martes, mayo 14, 2024

Un puente demasiado lejos

Luis Alberto García / Yuzhno-Sajalinsk

* Sajalín, la isla que se enfrenta a su aislamiento

* Se ubica en la región extrema del Lejano Oriente ruso.

* Enclave estratégico que busca frenar la despoblación.

* Promesa de Putin de construir esa unión hacia el continente

* Mientras, las empresas de hidrocarburos se disputan los recursos.

* María Demírova y su marido preferirían irse a Moscú.

Antón Pávlovich Chéjov está entre los más grandes personajes rusos, a cuyo genio se deben numerosas piezas teatrales escritas para el Teatro Artístico de Moscú, aunque su obra literaria está enteramente dedicada a la descripción de los ambientes de la clase media de la Rusia zarista de fines del siglo XIX, a excepción de “A través de Siberia” y “La isla de Sajalín”.

Chéjov describió ambas regiones del inmenso imperio en 1890 como un “infierno helado”, luego de pasar varios meses en la mayor isla del país euroasiático, entonces utilizada como uno de los penales más crueles y siniestros de la Rusia zarista.

Hoy, esta ínsula, entre el mar de Ojotsk y el mar de Japón, es un valiosísimo enclave geoestratégico para una nación que pretende recuperar su condición imperial al poseer una productiva industria agropecuaria y ser rica en hidrocarburos.

Sin embargo, la economía de tan remota región, de menos de medio millón de habitantes, no termina de despegar y, como en el pasado, el gobierno de Vladímir Putin ha resucitado la histórica y colosal promesa de construir un puente entre Sajalín y la Siberia continental, poniendo en marcha proyectos para promover el turismo en una zona asombrosa por naturaleza.

Pero esas intenciones también tienen como objetivo enfrentar la despoblación, uno de sus más serios problemas, y es que la empresaria María Demírova, lo sabe bien por una sencilla razón: quizá sea la próxima en marcharse.

Nacida en 1985 –cuando Mijaíl Gorbachov llegó al gobierno para instrumentar la perestroika y la glasnost-, cuenta que fue a la escuela media superior y está segura de que ella y su marido pronto se irán a vivir a Moscú.

Sajalín, estrecha franja de tierra en forma de esturión, de casi mil kilómetros de largo a once horas de vuelo hacia el Este desde la capital rusa, tiene una de las cifras de densidad de población más bajas del país: 5,7 personas por kilómetro cuadrado, cuando el promedio en Rusia es de 8,4.

Pese a que hacia 2010 empezó a despuntar la industria de los hidrocarburos, la isla ha perdido más de un tercio de sus habitantes en veinte años, y para atraer nuevos residentes el gobierno ruso ha instrumentado un ambicioso programa que entrega hectáreas libres a ciudadanos de otras partes del país.

Es una medida pensada para mantener vivo el Lejano Oriente ruso –donde los inversionistas chinos están comprando terreno a buen precio—que, en muchas regiones, no da resultados satisfactorios.

Además, las autoridades han dispuesto para Sajalín planes de ayuda a las familias jóvenes con hijos —unos dos mil dólares por el nacimiento del primer hijo y apoyos económicos por cada criatura—, y la Agencia Hipotecaria de Sajalín ofrece préstamos a una tasa de interés reducida para parejas jóvenes con niños (3,5% anual a parejas con dos y 0% a las familias numerosas).

Un funcionario del departamento de Desarrollo Económico de la isla de Sajalín explica: “Desde que, hace algo más de una década, grandes empresas como Gazprom o Shell se instalaron en la isla para la explotación del gas licuado y el petróleo, se han construido nuevos edificios”.

En la capital, que todavía conserva restos arquitectónicos japoneses, herencia de los años que fue parte del imperio nipón, se han hecho remodelaciones y se han pintado de colores más amables muchos de los bloques de apartamentos de la época soviética.

Sin embargo, la luz mortecina le impone un toque de postal soviética, y lo cierto es que con las intensas medidas se ha logrado que la diferencia entre los que llegan y los que se van cada año sea simbólica.

Ahora se trata de que se queden, como quiere el gobierno, y Sara Aliluyeva, que trabaja en un puesto de frutas en uno de los mercados de Yuzhno-Sajalinsk, cuenta que llegó con su familia desde la región caucásica de Karabaj hace más de un lustro y no planea irse.

Eso sí, señala, querría encontrar un trabajo mejor, pues los salarios no son altos: unos 250 dólares anuales anuales de salario mínimo; pero sí superiores al promedio nacional, aunque los trabajadores de las compañías de hidrocarburos ganan bastante más.

El Producto Regional Bruto de Sajalín —aunque no ha crecido mucho— es uno de los más altos de Rusia, solamente por detrás de grandes regiones petroleras como Yamal, Nenetsia y Janti-Mansisk, según datos de Rosstat.

Al sur de la Isla, imponentes, un grupo de rocas gigantes impávidas frente al mar de Ojotsk atenúan el viento que azota cabo Gigante, uno de los parajes naturales más simbólicos de la isla; pero en la orilla no se ve un alma.

Hacia el interior, dos vendedoras han dispuesto sobre las mesas del mercado de pescado su mejor material: “Estos cangrejos son mejores y más baratos que en la capital”, asegura la mujer sujetando el molusco anaranjado, refiriendo que los pescados y los mariscos siguen siendo los principales atractivos de la isla.

El gobierno de Vladímir Putin quiere apostar por explotar la isla –y su naturaleza salvaje—como destino turístico, y aunque todavía falta infraestructura y los vehículos utilitarios sufren para acercarse a la imponente y frondosa costa, en 2018 cerca de 200 mil turistas visitaron la isla, 18 mil de ellos extranjeros, según la consultora especializada Turstat.

Encargada de promover el turismo, esa empresa estatal trabaja a marchas forzadas para lograr las metas que se propuso, sabiendo que hay que dar resultados a los jefes de Moscú, que se empeñan en el arraigo y repoblamiento de un territorio del que se van sus ciudadanos a falta de mejores alternativas que, aseguran, sí encontrarán en la Siberia a la que no se llega por falta de un puente que cambie sus destinos.

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