viernes, abril 19, 2024

“Pátzcuaro es un cachito del cielo”

Adrián García Aguirre / Pátzcuaro, Michoacán

* La frase feliz de Rocío Díaz, la nieta del patriarca.
* Este Pueblo Mágico es un estímulo para los sentidos.
* Es un lugar que se identifica plenamente con su historia.
* El doctor Gabriel García Romero fue mexicano y patriota.
* Don Vasco de Quiroga derramó cultura con su utopia humanista.
* Como tradición ancestral, los vivos conmemoran a lo muertos.

Lo dice con orgullo y prestancia una joven señora nacida en este Pueblo Mágico de vocación lacustre, surgido de la imaginación primigenia cuyos orígenes remotos son tan antiguos como sus habitantes originarios: “Esta es la tierra de Dios y María Santísima, y no hay duda de que Pátzcuaro es un cachito del cielo”

Pródigo como pocos en la patria impecable y diamantina, la belleza lo tomó desde siempre y de allá nos llama desde el fondo del corazón para tranquilizarlo, porque este en un sitio en donde la naturaleza encontró su síntesis exacta, generosa y armoniosamente..

La utopia de don Vasco de Quiroga sobre el encuentro fraterno entre los seres humanos en una sociedad igualitaria, sigue dando frutos constantes a las orillas de un lago que es condición y razón de ser de los habitantes de una población, en la que flotan sobre su superficie mariposas pescadoras de hilo y madera.

Pátzcuaro, en Michoacán, además de ser ese cachito del cielo, está en la orilla del paraíso, a cuyo embellecimiento dedicó buena parte de su corta vida el doctor Gabriel García Romero hace más de un siglo, patriarca y filántropo que lo dignifica, mexicano y patriota, como lo definieron sus nietos, los primos García Estrada, García Chávez y García Aguirre.

Ellos y el resto de su multitudinaria descendencia lo han honrado con un busto de bronce situado en el jardín del hospital civil que lleva su nombre, en la población que fue la primera capital de Michoacán, trasladada a Valladolid, hoy Morelia.

Rocío Díaz García, quien pronunciara la frase feliz con la que se inicia esta crónica, admiradora del prohombre que vivió de 1869 a 1915, refiere que Pátzcuaro es una población en donde, cada mes de noviembre, los vivos conmemoran a los muertos.

Como en otras poblaciones de México, se honra a los difuntos con flores de cempasúchil, comida, bebidas, veladoras encendidas en los cementerios y, en la isla de Janitzio, los lugareños ofrecen sus rezos y sus artesanías.

“Ahí –explica Rocío con alborozo y contento-, se muestran cuadros con pinturas que de las canoas que usan los pescadores para sus faenas de cada día para vivir de acuerdo a lo que la naturaleza les regala, como el pescado blanco y las acúmaras que hay en abundancia y son su sostén económico”.

Pátzcuaro posee una notable riqueza colonial presente en la basílica de Nuestra Señora de la Salud, en el convento de Santa Catarina, en el colegio de San Nicolás fundado por don Vasco y en el templo del Sagrario, donde está el nicho que guarda los restos del doctor García Romero, fallecido el 15 de agosto de 1915, cuando el pueblo entero se enlutó.

En uno de los portales del centro aún se conserva, tal cual era hace más de cien años –con todo y los botámenes alemanes de porcelana en sus anaqueles-, está la farmacia Moderna que fue propiedad del médico generoso y bueno, entregado en todo momento a sus conciudadanos, sin que a veces cobrara ni consultas ni medicamentos.

Nacido en Nahuatzen , en el corazón de la meseta purhépecha, Gabrielito fue enviado a estudiar en 1874 a Morelia por su padre, don Luis Gonzaga García Villa, comerciante y mesonero, para volver convertido en una eminencia médica a fines del siglo antepasado.

Al poniente de la plaza mayor –curiosamente sin templo ni catedral que la resguarde- en la que se erige la estatua de don Vasco-, está una famosa nevería que tiene décadas de vender barquillos, helados y paletas que son la delicia Michoacán y de México para no exagerar.

Este Pueblo Mágico también es riquísimo en artesanías y en gastronomía. con las nueces en escabeche, las carnitas, el pollo placero, el churipo, los uchepos y las corundas con nata como sus insignias culinarias, que han dado fama a la cocina tradicional michoacana con sus sabores prehispánicos de hierbas y buen sazón.

En un entorno húmedo caracterizado por pinos, oyameles y encinos que deja a su paso la vegetación del lago, acostumbrados al clima templado y a la fertilidad de la vida, los patzcuareños viven inmersos en los aromas de la tierra mojada y de las flores, entre las cuales las begonias son las reinas.

Ellos saben prodigar los cuidados que su pueblo necesita para darle alegría a calles, kioskos, plazas y avenidas, resguardando alma y espíritu en el mosaico oloroso de los capullos, con el cerro del Zirate atento y vigilante desde las alturas, cuidando la tierra y el agua.

De origen étnico puramente indígena con matices mestizos inconfundibles, los habitantes de Pátzcuaro -lugar pacífico por convicción- practican la tolerancia y la amabilidad, con relaciones sociales nunca marcadas por jerarquías, y si por la nobleza de su gente.

Los purhépechas súbditos del rey Calzontzin, cuya lengua se manifiesta en numerosas regiones michoacanas, constituyen una porción importante de la población, con giros idiomáticos que la acentúan como se observa en los tianguis y en los mercados, con la confusión natural del trueque, añeja costumbre transmitida de generación en generación.

Debemos comprar rebozos negros a rayas moradas como los usados por las guaris, gabanes rancheros, jícaras y charolas de laca, cerámicas variadísimas y mucho más en la famosa Casa de los Once Patios, a unos pasos de la plaza principal.

Al final, tomemos energía en el portal del San Francisco frente a la placita del Humilladero para desayunar uno de los suculentos platos de menudo servidos por doña Carmen Romero, único en el mundo -¡verdad de Dios!-, y si no pregunten a Aníbal Ponce, comensal habitual que se va feliz de la vida.

Y a manera de despedida –a sugerencia sabia de doña Carmen, guapa güera de rancho originaria de San Juan de las Huertas, no lejos de Patzcuarito-, subamos al mirador de El Estribo, en cuyas altitudes es posible contemplar el lago y sus paisajes en toda su magnificencia.

“Pueblos ribereños como Erongarícuaro con su convento –reitera Rocío Díaz García-, tuvieron la bendición de Dios y María Santísima, porque estamos en la tierra de los lagos azules y los llanos dorados, en este pueblo lindo donde yo nací”.

 

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