José Cruz Delgado
La noche oscura ha caído sobre el PRI y sin embargo este partido parece maniobrar toda serie de artilugios para prolongar, a través de un propio o un ajeno, su permanencia al frente de los destinos del país. Y es que pactado o no, las detenciones recientes de los ex gobernadores de Tamaulipas y de Veracruz, están siendo aprovechadas por el tricolor para intentar lavarse las manchas de corrupción que le han sobrevenido como alud en la presente administración.
Las escandalosas ilegalidades que en otros momentos encarnaron figuras como Arturo Durazo o Raúl Salinas de Gortari confirman que si los partidos políticos tienen un código genético, el mapa evolutivo del PRI ha arraigado la corrupción en su actual morfología. Así queda de manifiesto en el devenir de casos de corruptelas que uno tras otro se agregan, develando el funcionamiento de este “renacido” partido en el poder.
A la pléyade de saqueadores y delincuentes que han significado para la población de estados como Nuevo León, Quintana Roo, Tabasco, Veracruz, Chihuahua, Tamaulipas, Michoacán y Coahuila, sus respectivos gobernadores emanados de las filas del partido fundado por Elías Calles; habrá que agregar otros ejemplares actos de inmoralidad que el nuevo PRI ha dado a los mexicanos tales como la Casa Blanca presidencial, el caso OHL o la casa del actual canciller Luis Videgaray.
Una tras otra, las exposiciones de estos sucesos ante la opinión pública han sido intermediadas también por actos de ilegalidad que podrían ser considerados “menores”, como el del narcofiscal de Nayarit y otros tantos que demeritarían a la lista expuesta anteriormente, pero que al formar parte de un cuantioso cúmulo, contribuyen a la definición cualitativa del Revolucionario Institucional.
Lo cierto es que para la ciudadanía hay algo que se ha extraviado junto a la moral (eufemísticamente llamado el “árbol que da moras”) en la política mexicana: la capacidad de asombro. Y es que la voluntad de reacción de la sociedad mexicana frente a este lastre no parece causar efectos sobre el actuar de la clase política que sigue regodeándose en sus privilegios.
El Reporte de Competitividad Global 2015 del Foro Económico Mundial ubica, que en la percepción de los propios mexicanos, nuestro país se encuentra entre las naciones del mundo con mas desvío de recursos, ubicándose en su punto más bajo desde 2006. Este malestar retratado en este dato, no tiene sin embargo una correlación importante con las preferencias electorales que siguen mostrando a un tricolor competitivo y vigoroso, al menos en las entidades federativas en las que habrá comicios este año.
La permanente exposición de la sociedad mexicana al flagelo de la corrupción le ha generado lo que podríamos llamar una fibrosis en su capacidad de asombro. Por ello es que la simple detención de Tomas Yarrington, Javier Duarte o los ex gobernadores que le sucedan en el llamado a cuentas a la justicia, resultan irrelevantes en sí mismas mientras no sirvan para extirpar de fondo el entramado que permite el acumulamiento de estos sucesos de manera impune.
Los gobernadores y los funcionarios que cometen actos de ilegalidad al frente de sus encargos, lo hacen en parte porque hay un entorno que los estimula y porque existe una elevada probabilidad de que terminen en la impunidad. Esto es lo que está detrás de la incapacidad de la sociedad para reaccionar ante tan gigantescas tropelías.