viernes, marzo 29, 2024

OTRAS INQUISICIONES: Grandes periodistas: Alfonso Taracena

Pablo Cabañas Díaz.
Alfonso Taracena Quevedo (1896-1995), fue un  historiador, cronista y narrador, que estudió y escribió sobre la Revolución Mexicana para desmitificar las interpretaciones falsas de la historia tradicional . Sus obra incluyen temas como: “La Revolución desvirtuada “e  “Historia extraoficial de la Revolución”. Fue hijo de Rosendo Taracena Padrón, profesor y hombre ilustre de Cunduacán, Tabasco y de Carmen Quevedo. Realizó sus primeros estudios en Cunduacán en la escuela “Melchor Ocampo” la cual era dirigida por su padre, quien editaba un periódico llamado El Recreo Escolar donde publicó sus primeras notas. Su primer libro fue “La peregrinación azteca” escrito a la edad de 11 años, teniendo un tiraje de 10 ejemplares.
Emigró a la Ciudad de México para estudiar la carrera de Derecho, la cual abandonó por la situación económica del país, pues este se encontraba en plena Revolución. Entró a trabajar como redactor en El Universal posteriormente fue editor y colaborador de periódicos de gran renombre a nivel nacional como Excélsior, El Universal y  el extinto Novedades.
Escribió biografías de personajes históricos como Francisco I. Madero: Madero. “El héroe cívico”, “La labor social del presidente Madero”, “Emiliano Zapata: Madero, víctima del imperialismo yanqui”; “Viajando con Vasconcelos,” “Los vasconcelistas sacrificados en Topilejo”, “Mexicanas modernas “es una novela donde exalta a la mujer mexicana.
Participó en la fundación de los diarios El Universal, Excelsior y Novedades, en los que también tuvo un destacado desempeño con artículos y columnas: Excelsior (1930-1936), El Universal (1985-1995) y su suplemento “El Universal y la Cultura” (1985-1990) y también en la revista Hoy, con la columna “Galería de la Revolución”, Revista de Revistas (1955-1961) y el suplemento “México en la Cultura”, de Novedades (1958-1967). El periodista Luis G. Hernández, descubrió acudiendo a una crónica a Alfonso Taracena sobre los fifís de los años treinta, demostró que “fifí” era y es “un simpático calificativo, que no un insulto”.

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