Miguel Tirado Rasso
¿Hasta dónde querrá llevar el presidente norteamericano Donald Trump, la guerra que le ha declarado a la prensa independiente de su país? Porque, lejos de amainar, el enfrentamiento sube de tono cada día, en una carrera de cuatro años, si no es que de ocho, de la que apenas han transcurrido seis semanas.
Por parte de la Casa Blanca, parecen estar decididos a mostrar la magnitud del poder presidencial, a través de medidas que muestran la intolerancia del mandatario hacia los medios que no comparten sus ideas ni su estilo de gobernar. Su alergia a la crítica, lo lleva a extremos de impedir el acceso a los medios, que él ha calificado como enemigos del pueblo americano, a conferencias de prensa en la casa presidencial, para mantener un ambiente a modo, sin preguntas incómodas ni “periodistas irreverentes”.
La semana pasada, a corresponsales de New York Times, Los Angeles Times, CNN, BBC, entre otros, les fue negado el acceso a una rueda de prensa del vocero presidencial, en un hecho calificado de sin precedente. En solidaridad con los medios discriminados, la agencia de noticias AP y la revista Time, decidieron no asistir a la conferencia. El hecho, motivó ya una protesta de la Asociación de Corresponsales que, seguramente, al presidente Trump, hasta este momento, le tiene sin cuidado.
Pero si al empresario neo político no le preocupa despreciar y agraviar a la prensa, a otros distinguidos miembros del partido que lo postuló si les inquietan esos intentos por callar o controlar a la prensa y que van en contra de la tradición democrática norteamericana.
El ex presidente George W Bush, de una manera suave y sin mayores precisiones, en una entrevista concedida a la cadena NBC, hace unos días, envió un mensaje con destinatario preciso, al declararse partidario de una prensa libre, por ser “indispensable para la democracia” . Señaló que “el poder puede ser muy adictivo y corrosivo” y que es importante que los medios de comunicación llamen a las personas que abusan de su poder a rendir cuentas. Indicó que durante su gobierno, trató de convencer al presidente ruso Vladimir Putin de permitir una prensa independiente y sugirió que ataques de la Casa Blanca a medios de información críticos, dificultarían estos esfuerzos en el mundo. “Es difícil decir a los demás que permitan una prensa independiente, cuando nosotros no estamos dispuestos a permitirla,” declararía.
Y es que, los excesos del mandatario norteamericano, empiezan a preocupar a algunos políticos republicanos que no ven con buenos ojos su autoritarismo provocador, que está abriendo frentes con, prácticamente, todo el mundo y que, a la larga, habrá de costarle un fuerte desgaste a él y que seguramente, tarde o temprano, acabará afectando al Partido Republicano.
Y, si bien, hacia el interior, la actitud desafiante del mandatario, convence y entusiasma a sus partidarios que creen ciegamente en él, los números de un sondeo reciente de la cadena NBC y el Wall Street Journal, muestran que sólo el 44 por ciento de los estadounidenses aprueba su gestión, mientras que el 48 por ciento la desaprueba y el 32 por ciento opina que su primer mes en el cargo demuestra que no está a la altura del trabajo. Lo que significa que no las tiene todas consigo.
Según las estadísticas, y para desgracia de su ego, Donald Trump es el presidente con el más bajo índice de aprobación, al inicio de su mandato, en los últimos 55 años (10 últimos presidentes) y el único con un índice neto negativo (- 4por ciento). El que mejor inició su gestión fue John F. Kennedy, con 72 por ciento de aprobación y el segundo mejor, fue, precisamente, el antecesor del magnate, Barack Obama, con 68 por ciento. Los que entraron con los peores números, aunque positivos, fueron los republicanos Ronald Reagan y George H. Bush, los dos con 51 por ciento (Gallup).
La guerra declarada a los medios por la administración del presidente Trump, por razón natural, trasciende las fronteras de la Unión Americana y exhibe una mala imagen para el país que históricamente se ha ostentado como el paladín de la democracia y defensor de la libertad de prensa. Además de ser un mal ejemplo a seguir por aquellos gobiernos a quienes la ley de la mordaza les resulta muy conveniente a sus regímenes autoritarios.
¿Qué se puede esperar de este enfrentamiento? y ¿Quién saldrá victorioso? Dos preguntas difíciles de responder. En este juego de vencidas, estamos hablando del poder del presidente de la primera potencia mundial, que cuenta con un importante respaldo, aunque no llegue a la mitad de la población del país, enfrentado a medios de comunicación de larga tradición, posicionados y, en términos generales, caracterizados por su veracidad, credibilidad y seriedad.
Los medios podrían tener oportunidad, a largo plazo, porque el mandatario tiene muchos puntos vulnerables que pueden servir de material invaluable para el periodismo de investigación, que ya hemos visto hasta dónde puede llegar. Además de que su egocentrismo, su peor enemigo, le impide aceptar la realidad cuando no le favorece y, de ahí, el mundo de fantasía que construye a base de múltiples mentiras, que en algún momento se habrá de desmoronar.