Luis Alberto García / Moscú
*Desde 1958, ha participado en la mitad de las Copas del Mundo.
*El mediocre legado de Leonid Slutsk debe ser superado en 2018.
*De Lev Yashín a Fedor Smólov, antes y después del futbol ruso.
*La juventud se impone bajo la dirección de Stanislav Cherchesov.
Como ha sido habitual en los últimos Campeonatos Mundiales de Futbol, las expectativas del balompié ruso no son altas para la vigésima primera edición, que se escenificará este verano en su país, sin que se esperen mayores sorpresas ante la actuación del grupo que dirige Stanislav Cherchesov, quien asumió una seria responsabilidad en agosto de 2016.
En la Copa Confederaciones de 2017, la “Sbornaya”, la selección, rusa no superó la fase de grupos, como parte de la herencia mediocre que dejó Leonid Slutsk a un director técnico que, luego, de 16 juegos, ganó cuatro, empató seis y perdió seis.
Los rusos consideran que son cifras indignas para un anfitrión que, en su torneo mundialista, quiere lucir las galas que adquirió en un ya remoto pasado, como el oro de los Juegos Olímpicos de Melbourne en 1956 y el Campeonato de Europa en 1960.
El timonel ruso no oculta las ambiciones de su conjunto, compuesto por jugadores que no solamente han sido convocados, sino que son titulares desde mediados de 2017, entre ellos los hermanos Mirandchuk, Daler Kusyayev, Roman Zobnin, Alexander Golovin, Giorgi Dzikiya, Andrei Luniov, Alexei Bukharov, Dimitri Poloz, Maxim Kanunnikov y Fedor Smólov, la revelación reciente, estrella del Krasnodar.
“Ellos deben luchar por la máxima gloria, tarea que se apoya en una plantilla joven, superar la fase de grupos ante Arabia Saudita y Egipto, y seguir adelante hasta la gran final”, sentencia Cherchesov con optimismo desbordante, casi patriótico.
Es evidente que su misión es abrir camino a la obtención de la Copa FIFA 2018; pero ejemplificando con el mediano papel de 2017 –con derrotas ante Portugal y México, y una victoria frente a Nueva Zelanda-, la senda a transitar no se presenta fácil, no obstante que, en apariencia, Arabia Saudita y Egipto –éste con su figurón, Mohamed Salah, goleador del Liverpool- pueden resultar rivales cómodos.
No será así con Uruguay que, en el Grupo A, es candidato a pasar a la siguiente ronda, con Edinson Cavani y Luis Suárez ajustando la mira de sus fusiles, además de que atrás de la escuadra celeste hay un historial mundialista que incluye el cetro de 1930 en el primer Campeonato del Mundo, celebrado en Montevideo, capital uruguaya.
No se diga la épica y reconocida victoria de 1-2 sobre Brasil en 1950, con goles de Alberto Schiaffino y Alcides Ghiggia en el estadio de Maracaná, máximo altar y templo mayor del futbol brasileño, radicado desde entonces en Río de Janeiro.
Rusia tendrá sus tres partidos iniciales en Moscú, San Petersburgo y Samara, con un público que seguirá a morir a su selección, que ha asistido diez veces a Copas del Mundo (Suecia, Chile, Inglaterra, España, México –en 1970 y 1986-, Italia, Estados Unidos, Corea/Japón y Brasil), 40 partidos jugados en ellas, con 17 ganados, ocho empatados y 15 perdidos; 66 goles anotados y 47 recibidos.
Los periodistas veteranos, aficionados en general y ex futbolistas cargados de fama –alcanzada en los tiempos heroicos de la Unión Soviética, nacidos la mayoría antes y después de la Gran Guerra Patria contra el nazismo-, coinciden en que, lo que difícilmente se logrará, será superar las hazañas de los diez futbolistas soviéticos y rusos más emblemáticos de su historia
Cuando se hace un recuento de los mejores jugadores que ha visto el seleccionado anterior y posterior a 1991, antes y después de la desaparición del país como potencia universal, vienen a la memoria las alegrías provocadas por jugadores que son irrepetibles en la nación más grande del mundo.
Han sido jugadores que, con su calidad, liderazgo y su marcada diferencia, lograban cautivar y hacer soñar a un seleccionado en su propia casa, decisivos para distintas épocas de la selección de la Unión Soviética y, posteriormente, para Rusia:
En primerísimo lugar estaría Lev Yashín, el portero que con su agilidad y excelente juego dentro del área, fue conocido por su usual vestimenta oscura, como “la araña negra”, considerado el mejor de todos los tiempos en su puesto, y por haber ganado el Balón de Oro en 1963, convirtiéndose en el único arquero ganador de ese galardón, además de ganar la medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Melbourne en 1956, y colaborar para que la Unión Soviética ganara la Copa Europea de Naciones en 1960.