Pablo Cabañas Díaz.
Jesús Silva-Herzog Flores, quien fue secretario de Hacienda del entonces presidente José López Portillo relató que cuando éste daba los últimos toques a su Sexto Informe de Gobierno, le comunicó que viajaría el fin de semana a Ixtapa, Zihuatanejo “para consultar con “el viento, el sol y el mar” la posible nacionalización de la banca mexicana y la imposición de un control de cambios”. Ese momento marca el esplendor de la superficialidad, del poder alucinante y sobre todo de la angustia de quién se sabe que llegó a un camino sin salida.
Silva-Herzog describe la frivolidad del presidente que optó por nacionalizar la banca, ante los graves problemas de liquidez que enfrentaba la economía mexicana. El hombre que en ese momento tenía la más importante responsabilidad del país, viajó a Ixtapa, para consultar con el mar —su excéntrico asesor financiero— para saber cuál de las tres opciones posibles pondría fin a la fuga de capitales: a) la expropiación de la banca privada, b) la imposición de un riguroso control de cambios o, c) las dos anteriores.
La anécdota que dejó el secretario de Hacienda dejó de ser un mero apunte tragicómico, si tomamos en cuenta que López Portillo. acudió al mar, en medio de la mayor crisis de legitimidad de su gobierno, para tomar una decisión que marcará para siempre la historia económica del país. López Portillo, estuvo frente al mar, para auto diagnosticarse de un malestar que según él solamente los presidentes de México experimentan, la angustia histórica. “Tengo la sensación de angustia en la boca del estómago. Angustia histórica, de esa angustia que sólo un hombre cada seis años, en México, puede sentir”
El presidente, representó su papel de Tlatoani navegando en su velero de nombre Ehécatl en el mar de Ixtapa, hasta que topó con unas olas negras, un derrame petrolero provocado por Tezcatlipoca. Con esa alucinación el fatal reflejo de su cansada efigie y al igual que su admirado Quetzalcóatl, López Portillo —ebrio de poder y narcisismo— decide redimirse con la expropiación bancaria.
El espejo negro y humeante de Tezcatlipoca reveló el irremediable destino del México postrevolucionario: la Revolución en el siglo XX, había realizado la expropiación petrolera y terminaba con la expropiación de la banca.
En la casa de visita de Fonatur, descansó esos días fantasmagóricos López Portillo. Ese fin de semana, estuvo protegido por el Estado Mayor Presidencial que como era su costumbre sitiaba el terreno cada vez que el presidente y su familia estaban en la casa de visitas. Durante el sexenio de Miguel de la Madrid ese lugar dejó de ser la mítica casa de visitas y pasó a ser un restaurante bar llamado La Cucaracha, que más tarde se abandonó y demolió. En ese lugar, ahora, sólo quedan vestigios de la angustia histórica que provocaría una decisión de López Portillo, que hasta hoy en este 2020, seguimos pagando, y que se hizo realidad en esa fecha trágica que fue el primero de septiembre de 1982.