Tania Itzel Vargas
Una llamada no atendida. Dos, tres…siete. Una entrada a buzón de voz. Silencio. Incertidumbre. Incertidumbre que le da paso al miedo y a la locura.
El miedo… cómo odio que lo único que me quede es el miedo cada vez que mi hija no responde el celular.
El estómago se me hizo un nudo cuando me desvió la llamada tres veces y, finalmente, me mandó a buzón.
Lo terrible no es pensar que le hayan robado el celular. Lo terrible es pensar que el objetivo no hubiese sido el celular, sino ella.
Me pongo a pensar en seguida en lo que sería de mi vida si ella desapareciera. En su cuarto vacío. En su ropa tirada y los zapatos fuera de su lugar por los cuáles la iba a regañar en cuanto llegara. Obvio eso ya no importa. ¡Recogería su ropa toda la vida si tan solo ella estuviera bien!
Lo único que me pasa por la cabeza es el maldito miedo con el que vivimos las mujeres cada vez que salimos a la calle. Es un miedo inherente, es un miedo que está ahí a pesar de tus fuerzas, a pesar de tu optimismo, a pesar de tu amor por la vida, a pesar de que seas la mujer más valiente.
Todas somos valientes, porque no podemos ser libres.
Pienso en todos los planes que ya no cumpliría y se me van las fuerzas. Pienso en las 72 interminables horas que tendría que esperar para que la policía empezara a buscarla.
Pienso en cómo lloraría por ella, cómo lloraríamos todos por ella cada segundo de nuestras vidas.
En sus fotos pegadas en los postes de la ciudad… decolorándose.
Vuelvo a llamar…buzón de voz.
A veces me daba risa y otras veces me molestaba que mi mamá me hiciera perder el tiempo con sus tantas recomendaciones justo en el momento en el que iba de salida. Por qué me hacía detenerme un minuto entero escuchando su: “llévate una chamarra, lleva suficiente dinero, no te distraigas” y, siempre cerraba con un: “Ponte lista todo el tiempo, por favor”.
Me pidió miles de veces que no me distrajera, que mirara bien a todos lados y a todos. Pero de verdad, se veía angustiada. Yo odiaba que me hiciera sentir miedo cada que iba a salir a la calle.
Pero la realidad es que en México, siete mujeres son asesinadas cada día. De hecho es terrible pensar que mientras estoy escribiendo este texto alguna mujer en el país está siendo violentada por alguien muy cercano a ella, como sucede en la mayoría de los casos. Es difícil pensar que cuando escriba la última letra de este texto una mujer podría estar en el piso agonizando, en alguna parte de este país.
Pero, ¿dónde?,¿cómo?, ¿por qué?
Los por qués son tantos, las explicaciones de lo irracional pueden ser muchas. Pero el crimen de ellas, pero el crimen mío…su crimen: ser mujer.
Pasaron los años. A lo largo de esos años, pese al recurrente consejo de mi madre: ¡Ponte lista! No pude evitar que un tipo se sacara el pene en el camión y lo frotara en mi mano, mientras estaba dormida. No me puse lista.
Pese a las advertencias de mi madre, no pude evitar que el hombre con el que me casé me golpeara a lo largo de 10 años. Obviamente no me puse lista.
Y aunque mi madre se desgastara cada mañana diciéndome: ¡Ponte lista!, no pude evitar que cada novio con el que me relacioné me hiciera sentir estúpida, inútil, buena para nada, que juzgara mi forma de vestir o de hablar o de pensar. No pude evitar que me tacharan de puta por vivir mi sexualidad libremente como cualquier masculino lo hace.
No pude evitar que un tipo me enseñara su pene en el momento en que me acerqué a su auto para darle indicaciones sobre cómo llegar a la dirección que buscaba.
¿Es en serio? ¿Nunca me puse lista?
Permanecer viva en un país en el que de 2006 a 2013 ocurrieron aproximadamente 3 mil feminicidios, definitivamente es resultado de que o me puse lista o simplemente he tenido suerte de no formar parte de la cuota diaria de mujeres a las que se les arrebata la vida en este país, por el simple hecho de ser mujeres.
¿Pero… mi hija? Salgo corriendo a la calle a empezar a buscar, a buscar en todas partes sin saber ni por dónde empezar. ¿Por qué nunca he tenido un plan de acción en caso de que secuestren a mi hija? ¿Por qué no noté que se había convertido en una mujer y que por ese simple hecho ya estaba en peligro cada vez que sale a la calle? Obvio, porque no se supone que uno piense en ese tipo de cosas.
-En México, sí- me digo. Y no lo hice nunca.
De pronto la veo dar la vuelta en la esquina de la calle, llega hasta mí cabizbaja y me dice: Mamá un tipo me jaló mi celular en el metro y lo tuve que soltar. Me lo robó.
Con el alma de regreso en mi cuerpo la tomé en mis brazos y por toda respuesta dije: ¡Hija… ponte lista!