Luis Alberto García / Sapporo, Japón
* Militarismo de Rusia y Japón, según la historia de Rotem Kowner.
* Guerra a la que no se da el peso ni la importancia merecida.
* Estalló en Asia en el contexto de una carrera colonialista.
* El ataque a Port Arthur tiene su antecedente en el Rebelión de los Boxers.
*Las visiones políticas de la prensa europea y las opiniones de la asiática.
* Garantías absolutas de neutralidad si había guerra con Rusia.
Rotem Kowner, historiador israelí, revisa “hechos más contemporáneos de lo acostumbrado” para referirse a una guerra entre Rusia y Japón a la que, en su opinión, no se ha dado ni el peso ni la importancia que merece, dado que –señala- fueron algunas, y en todo el mundo, las consecuencias de ese conflicto que tiene obvias conexiones con ambas Guerras Mundiales.
El investigador de la Universidad de Haifa, Israel, recuerda que Japón declaró la guerra a Rusia el 10 de febrero de 1904, dos días después de atacar por sorpresa la base rusa de Port Arthur, en territorio de Manchuria y que, a lo largo de un año y medio, se desarrollarían combates terrestres sobre suelo de Corea y Manchuria.
También se refiere a los enfrentamientos marítimos que, como colofón, tuvieron como escenarios el mar de Japón y el Amarillo, para concluir el 5 de septiembre de 1905 con la firma del Tratado de Portsmouth propiciado por el gobierno de Estados Unidos.
Son varios y numerosos los factores que llevaron al estallido de esa guerra, en el contexto de la carrera colonialista de las potencias occidentales en Asia y del afán japonés por “catching up with the West” (“tomar el Oeste”), que había llevado al país a la Guerra Sino-Japonesa de 1894.
La victoria en esa contienda hizo que Japón empezase a formar su propio imperio, algo que puso en guardia a Rusia, que tenía sus propios intereses en Manchuria y Corea, convenciendo a Francia y Alemania -en lo que se llamó la Triple Intervención- de persuadir a Japón para que devolviese a China la recientemente adquirida península de Liaodong para el mantenimiento de la estabilidad regional.
Kowner analiza las batallas terrestres vistas y revisa las posturas de la prensa japonesa de la época, al destacar que estas provocaron malestar en Japón, acrecentado a causa del auge nacionalista que había propiciado la victoria sobre China, situación que se agravó cuando Rusia consiguió que China le cediera la misma península de Liaodong.
Con ello, por fin podía contar con un lugar en el Océano Pacífico lo bastante al Sur como para no congelarse en invierno: se trataba de Port Arthur, con un antecedente ocurrido en 1900, cuando los ejércitos de diferentes países ayudaron a sofocar en China la llamada Rebelión de los Bóxers, Rusia decidió no retirar sus tropas una vez terminado el problema y ocupar Manchuria.
Esta actitud retadora provocó las protestas de Inglaterra y Japón, ambos con intereses en la zona y contrarios a que Rusia completase la construcción de su trazado ferroviario en Manchuria, así que el gobierno japonés inició negociaciones con Moscú; pero ante la imposibilidad de conseguir un acuerdo, el conflicto se hizo cada vez más riesgoso y cercano.
Tokio firmó una alianza con Reino Unido de la Gran Bretaña en 1902, por la que se garantizaba la neutralidad británica absoluta en caso de guerra con Rusia y su apoyo, si una cuarta potencia se uniese a los rusos, y esta alianza descrita en el ensayo “Marked the final and full ‘arrival’ of Japan in international society; it now became a player in world diplomacy” por German G. Jansen un siglo después:
“Así –establece Jansen- con la seguridad que ese trato les proporcionaba, con más de la mitad de su presupuesto destinado al ejército desde 1897 y después de un nuevo fracaso de las negociaciones, Japón declaró la guerra a Rusia el 10 de febrero de 1904”.
En cuanto a las batallas en tierra contempladas por la prensa europea de principios del siglo XX, Kowner plantea que las tropas japonesas cruzaron el río Yalu, en Corea, y avanzaron hacia Manchuria, donde tomaron la península de Liaodong luego de iniciar el asedio de Port Arthur.
Este duró cinco meses, durante los cuales el general Maresuke Nogi lanzó ataques de forma continuada, sin reparar en las bajas que su ejército sufría -incluido su hijo Nakaomi- hasta conseguir la rendición del enemigo.
Dos meses después, en marzo de 1905, en medio de un caos generalizado debido a la huida del Ejército ruso, Mukden, la capital de Manchuria, fue conquistada; pero cuando el general Alexander Kuropatkin se enteró de las verdaderas dimensiones del avance de Nogi, no había ni tiempo ni recursos para reaccionar.
En el inicio de la guerra, el zar de Rusia, oyendo las voces triunfalistas e insidiosas de los cortesanos que en todo momento lo rodeaban, había decidido enviar a la zona a su II Flota del Pacífico a partir de Reval en el mar Báltico, para dirigirse al Lejano Oriente por la ruta más larga y accidentada posible.
Después de un largo y accidentado viaje que duró nueve meses entre calor, desánimo, sed y hambre en ocasiones de meses y en el que prácticamente tuvieron que dar la vuelta al mundo, la Armada zarista llegó a su destino final en mayo de 1905, en espera de ser interceptada y hundida por la flota del preparadísimo almirante Haihachiro Togo al mando desde el poderoso acorazado Mikasa.
La guerra hasta este momento había causado un gran número de bajas de espanto y un costo económico difícil de mantener para ambos bandos, por lo que –existe la versión estadounidense- Japón pidió en secreto a Theodore Roosevelt, presidente de la Unión Americana, que mediara en un proceso de paz, firmándose el Tratado de Portsmouth con lo que la guerra pudo darse por terminada.