José Antonio Aspiros Villagómez
El general insurgente Vicente Guerrero nunca se ostentó como el consumador de la Independencia, sino que reconoció tácitamente como tal a Agustín de Iturbide, pero los políticos se han empeñado en que lo sea por decreto, más que por verdades históricas.
En su discurso del pasado 16, el presidente Andrés Manuel López Obrador llamó “consumador” a Iturbide, aunque lo descalificó porque a su juicio “representaba a la élite, a los de arriba, y sólo buscaba ponerse la diadema imperial”. Y algo más dirá seguramente este lunes 27, en la ceremonia que haya con motivo del bicentenario.
Pensamos en cambio que los dos personajes tienen su respectivo mérito en los sucesos que pusieron fin en 1821 al dominio español sobre el México que nacería entones, aunque quien buscó a los insurgentes para unirse en una sola causa, quien creó el Plan de Iguala y definió la bandera tricolor, quien firmó los Tratados de Córdoba y quien condujo al Ejército Trigarante en la lucha final contra las fuerzas virreinales y en la entrada triunfal a la Ciudad de México, fue Iturbide.
El nombre de Vicente Guerrero ni siquiera aparece entre los que firmaron el Acta de Independencia del Imperio Mexicano el 28 de septiembre de 1821. Fue convocado a suscribir el documento, pero -dice la fuente consultada- se negó porque a su juicio ya lo había hecho José María Morelos el 6 de noviembre de 1813 en Chilpancingo, aunque esa fue una prematura declaración independentista sin efectos prácticos.
Tan fue así, que Guerrero continuó la lucha por la independencia efectiva tras la muerte de Morelos y peleó contra los realistas que encabezaba en el sur primero José Gabriel de Armijo y luego Iturbide, para después -una vez superada su desconfianza hacia este último- aceptar la fusión de sus respectivas fuerzas militares en el Ejército Trigarante.
Más tarde tomaron caminos diferentes porque, mientras Iturbide buscaba mantener el sistema monárquico pero ya libre de España, Guerrero optó por el republicano bajo la influencia y presión de las logias.
Así, uno fue emperador y el otro presidente, ambos de manera efímera por las intrigas y el caos político que se creó, y los dos murieron en el paredón debido a los injustos cargos que en su momento les formuló el Congreso. En su poema ‘El abrazo de Acatempam’, el político y dramaturgo decimonónico Gustavo Baz así lo señala en referencia a los dos personajes: “Pero en su patria más tarde / Un cadalso en recompensa / De sus servicios hallaron / Al final de su carrera”.
En efecto: a Iturbide lo declararon traidor y fuera de la ley los diputados, por lo que en Tamaulipas -donde lo capturaron a su regreso del exilio- se le condenó a muerte y fue fusilado en Padilla el 19 de julio de 1824, mientras que a Guerrero -para entones ya presidente- los legisladores lo consideraron imposibilitado para gobernar, el vicepresidente Anastasio Bustamante se hizo del poder, le tendieron al antiguo insurgente una trampa en Acapulco para capturarlo y lo fusilaron junto al ex convento de Cuilápam, Oaxaca, el 14 de febrero de 1831. El presidente López Obrador encabezó ahí este año una ceremonia en el CXC aniversario luctuoso, ante la estatua de quien una placa afuera de la que fue su celda, lo define como “gran mártir insurgente”.
En febrero de 2021, el historiador Federico Juárez Andonaegui dijo a la reportera Cristina Gómez, del diario Milenio, que el Congreso y el Gobierno de Tamaulipas, y hasta el presidente López Obrador, deberían disculparse por el “asesinato” de Iturbide. ¿Tendría que disculparse -inquiere el tecleador- el actual Poder Legislativo por la ejecución de Guerrero?
Vicente Guerrero y Agustín de Iturbide son los personajes centrales de una confrontación ideológica, una imposición política y una visión de país radicalmente opuesta. En la escuela pública nos enseñaron una Historia de buenos y malos, maniquea, cuando más bien deberíamos entender que los protagonistas fueron seres humanos con cualidades y defectos, aciertos y errores, pero también con sentimientos patrióticos.
Se atribuye a Guerrero haber dicho “mi patria es primero” cuando rechazó el indulto ofrecido por el virrey a través de su padre Pedro Guerrero, pero el sitio web oficial del Gobierno del Estado de Guerrero (http://guerrero.gob.mx/
Según esa fuente, con base en tal “versión popular” él habría dicho el 9 de noviembre de 1820: “Este venerable anciano es mi padre; viene a nombre del virrey a ofrecerme dádivas que nunca aceptaré. Respeto a mi padre y le obedezco; pero como mexicano de honor y soldado de la libertad de mi pueblo, no puedo traicionar mi ideal, que piensan empañar los hombres faltos de amor patrio: mi patria es primero”.
Cuando en 1971 los tres Poderes de la Unión conmemoraron en Tixtla y no en Iguala como era históricamente más correcto, el 150 aniversario de la Consumación, un decreto oficial promulgado por el presidente Luis Echeverría ordenó inscribir con letras de oro esa frase incierta “en lugar destacado de los recintos de las Cámaras de Diputados y Senadores (…), de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y en el Palacio Nacional”. (Concluirá)