Francisco J. Siller
En 20 días el presidente Andrés Manuel López Obrador rendirá su segundo informe de gobierno. La gran incógnita es qué va a decir a los mexicanos. ¿será un informe triunfalista para presentar un México en el que nada pasa? O tendrá un mensaje realista, con los pies bien puestos sobre la tierra.
Tenemos indicios del contenido de este segundo informe. Lo dicho en las mañaneras y en los videos de fin de semana apuntan a que este segundo informe dirá a los mexicanos de la buena actuación del gobierno en temas como pandemia, seguridad, salud y recuperación de la economía.
Desde luego en la retórica presidencial habría grandes avances y logros, en sus programas sociales, en la construcción del Aeropuerto de Santa Lucía, en la refinería de Dos Bocas y en el Tren Maya, obras que ni el Covid-19 han logrado detener.
El presidente ha fijado su postura claramente sobre el principal mal que nos aqueja: La crisis de salud. Bien podría traducirse en el hecho de que muera el que tenga que morir y que quiebren las empresas que tengan que quebrar. Así es y no hay marcha atrás.
López Obrador apoya a López Gatell en el combate del coronavirus, que considera como el más adecuado, aún cuando sea contrario a las recomendaciones y experiencias internacionales. Está montado en su macho y no habrá ni marcha atrás, ni correcciones y mucho menos relevará al subsecretario.
El mantener un control estricto sobre los porcentajes de ocupación de camas destinadas al Covid, es uno de los principales éxitos cacareados desde el inicio de la pandemia y el número de fallecimientos crece día a día, pero no son en su totalidad muertes registradas en instalaciones de Salud.
Al último reporte van más de 52 mil defunciones documentadas y 480, 278 casos confirmados, y se sabe que hay otro tanto que podrían significar sospecha. Esto ocurre por la negativa a aplicar las pruebas que darían certidumbre a especialistas de dónde se localizan los focos de infección.
En su informe, el presidente dirá que México ha logrado sortear la pandemia y dará datos sobre tasas (por millón de habitantes) para demostrar que lo que se dice de México a nivel internacional no es cierto. Que es imposible que ocupamos el tercer lugar en fallecimientos sobrepasando a China, Italia, Francia y España.
Pero los números son números, que no son inventados por los opositores conservadores y que nos sitúan entre los países con más muertes que países con un mayor número de habitantes, entre ellos India, Rusia, Pakistán, Indonesia, China, Bangladesh y Nigeria.
En el ámbito de la inseguridad, acaso reconocerá que las muertes violentas de su sexenio (casi 59 mil) ya sobrepasan a las del coronavirus (52 mil) y que su gobierno debe llevar a cuestas la responsabilidad de más de 110 mil fallecimientos que podrían haberse evitado con acciones certeras y contundentes.
Esta demostrado que se política de cambiar los balazos por abrazos no ha dado resultado, como tampoco el contradictorio manejo de la pandemia al confundir la política con el manejo científico de las acciones y sobre todo por el mal manejo de la información a la ciudadanía, plagada de contradicciones.
El presidente López Obrador piensa que el sector salud está controlado y así nos lo dirá. Que el desabasto de medicamentos es un invento de opositores, que el gobierno no se ha olvidado de los niños enfermos de cáncer, de los que viven con VIH.
Y de cientos de miles de pacientes que no han podido obtener consultas de los especialistas, porque los hospitales solo están disponibles para la atención del Covid y que solo reciben a personas con síntomas graves para evitar la saturación del sistema hospitalario.
Es lamentable que los grandes males de México ronden la pandemia, como centro común. Que sus efectos se extiendan como una telaraña para dañar la economía, el empleo y qué arroje a más millones de mexicanos a la pobreza, sin que el gobierno tenga una perspectiva realista ni un plan contracíclico adecuado.
Cuántas veces hemos escuchado al presidente decir que las cosas ya no son iguales, que es por ello que en México ahora se hacen las cosas diferente, de sus ataques al neoliberalismo que impera a nivel mundial, pero que de alguna manera está ayudando a muchos países a remontar la crisis económica.
Seguramente escucharemos que ya nos vamos recuperando, que en julio se crearon 10 mil empleos y más de 15 mil en agosto, de los cuales el gobierno no ha movido un dedo para ello, que es la iniciativa privada, esa a la que aborrece que esta viendo por su supervivencia.
En esta crisis económica motivada por la pandemia, se perdieron más de un millón de empleos formales y más de 12 millones informales y alrededor de diez millones se incorporaron a la categoría de pobreza ¿lo reconocerá en su informe? O volverá a prometer la creación de dos millones de empleos para diciembre.
Tenemos un presidente que solo da “destellos”, pero que no alumbra como faro guía el camino de México, que polariza a la sociedad y que aplica a rajatabla el “estás conmigo o contra mi”. Qué pide tiempo para concretar, pero que no cumple sus plazos, como ha sucedido en los 20 meses que lleva su gobierno.
López Obrador quiere transformar al país, de ahí su Cuarta Transformación y pasar a la historia como lo hicieron Hidalgo, Juárez o Madero, pero se equivoca cuando lo hace por decreto, desapareciendo instituciones, con un control férreo del Congreso de la Unión, de la clase gobernante y su burocracia.
Para lograr esa transformación necesita —y no lo entiende aún— de una sociedad fuerte, poderosa y unida en torno a su gobierno y no de una debilitada precisamente por el propio gobierno que apuesta al que el más fuerte sobreviva, como en el caso del Covid o de las empresas que integran la planta productiva.
Recuerdo un libro del escritor Oscar Aguilar —que leí en 1983— titulado “Que Muera México” que planteaba la destrucción del país para hacerlo renacer como un país nuevo y libre de defectos y problemas causados por el paternalismo gubernamental dirigido a un pueblo acostumbrado a extender la mano.
Que describía a México como un país rico en posibilidades, pero desperdiciadas por los mexicanos, mentalmente imposibilitados a salir de la crisis por sí mismos. Hoy a 37 años de distancia, la tesis de Oscar Aguilar no tiene variantes diferentes, tenemos millones de pobres extendiendo la mano a López Obrador por migajas.
La diferencia, por neoliberalista que parezca es que Aguilar hablaba de destruir ese país y construir uno en que el mexicano se valga por si mismo y aprovechar las oportunidades de la riqueza —en todos los sentidos— que México puede ofrecer y dejar de extender la mano esperando que la fruta caiga sola del árbol.