Ciudad de México.- En la narrativa de Stephen King, localidades como Derry, Jerusalem’s Lot y Castle Rock no actúan solo como telones de fondo, sino como personajes por derecho propio. King utiliza su estado natal, Maine, para construir estos pueblos imaginarios que respiran, muestran costumbres, guardan secretos y desarrollan una identidad colectiva. Ellos se llenan de historia, de sucesos cotidianos, pero también de sombras: violencia latente, prejuicios, fanatismo, temores compartidos. A través de estos escenarios, King indaga en la psicología colectiva de comunidades que aparentan normalidad, pero que en su interior albergan grietas morales profundas.
El aislamiento rural convertido en caldo de cultivo perfecto para los horrores emergentes
La paradoja es que estos municipios, aislados y tranquilos, se convierten en espacios donde el miedo crece con mayor intensidad. La ausencia de distracciones urbanas, la vecindad demasiado cercana, la imposibilidad de huir convierten lo sobrenatural en amenaza ineludible.
En La niebla, por ejemplo, un grupo queda atrapado en un supermercado y el verdadero terror emerge no de lo que hay fuera, sino de lo que hay dentro de cada persona: histeria, fanatismo y ruptura de normas morales cuando la presión del miedo se vuelve insoportable.
Derry transformada en metáfora del mal nacido de secretos y culpas compartidas
Derry no solo es escenario físico de It, sino un ente que se alimenta de los secretos, las culpas y los silencios de sus habitantes. Los miedos ocultos, las acciones omitidas, los pecados no confesados le dan energía a la ciudad para albergar al monstruo Pennywise. King sugiere que la maldad no llega solo de lo sobrenatural, sino que nace en lo cotidiano: en el silencio de los vecinos, en el desprecio hacia el otro, en la inacción ante la injusticia. Derry enseña que el horror también se construye con lo que consentimos de la sociedad.
El miedo a lo extraordinario que interrumpe y destruye la vida cotidiana establecida
King explora el temor profundo de que algo disruptivo entre en la vida normal y la descomponga. Lo extraordinario —sea criatura, amenaza sobrenatural o crisis de moralidad— desestabiliza lo que se creía seguro. Ese miedo a perder el control, a que lo común se devore por lo desconocido, es lo que convierte estos pueblos en metáforas sociales poderosas. Las calles tranquilas, las rutinas usadas, los rostros amigables esconden nervios tensos ante lo que podría romperlos.
AM.MX/JC