Miguel Tirado Rasso
En la carrera hacia Los Pinos, las cosas en el Partido Acción Nacional no han salido como sus dirigentes habrían calculado. A diez días de la fecha de la elección, su candidato, Ricardo Anaya, no ha logrado dar el estirón necesario para adueñarse, sin discusión, del segundo lugar en la contienda y, entonces, poder reclamar para su beneficio el voto útil de indecisos y de quienes no simpatizan con ya sabes quién.
Y es que, a pesar de su reiterado discurso en el sentido de ser el único con posibilidades de competir y ganarle al candidato de Morena, las encuestas no avalan su dicho, pues en el mejor de los casos comparte el segundo lugar con su contrincante de la coalición Todos por México, José Antonio Meade, pero en algunos estudios aparece en tercer lugar de las preferencias.
El tiempo se acaba, y este candidato parece haberse apagado en el ánimo de los electores. La acusación en su contra de una supuesta operación de lavado de dinero en la compraventa de naves industriales en su estado adoptivo, hecha pública en febrero pasado, lo ha perseguido a lo largo de la campaña y, definitivamente, lo ha golpeado en su imagen. La falta de una explicación convincente sobre esa transacción, transcurridos cuatro meses del escándalo, no le ayuda y siembra de dudas cualquier alegato de defensa.
Para el ex joven maravilla, el futuro no se ve promisorio si, como parece, su proyecto político no se concreta y se queda a la mitad del camino en la carrera presidencial, pues para llegar hasta donde está, causó daños y dejó lesionados: aprovechó en beneficio propio cargo y recursos de la dirigencia panista, incumplió compromisos, faltó a la verdad, se deshizo de competidores con poca elegancia, dividió al PAN, golpeó a correligionarios que no simpatizaban con su candidatura y sacrificó posiciones políticas para sellar una alianza y asegurar su auto postulación como candidato presidencial, con mejores expectativas para su aliados, el PRD y Movimiento Ciudadano, que para su propio partido. Es cierto que el queretano logró su objetivo, pero a un alto costo, sin manejo ni tacto político.
En el camino dejó muchos enemigos, tanto dentro como fuera del PAN. Políticos lastimados que estarán esperando el momento oportuno para exigirle cuentas y quitarle el control de la institución. El candidato del Frente buscó fortalecer su posición en la dirigencia panista, a costa de debilitar al partido. Por ello, no dudó en promover la controvertida alianza Por México al Frente, con fuerzas políticas antagónicas, en principios e ideología, ofreciéndoles su partido como tabla de salvación de su registro electoral, a cambio de apoyo para su candidatura. Ante esto, la división interna era inevitable, lo que explica el errático apoyo mostrado por varios gobernadores panistas a su campaña electoral.
Habría que recordar que al registro de su candidatura sólo lo acompañaron 4 de sus 12 gobernadores (los de Baja California, Guanajuato, Nayarit y Tamaulipas, brillando por su ausencia los de Aguascalientes, Baja California Sur, Chihuahua, Durango, Puebla, Querétaro, Quintana Roo y Veracruz). Y en un mitin en Cuetzalan, Puebla, en el que se esperaba la presencia de, al menos, 9 mandatarios, sólo asistieron 6 (Baja California, Baja California Sur, Durango, Guanajuato, Nayarit y Querétaro).
Si como dicen que en política la forma es fondo, queda claro que varios gobernadores blanquiazules no se sienten muy comprometidos con su candidatura, como tampoco lo están los otros gobernadores de la coalición, los del PRD, de Morelos, Michoacán, Quintana Roo y Tabasco, a quienes no les ha preocupado ocultar su indiferencia por el candidato.
Y para que mencionar su enfrentamiento con el ex presidente Felipe Calderón y varios senadores calderonistas, que no le perdonan el juego sucio con el que presionó a Margarita Zavala a renunciar a sus 33 años de militancia panista. El PAN llegará al día de la elección fracturado y debilitado con unos socios que no garantizarán la sobrevivencia de su forzada alianza, en caso de derrota, porque no comparten ideología, objetivos ni intereses.
Este partido requerirá urgentemente someterse a una terapia intensiva para reconstituirse, curar heridas, recuperar la unidad y retornar a sus principios. Una tarea que no está al alcance de un candidato presidencial derrotado.