…¡Que rabia!!
-Continuará-