José SÁNCHEZ LÓPEZ
EN nuestro país se derogó la pena de muerte ante el riesgo (justificado, desde luego) de que fuera utilizada como pretexto para deshacerse de enemigos, principalmente políticos o bien con el peligro de asesinar a inocentes, en cuyo caso no se podría reparar el error.
Sin embargo, la apatíade o complicidad de algunos gobiernos terminan por hartar al pueblo que, ante la impunidad, deciden tomar la justicia en sus manos.
Desafortunadamente en la mayoría de los casos, una turba enloquecida resulta incontrolable que, dejándose llevar por rumores esparcidos irresponsablemente, arremeten contra personas inocentes que fueron blanco de la furia reprimida, la ignorancia y sobre todo, de la impunidad, pues es común que los verdaderos culpables anden sueltos y lo más grave, con la complacencia de quienes debían de castigarlos.
El estado de Puebla es uno de esos ejemplos vivos de tan lamentables e irreparables acontecimientos.
La noche del 14 de septiembre de 1968, hace medio siglo, fueron lincnados en San Miguel Canoa, cinco jóvenes que, según acusaciones del cura del pueblo, querían colocar una bandera comunista en la iglesia de la comunidad.
Los jóvenes, empleados de la Universidad Autónoma de Puebla, habían ido de excursión a las faldas del volcán de la Malinche. Los agarró la noche y tuvieron que quedarse a dormir en la casa de un vecino que tenía problemas con el sacerdote.
Azuzados por el cura, que los acusó de comunistas, los habitantes del pueblo, armados con machetes, palos y antorchas, los atraparon y los mataron brutalmente.
Nunca hubo castigo para los culpables del caso que hasta fue llevado a la pantalla grande.
El 28 de septiembre de 2015, en el poblado de Cohuecan, Puebla, dos hombres fueron señalados por lugareños como secuestradores. Iban a llevarse a un niño, dijeron. Los pobladores los golpearon, los llevaron a la plaza del pueblo y los colgaron. Los acusadores nunca aparecieron y el niño menos. Se había tratado de dos vendedores de quesos y crema que tocaban a las puertas ofreciendo su mercancía.
Ese mismo año, el lunes 19 de octubre, dos encuestadores de la empresa Marketing Research & Services fueron linchados y quemados por una turba en el municipio de Ajalpan, Puebla. La muchedumbre que argumentò: “eran unos extraños que hacían muchas preguntas”, los acusó de secuestradores, los arrastró hasta el zocalito del pueblo, los tundió a golpes y los quemó entrte escombros de papeles y basura. Los linchadores miraron complaidos y tranquilos hasta el fin la dantezca escena.
Apenas el pasado miércoles, en el municipio de Acatlán de Osorio, para variar, en Puebla, dos hombres de 53 y 21 años de edad, fueron linchados por otra enardecida turba que los acusó de robachicos y que mostró en pleno su sevicia, mientras las dos víctimas eran quemadas vivas.
Los dos hombres ya habían sido llevados al cuartel de policía, tras las acusaciones, pero instigados por alguien (es fácil, ser valiente desde el cobarde anonimato colectivo), que tocó las canpalas de la iglesia, más de un centenar de pobladores llegó hasta el lugar, derribó las puertas y se los llevaron a rastras.
-“¡Maten a los perros! ¡Quémenlos! ¡El pueblo unido jamás será vencido!”, gritaban enardecidos los lugareños que, refosilándose con los gritos de dolor y auxilio de los supuestos secuestrtadores que pedían piedad, con los celulares en alto grababan todo detalle del siniestro espectáculo.
Sus gritos fueron apagados por los aplausos, vítores y consignas de sus verdugos que al verlos muertos se regocijaron haber acabado con los robachicos.
Cuando se hicieron las investigaciones correspondientes, se comprobó que eran dos campesinos, que no tenían antecedente alguno, que se trataba de gente honesta y trabajadora.
La Fiscalía General del Estado, que hasta entonces apareció, en un comunicado informó que los sospechosos no habían cometido ningún crimen y que eran trabajadores del campo.
La última en Tula, Hidalgo, en la comunidad de Santa Ana Ahuehuepan, donde retuvieron y quemaron a una pareja, acusados de secuestradores. El hombre murió calcinado en el lugar y la mujer más tarde en el hospital, donde la llevaron con graves quemaduras.
Un día después, el secretario de Seguridad Pública de Hidalgo, MAURICIO DELMAR, declaró en conferencia de prensa que los rumores de secuestro fueron falsos y que una psicosis colectiva se había apoderado de la gente.
Sin duda que hay culpa de los pobladores, al actúar emocional e irracionalmente, sobre todo de aquellos que, irresponsablemente, suben a las redes sociales toda clase de rumores, sin confirmar ni saber bien a bien qué tam de cierto haya, pero la gran culpa es de los que han creado ese vacío de poder, de aquellos que no han sido capaces de garantzar paz, seguridad, tranquiidad y por ende, el pueblo termina haciéndose justicia por propia mano, al dar por ciertos hechos falsos.***¿QUIÉN MATÓ AL COMENDADOR? ¡FUENTEOVEJUNA, SEÑOR! ¿Y QUIEN ES FUENTEOVEJUNA? ¡TODO EL PUEBLO, A UNA!***AU REVOIR.
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