Pablo Cabañas Díaz
“Viajeros ocultistas en el México del siglo XIX” es el título de un ensayo de José Ricardo Cháves en donde explica que para el ojo europeo los nuevos saberes posibilitó a la cultura novohispana transitar con diferente actitud por caminos ya conocidos, o aventurarse por sendas inéditas hasta entonces.
El profesor Chávez, menciona que estaban firmemente convencidos de la existencia del llamado continente o grupo de islas conocido como la Atlántida. Estaban seguros de que por allí habían llegado los olmecas a América.
Creían que el resto de las tribus que poblaban el hemisferio occidental habían llegado del Norte y del Noroeste, es decir de Asia […]. Compartía con su buena amiga sor Juana Inés de la Cruz la convicción de que los mexicas y otras naciones de Anáhuac eran descendientes de Neftuím, hijo de Misraím y sobrino de Cam.
Además, estaban convencido de que los antepasados de los mexicanos, habiendo salido de Egipto no mucho después de la confusión de lenguas, se dirigieron a América. Esta conclusión se basaba en varios argumentos interesantes: la similitud de mexicanos y egipcios, manifestada en la construcción de pirámides; el empleo de jeroglíficos en el cómputo del tiempo; cierto paralelismo en el atuendo y las costumbres; y también la semejanza de la palabra mexica ‘Téotl’ con la egipcia ‘Theuth’. Todo esto le pareció revelador a Sigüenza y Góngora.
Como puede apreciarse, no hay que llegar a corrientes del ocultismo decimonónico como la teosofía o al movimiento New Age de la segunda mitad del siglo xx para encontrar este tipo de ensamblajes culturales, sincretismos presentes. Lo que varía son sus componentes y los asuntos específicos por los que se reúnen las referencias pluriculturales. Fue así como México, ya desde fines del Renacimiento, se fue incorporado al mito de la Atlántida, que permitió vincularlo con Egipto y su tradición mágica.