viernes, abril 26, 2024

Ucrania busca un destino libre de Rusia

Rajak B. Kadjieff / Moscú, Rusia

*Ruso parlantes ucranianos no se sienten “liberados”.
*También creen en Ucrania como un Estado soberano.
*La guerra de Putin tiene como objetivo “reunificar”.
*Considera dos partes de la nación rusa.
*Ya está teniendo el efecto contrario.
*Se fortalece la voluntad de la mayoría ucraniana.

En 1994, mientras la guerra en los Balcanes quedaba atrás y concluía, luego de un conflicto espantoso que estremeció al mundo, Europa del Este miraba hacia el futuro: cada nación estaba ansiosa por tomar lo que veía como su lugar natural en un continente de Estados soberanos independientes y en paz aparente.
Pero todavía estaba lejos de ser seguro que a alguno de ellos se le permitiera unirse a la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN).
Hubo un debate, en ese entonces, sobre si las naciones de Europa del Este recién liberadas del comunismo deberían formar un tercer bloque de seguridad, para actuar como un amortiguador entre la OTAN y Rusia.
Rusia era débil en la década de 1990 y las naciones que habían soportado la ocupación soviética durante cuarenta años no confiaban en que permanecería débil por mucho tiempo. Al final, querían por lo menos ser miembros de la OTAN.
Bajo la presidencia de William Clinton, Estados Unidos siguió adelante con la expansión de la OTAN, y se dijo que el presidente ruso Boris Yeltsin, que se veía a sí mismo como un aliado leal de Clinton, se enfureció cuando supo -en una conferencia de prensa- que la organización atlántica planeaba admitir nuevos miembros sin consultar a Moscú.
¿Por qué Rusia nunca entró en la OTAN? Esa es otra incógnita sin resolver, y es que el derribo de la Cortina de Hierro había planteado una nueva pregunta geopolítica: ¿hasta dónde se extiende el mundo occidental hacia el este?
La BBC de Londres se encargó de que uno de sus enviados hiciera un viaje en automóvil a través de Polonia, Bielorrusia y Ucrania para abordar esa cuestión: “¿Dónde estaba el borde oriental del mundo occidental?”
El periodista inglés fue al pabellón de caza en Bielorrusia donde, a finales de 1991, el presidente de la Federación Rusa, Boris Yeltsin, se reunió con sus homólogos de Ucrania y Bielorrusia. Ahí acordaron reconocer a las repúblicas soviéticas de cada uno como Estados-nación independientes.
Luego llamaron al líder soviético Mijaíl Gorbachov y le informaron que el país del que era jefe de estado, la Unión Soviética, ya no existía, y fue un momento lleno de peligros y oportunidades. Para Bielorrusia y Ucrania, era la oportunidad de liberarse del dominio de Moscú: la dominación del imperialismo soviético en su forma zarista y socialista.
Para Yeltsin, representó la oportunidad de liberar también a Rusia de su papel histórico como potencia imperial. Reino Unido y Francia habían dejado de ser potencias imperiales después de la Segunda Guerra Mundial en 1945, como lo había hecho Austria después de 1918.
En Turquía, Kemal Ataturk había construido una república secular europea moderna, un Estado-nación turco, después de que el multiétnico Imperio otomano fuera derrotado y desmembrado en el mismo año.
¿Podría Boris Yeltsin hacer lo mismo: construir un Estado-nación ruso moderno, en paz con sus vecinos soberanos, sobre las ruinas del imperio soviético? A principios de la década de 1990, comenzó su experimento de occidentalización para tratar de convertir un poder imperial en un Estado democrático.
La carrera -alentada por las democracias occidentales, ansiosas por oportunidades de inversión- para convertir una economía esclerótica controlada por el Estado en un sistema de libre mercado fue desastrosa.
Se creó el capitalismo mafioso con una pequeña élite que se hizo extraordinariamente rica saqueando los activos de las principales industrias, especialmente del petróleo y el gas.
Cuál es entonces el sistema económico de Rusia y por qué se le acusa de ser un “capitalismo de amigos”. Las circunstancias finalmente cambiaron en 1998, cuando la economía colapsó, el rublo perdió dos tercios de su valor en un mes y la inflación llegó al 80 %.
Ese drama lo vivió, como millones de rusos, una pareja de mediana edad en la fila en un banco moscovita, que quería retirar su dinero en dólares o libras, cualquier cosa que no fuera rublos, pero cada pocos minutos un empleado del banco cambiaba el tipo de cambio que se mostraba, a medida que el rublo se desplomaba aún más.
Como ocurriría en Argentina en 2001, la ciudadanía rusa podía ver cómo los ahorros de toda su vida caían de valor a cada minuto. Esa pareja se acercó al principio de la fila cuando, de repente, se cerraron las persianas: no quedaba dinero en efectivo y ambos esposos bajaban un escalón en una sociedad que se desintegraba,

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