Miguel Tirado Rasso
El pasado 14 de febrero, día de la amistad, fue la fecha escogida por un joven norteamericano, Nikolas Cruz (en los EUA, el debido proceso no impide que se dé a conocer el nombre de los presuntos delincuentes como sucede en nuestro país), para cometer una masacre contra alumnos de la secundaria Marjory Stoneman Douglas, localizada en Parkland, al sur del estado de Florida, EUA, con un saldo de 17 estudiantes muertos y una veintena de heridos.
De 19 años, Cruz hacía alarde de su afición por las armas y tenía vínculos con un grupo de convicciones supremacistas local. Como alumno del instituto Douglas, había tenido problemas hasta que fue expulsado “por motivos disciplinarios”. Su comportamiento perturbador no significó suficiente alerta sobre su peligrosidad y, no obstante haber publicado en youtube que haría un tiroteo en su escuela, nada se hizo para evitar una nueva matanza estudiantil.
Se dice que en lo que va del año, son ya18 tiroteos en centros escolares y, según la fundadora de una organización denominada Moms Demand Action, que lucha en contra de la proliferación de armas de fuego, el de Florida es el caso número 291 desde 2013. Otra organización de control de armas, Everytown for Gun Safety, señala que aproximadamente cada semana ocurre un tiroteo escolar. Algo que reclamaría una seria reacción del gobierno norteamericano para tomar medidas drásticas que ayuden a prevenir más tragedias como ésta.
Pero es evidente la resistencia que existe para ir al fondo de este problema de violencia con armas de fuego por los muy poderosos intereses que existen alrededor del negocio de la venta de armas. Así lo demuestra la respuesta que ha dado el Presidente Donald Trump ante los reclamos formulados por un sector estudiantil molesto e indignado que exige respuestas y soluciones.
A pesar de las evasivas, creo que en esta ocasión, el activismo de los escolares va a obligar a que el caso de Florida no pase a ser sólo una tragedia más que lamentar, porque el reclamo de los estudiantes puede extenderse más allá de las fronteras de ese estado, multiplicándose en varias entidades de la Unión Americana en donde han padecido otras situaciones similares, ejerciendo una presión difícil de ignorar. Por lo pronto, han logrado que algunas empresas corten o, al menos, modifiquen sus lazos con el mayor lobby armamentístico del país, la Asociación Nacional del Rifle (NRA, por sus siglas en inglés) como lo han hecho recientemente las líneas aéreas Delta y United Airlines y antes el First National Bank de Omaha, la empresa hotelera Best Western y Hertz.
Los estudiantes de Florida han mostrado organización, decisión y valentía y no estar resignados a quedarse sólo con las sentidas condolencias de parte de los gobernantes. En el foro ciudadano organizado por la cadena de televisión CNN, los jóvenes pusieron en aprietos a políticos como el senador Marco Rubio al que arrinconaron con la pregunta sobre si estaría dispuesto a rechazar las aportaciones de campaña que hace la citada NRA, a lo que el senador no se atrevió a responder.
Seguramente, muy a su pesar, el Presidente norteamericano ha tenido que aceptar que hay que hacer algo para enfrentar este mal. Claro está que sus propuestas sólo son cosméticas como mejorar el sistema federal de verificación de antecedentes, elevar la edad mínima para la compra de ciertas armas, prohibir la venta de un dispositivo (bump stock) que transforma fusiles en mortales ametralladoras automáticas o fortificar las escuelas ¡dándole armas a algunos maestros! Lo que ha merecido un rechazo generalizado.
Pero de lo que no están dispuestos a regular los republicanos es el control de armas, lo que significaría ir al fondo del problema. Y es que se trata de un gran negocio que avala la muy poderosa NFA, que tiene la influencia y el control político que le dan las contribuciones que hace a las campañas republicanas, lo que la blinda de cualquier riesgo. Solamente para la campaña de Trump se dice que aportaron 30 millones de dólares.
Un botón de muestra del poderío de esta asociación, es su expreso desacuerdo con las propuestas del presidente norteamericano de aumentar de 18 a 21 años la edad mínima para adquirir rifles semiautomáticos y de prohibir la venta de los aceleradores de disparos, declarando, a través de su vocera, Dana Loesch, que la NFR “no apoya ninguna prohibición”. Cuidadoso el mandatario estadounidense, respondió a su estilo, el fin de semana pasado, que podrá resolver fácilmente sus diferencias y que si la NFR no concuerda con sus propuestas, no está mal luchar con ellos, de vez en cuando. Que ellos están haciendo lo que consideran correcto,
En el colmo y siguiendo la línea del magnate inmobiliario, el vicepresidente de esta organización, Wayne Lapierre, acusó a sus críticos de estar explotando políticamente la tragedia de Florida, y justificó la compra masiva de armas para defenderse de la violencia generada por “la droga que viene de México”.
Esto es, ahora hasta responsables resultamos los mexicanos de las matanzas causadas por los trastornados mentales de aquel lado que, sin ninguna dificultad, pueden adquirir, en cualquier tienda de conveniencia, armas de guerra para su distracción. Eso sí, si son menores de edad, no pueden comprar bebidas alcohólicas, no vaya a ser que tengan mala copa.