Miguel Tirado Rasso
Una vez más el tema del muro y quién lo pagará salió a cuento, aunque ya no con la estelaridad que le hubiera gustado al Presidente norteamericano, Donald Trump. Y es que, así como le funcionó explotarlo como promesa de campaña, ahora como gobernante no acepta archivar su propuesta, aunque está claro que la obra es irrealizable.
Por una parte, no parece que el Congreso de su país vaya a autorizar un gasto multimillonario para cumplirle un capricho que no resuelve nada. Por no dejar, recientemente, han propuesto una partida de mil 600 millones, lo que apenas alcanzaría para comprar unos cuantos tabiques. Por otro lado, tampoco se ve cómo le pueda pasar la factura a su vecino, por no mencionar los muchos pendientes, verdaderamente importantes, que tiene en su agenda de gobierno.
Seguramente, para los periodistas que asistían a la conferencia de prensa convocada antes de la reunión bilateral que sostendría, el Presidente de nuestro país, Enrique Peña Nieto con el mandatario estadounidense, en el seno de la cumbre del G-20, la respuesta del magnate inmobiliario, “absolutely” que podría traducirse como “por supuesto”, a la pregunta sobre si todavía quería que México pagara el muro, era lo que se esperaba.
Una provocación que no iba a dejar pasar este personaje, ignorando la pregunta o aceptando el fracaso de su promesa. El sospechosismo, podría inclusive llevarnos a suponer una pregunta sembrada para no dejar de insistir en un tema que le dio la vuelta al mundo y que, al menos, él supone, lo mostró imponente, firme y poderoso en su debut presidencial. Algo que siente necesidad de refrendar en foros internacionales en los que, a pesar de representar a la primera potencia mundial, no acaba de encontrar su lugar.
Desde luego que no resulta agradable su insistencia en el tema, sobre todo cuando, desde enero pasado, ambos presidentes habrían acordado no hablar en público sobre el muro fronterizo, dadas “las claras y muy públicas diferencias de posición en este tema tan sensible”, según se indicaba en el texto del boletín emitido en aquella ocasión. Además de que ya había quedado clara y públicamente definida la posición de nuestro país de rechazo al muro y ni que decir de la disparatada idea del pago. Pero como lo ha demostrado el Presidente Trump, en su corta estancia en la Casa Blanca, en cinco días más apenas cumplirá seis meses en el poder, las formas, los protocolos, los acuerdos y los compromisos, no se le dan, porque lo suyo es el protagonismo. Por algo han afirmado algunos Jefes de Estado que el presidente norteamericano no es confiable, y con esa incertidumbre hay que manejar la relación.
Nuestro problema es la relación desigual y desequilibrada, con el gigante del norte, ahora agravada por un gobernante que piensa que el mundo entero se ha aprovechado de los EUA, comenzando por su vecino del sur. A partir de esa premisa, sale Donald Trump, más que a negociar, a imponer reglas para recuperar la grandeza de su país, según declara, aunque esto signifique enfrentarse con todos, o casi, los países del orbe. A nosotros nos toca, a querer o no, bailar con la más fea, pues nuestra vecindad y la enorme dependencia económica y comercial con ese país, mantienen nuestros destinos atados.
Por eso, México debe llevar la relación con su vecino, con astucia e inteligencia, desde luego en un plano de dignidad. El comportamiento del mandatario norteamericano es indescifrable, aunque se podría decir que el ego y el protagonismo son dos factores determinantes en su conducta. Lo anterior, sumado a su formación empresarial, no le permite entender el mundo de la política y menos el de la diplomacia, lo que, por lo visto, tampoco le interesa. Así lo ha demostrado en sus desplantes ofensivos con dignatarios de otros países, cuya prudencia ha hecho más evidente la ordinariez de este improvisado mandatario.
Pero, al mismo tiempo, debe tener presiones internas que lo obligan a ser consecuente con su equipo de gobierno y permitir que otros operen y pongan en práctica las políticas de gobierno. Sólo así se entiende que Trump haga, con frecuencia, declaraciones estridentes que más pronto que tarde, sus colaboradores suavizan o hasta contradicen. Y es que, de otra manera, su gobierno estaría al borde del precipicio, pues siguiendo sus impulsos, EUA no solo no volvería a ser grande otra vez, como reza su lema de campaña, sino que marcharía con el rumbo perdido.
Por esto, y otras razones, no comparto la opinión de quienes han criticado ad nauseam, al Presidente Enrique Peña Nieto por no responder a la balandronada de Trump en la conferencia de prensa en la Cumbre de Alemania. Caer en su juego habría convertido en noticia un tema que hace tiempo dejó de serlo, porque en su oportunidad México fijó su posición, y ahora resulta algo anecdótico por improcedente. Una ocurrencia más de un presidente folclórico que sufre de incontinencia twittera y verbal. Eso sí, peligroso por poderoso.