Pablo Cabañas Díaz
El escritor Martín Luis Guzmán, autor de los libros: “La sombra del Caudillo” y “El águila y la serpiente”, desde su cargo como responsable de la Comisión Nacional de los Libros de Texto, fue testigo mudo de los acontecimientos de 1968. Dos años después se le reconocería su gesto de abstenerse de decir cualquier cosa sobre el movimiento estudiantil, al otorgársele una senaduría que habría de ocupar de 1970 a 1976. El silencio cómplice -ya fuera obligado o por convicción- de Guzmán contrastó con la participación de otros en apoyo abierto a Gustavo Díaz Ordaz.
Entre el “no pasa nada” pasó el año de 1968 de Guzmán. En septiembre, Guzmán se paró en la puerta del Sanborns, que había
en la calle de Niza, en la Zona Rosa —son varias personas las que van a decirle que están matando a los estudiantes, y él se limita a repetir: “toda ha mejorado, no lo destruyamos”.
En 1968, Martín Luis Guzmán se olvidó de las garras de los caudillos revolucionarios. Su excusa para no apoyar a los estudiantes se maquilló de valores republicanos. Se decía seguidor de los valores liberales del juarismo, los cuales se contraponían a los preceptos del comunismo. Situado en el cómodo asiento del funcionario cooptado por el Estado se disfrazó de crítico —a través de su revista— y justificó el autoritarismo y la violencia que en su literatura había cuestionado.
La escritora Tanya Huntington precisa que al haber publicado en la revista “Tiempo”, de la que era el dueño, la versión oficial sobre el movimiento estudiantil de 1968 e incluso haber sido senador, empañó la percepción de su obra. Su posición política impactó a una generación de autores que serían muy importantes y que no sabían bien qué hacer con este escritor que admiraban, por un lado, la manera que había escrito en los años 20 y 30; no obstante, no podían perdonar el hecho de que se hubiera vuelto tan conservador hacia el final de su vida.