jueves, diciembre 12, 2024

OTRAS INQUISICIONES: Ruiz Cortines: Lecciones del pasado

Pablo Cabañas Díaz.

En junio de 1954, hubo un golpe militar contra el presidente de Guatemala, Jacobo Árbenz, para América Latina este hecho fue la señal de que la guerra Fría se había instalado en la región. En México los acontecimientos guatemaltecos tuvieron un impacto considerable que ha sido poco estudiado. La crisis guatemalteca acentuó la fractura política que había provocado el gobierno del presidente Lázaro Cárdenas (1934-1940) en el seno de las clases medias y la élite política,  tensión que  hoy vuelve a ser latente con el gobierno de Andrés Manuel López Obrador.

La reactivación de la izquierda del régimen tuvo un efecto que evidenció la fragilidad de la unidad nacional y puso al descubierto la precaria estabilidad de los equilibrios políticos internos. También sembró la inquietud de que el régimen revolucionario mexicano había caído en la autocomplacencia. Esta convicción inspiró las movilizaciones estudiantiles de los años sesenta. El ex presidente Cárdenas asumió de inmediato el liderazgo, de una corriente del PRI. Esta actitud contrastaba con la tibia reacción del presidente Adolfo Ruiz Cortines (1952-1958) y con la hostilidad de una amplia ala anticomunista en la burocracia y en el sector empresarial.

La política exterior mexicana de la segunda mitad del siglo XX se basaba en dos presupuestos generales: primero, que la política exterior era una fuente de consenso nacional, cuyos objetivos se plasmaban en la defensa de los principios de no intervención y autodeterminación. Segundo, que entre Estados Unidos y México había una relación especial, que consistía en “un acuerdo para discrepar” en temas de política internacional, siempre y cuando no estuvieran en juego sus respectivos intereses estratégicos. Este acuerdo sería la base de la relativa autonomía de la política exterior mexicana que fue vista históricamente como prueba de esa supuesta relación especial.

En esa crisis, ni los empresarios, ni la Iglesia Católica apoyaban al defenestrado gobierno de Guatemala e incluso al interior del gobierno había diferencias, sobre cómo parar el problema, entre otras razones porque ponía en riesgo la relación con Estados Unidos. La idea de que la política exterior es fuente de consenso interno es difícil de sostener desde esa época. La estabilidad interna depende también de la política exterior y, en muchos casos se subestiman los desacuerdos que puede provocar una diferencia con la Casa Blanca. Por ejemplo, el apoyo a la República Española en 1936 dividió en forma tajante a la opinión pública, pero estas diferencias no pusieron en entredicho los equilibrios internos por la simple razón de que a la Casa Blanca  no le pareció mal el apoyo de Cárdenas a los republicanos.

La oposición entre cardenistas y anticardenistas, es central en esta historia. Sin duda la presidencia de Ruiz Cortines representa el cenit del presidencialismo en apariencia omnipotente, que se asentaba en un firme consenso fundado en el crecimiento económico y en la estabilidad política. Ese momento irrepetible del presidencialismo fue producto, de la habilidad de Ruiz Cortines para conjurar con pactos y compromisos, las amenazas de caciques regionales, y las corporaciones obreras y campesinas. No obstante, fracasó cuando aplicó la misma estrategia a los problemas internacionales. El presidente respondía a las demandas de los cardenistas con un discurso que en público defendía la autodeterminación, pero en privado atendía al embajador de Estados Unidos y atacaba al comunismo, y tomaba medidas persecutorias contra los comunistas locales. Ruiz Cortines, no resolvió los antagonismos, los mantuvo en equilibrio, hoy diríamos que los pudo administrar. Sin embargo, en el contexto de la guerra Fría, su política exterior no tenía mucho margen de maniobra pues solo contaba con un interlocutor, los intereses de Estados Unidos.

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