José Antonio Aspiros Villagómez
El Museo Nacional de Antropología (MNA) fue inaugurado hace 55 años en el bosque de Chapultepec de la Ciudad de México, por el entonces presidente de la República Adolfo López Mateos, en las postrimerías de su sexenio 1958-1964.
El 17 de septiembre de 1964 aquel gobernante entregó un museo que fue construido en sólo 19 meses, y que guarda, según la leyenda que suscribió el propio mandatario, los testimonios de las “admirables culturas que florecieron durante la era Precolombina”, y en cuyo ejemplo “el México de hoy (…) reconoce características de su originalidad nacional”.
Un concepto muy a tono con la postura de los historiadores liberales decimonónicos, en especial los autores de la obra México a través de los siglos, que consideraron como parte de la historia patria la de los primeros habitantes del territorio nacional.
El museo -que sólo es de antropología y no de historia como suele confundírsele- fue obra del arquitecto Pedro Ramírez Vázquez, constructor también del estadio Azteca y la nueva Basílica de Guadalupe, y presidente del Comité Organizador de los Juegos de la XIX Olimpiada en sustitución del propio López Mateos cuando éste cayó enfermo.
En un sitio de honor dentro del museo se encuentra la Piedra del Sol y muy cerca la deidad Coatlicue (madre de Coyolxauhqui), dos de los seis monolitos encontrados en la Plaza de la Constitución de la capital del país a partir de 1790, año que es considerado como el del nacimiento de la arqueología en México.
Con motivo de la creación de ese museo, tanto Ramírez Vázquez como el primer director del mismo, Ignacio Bernal, publicaron lujosos libros descriptivos del lugar, el primero en la Editorial Tlaloc (1968) y el segundo en la colección Librofilm de la Editorial Aguilar (1967), éste con cien diapositivas que muestran piezas selectas de las culturas prehispánicas y forma parte de los tesoros bibliográficos y de lectura y consulta de este tecleador.
El doctor Bernal, quien escribió la introducción para el libro de Ramírez Vázquez, se refiere allí a la “identidad nacional naciente” en la segunda mitad del siglo XVIII, cuando “algunos espíritus ilustres” de la época comenzaron a interesarse en la historia y la etnografía indígenas, y comenzaron a llamarse a sí mismos “mexicanos”.
Empero, en su libro El saqueo del pasado (FCE, 1990) Karl E. Meyer critica el “acento político en la arquitectura de los museos” y cita en especial al de Antropología de México, cuyas “vitrinas de exhibición” tienen efectos “casi teatrales”, si bien reconoce “el fin enteramente loable de darle a un pueblo que es en parte europeo y en parte indio, un orgullo nacional común”.
En las obras publicadas de Ramírez Vázquez y de Bernal se cita como antecedente del Museo Nacional de Antropología la colección de códices llamada Museo Histórico por su dueño, el italiano Lorenzo Boturini, y que el virrey Bucareli trasladó a la Pontifica Universidad de México en la segunda mitad del siglo XVIII.
Algunos de esos documentos fueron sacados ilegalmente de México, entre ellos el códice Tonalámatl de Aubin que terminó en la Biblioteca Nacional de París, de donde el 18 de junio de 1982 lo sustrajo el mexicano José Luis Castañeda del Valle, ya fallecido, y según indagamos está bajo la custodia del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH) después de los infructuosos reclamos que hizo el gobierno de Francia para su devolución y el acuerdo al que se llegó.
En 1808 el virrey Iturrigaray creó una Junta de Antigüedades que, a juicio del doctor Ignacio Bernal -ganador del Premio Nacional de Ciencias hace 50 años-, es el primer antecedente del INAH. Ya en la era independiente, el presidente Guadalupe Victoria ordenó en 1825 la creación del Museo Nacional, que fue inaugurado hasta 1866 por el emperador Maximiliano de Habsburgo.
El Museo Nacional de Antropología abierto hace 55 años por el presidente López Mateos -en una ceremonia donde estuvieron también el secretario de Educación Jaime Torres Bodet y el regente de la Ciudad de México Ernesto P. Uruchurtu-, tuvo como antecedente inmediato precisamente ese Museo Nacional, que estuvo en la calle de Moneda a un costado del Palacio Nacional.
La Secretaría de Hacienda quiso apropiarse después de ese edificio para ampliar sus oficinas, pero se le adelantaron los museógrafos y erigieron allí, de manera improvisada en un principio para ganarle a la dependencia federal, el actual Museo de las Culturas.
El Museo de Antropología, que ha tenido remodelaciones a tono con las nuevas tendencias museográficas, sufrió un cuantioso robo en la noche del 24 al 25 diciembre de 1985 pero los ladrones fueron descubiertos y aprehendidos años después. Casi todas las piezas, entre ellas unas muy valiosas, fueron recuperadas.
Entre los libros que relataron y documentaron ese hurto, aun antes de su aclaración, figuró Los dioses secuestrados. Saqueo arqueológico en México, publicado en 1987 por la Secretaría de la Defensa Nacional. Es obra del autor de esta nota, quien también cubrió la inauguración del MNA en 1964.
Sobre la principal avenida de la Ciudad de México, el Paseo de la Reforma, el monolito del dios Tláloc -trasladado desde el pueblo Coatlinchán, 48 kilómetros distante- anuncia que allí está el Museo Nacional de Antropología, en cuyo interior hay salas para las culturas preclásicas, teotihuacana, tolteca, mexica, de Oaxaca y Golfo de México, olmeca, huasteca, maya y del norte y el occidente del país.
En su planta superior hay salas etnográficas destinadas a los coras, huicholes, tarascos, tepehuas, totonacos, otomíes, etnias oaxaqueñas, huastecos, mayas y pobladores del noreste del territorio nacional.
Si México comenzó a ser una nación en la era prehispánica a que se refiere este museo, o bien desde la Conquista o a partir de la Independencia, es un asunto que los historiadores analizan y debaten todavía y sobre lo cual hay un excitante ensayo del doctor Alfredo Ávila Rueda en la revista Relatos e historias en México # 133, centrado en el origen de la “historia oficial”.
El hecho real es que el Museo de Antropología y otros museos de sitio en el país, conservan y estudian los centenarios y hasta milenarios objetos arqueológicos y antropológicos -mexicanos o no- encontrados bajo el suelo de México.
UNA MÁS.- Fue hace unos 70 años cuando vimos por primera vez un desfile militar en la Ciudad de México, con el presidente Miguel Alemán Valdés en el palco central del Palacio Nacional, que este año ocupó su sucesor Andrés Manuel López Obrador. Acudimos en muchas ocasiones más, primero de la mano del abuelito José Antonio Villagómez y luego solos, y este año volvimos a verlo, ahora por televisión.
Los más de 13 mil elementos -mujeres, niños y varones- que desfilaron o estuvieron en los muy pertinentes carros alegóricos, nos dieron nuevamente una lección de civismo, historia, disciplina, lealtad, patriotismo y orgullo nacional. Esta vez extrañamos a los bomberos, pero en cambio estuvo la debutante Guardia Nacional.
Nuestra emoción fue la misma que la primera vez, lo mismo que durante la ceremonia del Grito de Independencia, pero lamentamos mucho el grave accidente de un paracaidista a quien deseamos que se salve, y también deploramos los comentarios insulsos y negativos de algunos políticos hoy en la oposición.
*Versión revisada y ampliada del texto del autor, publicado originalmente hace diez años -15 de septiembre de 2009- por la agencia Amex con el título “A 45 años de inaugurado, guarda raíces de la mexicanidad el Museo de Antropología”.
AM.MX/fm