José Antonio Aspiros Villagómez
El pasado 3 de diciembre falleció a los 77 años Octavio Raziel García Ábrego, un periodista y escritor mexicano tan polifacético, que en diversas épocas de su vida también fue rescatista, marino, funcionario público, chef y experto en cajas fuertes.
Combinó su trabajo reporteril con el de articulista, así como con la escritura de cuentos, novelas y poemas, en algunos casos publicados y en otros inéditos. Ganó premios con algunos de ellos y tuvimos la oportunidad de presentar en un círculo de lectura su novela-reportaje México, 8.5 grados Richter.
De manera póstuma serán editadas dos de sus obras pendientes, una de ellas por las organizaciones gremiales Comunicadores Unidos (Tamaulipas) y Club Primera Plana (Ciudad de México), y la otra por sus hijos y su viuda. Los títulos que esperan son La vida como es -una interesante miscelánea de temas- y las novelas El pinche (o Asesinato en la cocina) y Sopa de lima.
Como reportero fue una de las estrellas del diario El Nacional -cerrado hace 21 años por el gobierno de Ernesto Zedillo- pues era frecuente que sus informaciones merecieran las ocho columnas, lo cual también le valió el premio nacional de periodismo que le fue entregado por el entonces presidente José López Portillo. Acababa de recibir un reconocimiento del Club Primera Plana por sus 60 años en la labor informativa.
Durante casi dos décadas nos hermanó una fuerte amistad que se intensificó cuando le fueron anunciados por los médicos tres aneurismas que luego aumentaron a cuatro, como los que de manera fatal tuvieron su abuelo, su padre y otros familiares. Pero hoy no fue posible escribir algo más cálido tras de haberlo acompañado en el velatorio, en parte porque, mediante su columna En las Nubes, se nos adelantó con cuanto de emotivo podríamos haber plasmado el colega Carlos Ravelo y Galindo, uno de quienes forman parte de un pequeño grupo de amigos que solíamos reunirnos y seguimos comunicados de alguna manera.
Su crisis de salud comenzó en esta década, a juzgar por la fecha de 2012 en que le fue publicado un texto llamado “Catarsis” donde se presenta en tercera persona como amigo de Arturo, uno de los tres personajes que creó -y después descartó- para sus historias junto con Laura y San Compadre. Fue el año en que muchos de sus escritos indirectamente autobiográficos comenzaron a mostrar cierto pesimismo, porque además de los aneurismas inoperables le fue diagnosticado cáncer de próstata, después vinieron zumbidos insoportables y lo atacó el virus de la chikunguña.
Fuerte, pero humano, tuvo que resistir. “No obstante su fortaleza y ecuanimidad, el golpe tuvo que haber sido muy duro”, escribió cuando supo de los aneurismas. “Días de enfrentamiento con la vida y con la muerte. Ojos vidriosos y decisiones anticipadas. Pláticas con la familia y con los amigos cercanos. Ese año le permitió pasar revista a su vida.”
Paralelamente, buscó vivir con más intensidad. Subió a las tirolesas y bajó en paracaídas, excursionó temerariamente por lugares de este México tan peligroso, se mudó a Morelos para convivir con los alacranes; pero evitó algunas aventuras para no molestar a sus burbujitas en el cerebro, como les llamaba.
Y en el repaso de su vida puso que su existencia “transcurrió entre la tinta y el papel; entre viejas máquinas de escribir mecánicas y modernas computadoras; escandalosos teletipos y silenciosos faxes; de criptográficos telegramas a extensos mails. De la tarde de Tlatelolco al Jueves de Corpus; de los conflictos universitarios a las guerrillas centroamericanas; de viajar a 48 países a realizar reportajes por selvas o desiertos mexicanos. De convivir con la realeza europea a las entrevistas a los dictadores y guerrilleros latinoamericanos. De ascender a las altas montañas, penetrar en profundas cavernas, recorrer ríos subterráneos o lanzarse en paracaídas. De marino a rescatista de montaña. De poeta a pintor al óleo. O de sobreviviente, al perder el avión que, entre la niebla, se estrelló contra un cerro, y en el que debería ir él con sus colegas periodistas”.
“Viví una vida intensa –confesó en ese juego de primeras y terceras personas- y he pensado en ocasiones que ya no tengo nada que hacer en esta vida. Alcancé casi todos mis propósitos.”
Y “mientras llega el momento -consignó también en “Catarsis”-, le gusta tararear alguna de sus dos melodías favoritas: Non, je ne regrette rien, de Edith Piaf o My way, de Paul Anka. (Y) recuerda la canción Resistiré: “Aunque los vientos de la vida soplen fuerte, soy como el junco, que se dobla, pero siempre sigue en pie. Resistiré para seguir viviendo, soportaré los golpes y jamás me rendiré”.
Octavio Raziel, amigo como pocos, al final no resistió. Lo recordaremos como fue: inquieto, leal, profesional, audaz, alegre, cariñoso con su familia, sensible y culto. Anita su esposa, y sus cuatro hijos Octavio, Raziel, Alejandro y Aria Berenice, viven orgullosos de él, igual que su hermana Heidi y el resto de los suyos.