Miguel Tirado Rasso
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El 5 de junio del año que entra se llevarán a cabo elecciones para gobernador en seis estados de la República, Aguascalientes, Durango, Hidalgo, Oaxaca, Quintana Roo y Tamaulipas. En el siguiente año, en 2023, se renovarán las gubernaturas de dos entidades, Estado de México y Coahuila, con lo que concluirá el ciclo de renovación de mandatarios estatales de todo el país correspondiente al período de la actual administración presidencial.
Y, aunque pudiera parecer que nos estamos precipitando un tanto al dar la noticia sobre estos acontecimientos, el hecho es que, en dos estados, Oaxaca y Tamaulipas, el proceso electoral formal inició el mes pasado; en Aguascalientes, arrancó hace unos días y en Durango, Hidalgo y Quintana Roo, comenzará en los meses de noviembre, diciembre y enero, respectivamente.
A la vista de estos comicios, pero, sobre todo, con la mira puesta en la sucesión presidencial, cuyo proceso, todavía lejano en el tiempo aunque no en el ánimo de muchos, empezó ya a calentar el ambiente político, las dirigencias de los partidos han comenzado a hacer ajustes en sus equipos.
En el PAN, en un proceso sin sorpresas, con un control total o casi, Marko Cortés, fue reelecto como presidente de su Comité Ejecutivo Nacional. Sin adversarios de peso y, con una oposición que no logró organizarse, Marko arrasó con una votación casi unánime del Consejo Nacional de su partido, pues sólo hubo dos votos en contra, de 229. Aunque con no muy buenos resultados en su primera presidencia, tanto en el campo electoral como en su contundencia como principal oposición, el polémico Marko Cortés sacó provecho de su condición de dirigente y, muy a pesar de muchos, logró su reelección. Ahora, necesitará orientar sus acciones a cerrar filas, restañar heridas y recuperar a quiénes se han alejado, decepcionados, de su partido. Tiene poco tiempo para hacerlo.
En este partido, de sus últimos siete dirigentes, solo dos ex presidentes (Luis Felipe Bravo y Ricardo Anaya) se mantienen fieles al blanquiazul, porque tres renunciaron a su militancia (Felipe Calderón y Germán Martínez) o fueron expulsados (Manuel Espino). Uno se alejó de la política (César Nava) y otro abandonó al grupo parlamentario de su partido, aunque conserva su militancia (Gustavo Madero). En 2023, el blanquiazul estará compitiendo para retener cuatro gubernaturas que actualmente gobierna Aguascalientes, Durango, Quintana Roo y Tamaulipas. No la tiene fácil. Una competencia electoral similar a la de la elección de junio de este año, en la que, de 4 estados que gobernaba pudo conservar solo dos. Una prueba de fuego para el dirigente reelecto que está obligado a, por lo menos, igualar la marca de este año.
El PRI, como prácticamente todos los partidos, sufre una división interna, que a su dirigencia no parece quitarle el sueño. Debilitado en su posicionamiento político y muy menguado en su militancia, navega en la ambigüedad de una oposición que le está costando imagen, aún antes de definir su ubicación en el escenario político nacional. La vulnerabilidad de sus personajes destacados, por un pasado que los condena, o, al menos, así se percibe, ha dado lugar a un mutismo perjudicial al partido, que lo coloca en un estado de indefensión, frente a intereses de una dirigencia que no se ve muy comprometida con el fortalecimiento de ese instituto.
Las elecciones del año que entra volverán a poner a prueba al tricolor. De las cuatro gubernaturas que siguen bajo sus colores, dos estarán en juego, Hidalgo y Oaxaca, entidades en las que, por cierto, no se ha dado la alternancia y que, como se ven las cosas, es poco probable que este partido las conserve. En este año, su balance electoral en los comicios para gobernador fue desastroso. No pudo retener ni una de las 8 entidades que gobernaba, y no digamos de ganar alguna de las otras siete gubernaturas en juego. Con esa tendencia, que no se ve como pueda frenar, el Revolucionario Institucional va a terminar el sexenio con una gubernatura, si le va bien. En 2012, el tricolor era gobierno en 20 entidades, al finalizar el sexenio de Enrique Peña Nieto, conservaba 15.
El PRD, trata de salir a flote. Su situación actual es patética. Se habla de una refundación que plantea el cambio de nombre y/o de logotipo, como si el problema fueran sus siglas. Está claro que esta organización requiere de una transformación, pero si continúan los mismos personajes que lo han controlado desde hace años, con los usos y costumbres que lo hundieron, cualquier esfuerzo resultará inúti. La responsable de comunicación política del Sol Azteca, Estephany Santiago, señala que hay la intención de transformar al partido en una nueva fuerza socialdemócrata. Con este objetivo, el lunes pasado su presidente Jesús Zambrano, encabezó un encuentro denominado “Compromisos por la Unidad y Transformación Democrática del PRD”, en el que se suscribieron 29 compromisos, como inicio del debate para el cambio del partido, que le urge. Les deseamos suerte en esa titánica y casi imposible tarea.
Así el panorama de la oposición, en tiempos de pandemia.