Pablo Cabañas Díaz.
En pocas ocasiones la polarización política jugó un papel tan decisivo como en la sucesión presidencial de 1940. La crisis económica que se abatió sobre el país a fines de la década, así como la pujante ofensiva conservadora desatada al concluir el sexenio, incidieron notablemente en el análisis político hecho por el general Lázaro Cárdenas a la hora de tomar la decisión crucial sobre quién debería ser el candidato del Partido de la Revolución Mexicana (PRM) a la presidencia de la República.
Fueron circunstancias coyunturales, y no las simpatías personales del Ejecutivo, las que inclinaron la balanza a favor de Manuel Ávila Camacho en contra de Francisco J. Múgica; es decir, a la postre pesó más el cálculo racional y desapasionado que indicaba la conveniencia política de optar por un hombre moderado, en lugar de imponer como candidato al amigo fiel y combativo izquierdista.
La resolución del dilema: ¿Múgica o Ávila Camacho? no fue una decisión presidencial fácil. Múgica no sólo tenía en contra de su candidatura a las fuerzas políticas más importantes del país, su estilo personal chocaba de manera frontal con la recién creada maquinaria de poder.
La ofensiva contra Múgica se fortaleció desde la derecha, pero también desde la izquierda oficial con el veto de Vicente Lombardo Toledano, líder en ese momento de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), quien convocó a un congreso extraordinario,
con la finalidad de lograr que el sector obrero diera el madruguete y se pronunciara por la candidatura de Ávila Camacho.
El argumento que ofreció Lombardo para justificar su postura política convenció de inmediato a sus huestes sindicales: la elección de Múgica como presidente podría llevar a la guerra civil y a un golpe de corte fascista, todo lo cual conduciría a su vez a la destrucción de las conquistas revolucionarias del cardenismo. Lombardo nunca le perdonó a Múgica el papel que desempeñó en las negociaciones para conseguirle asilo político a Trotski. No sólo no congeniaba con Múgica, Ávila Camacho era su amigo y paisano y había sido compañero de escuela en Teziutlán, Puebla.
Enseguida de la CTM, el otro bastión corporativo del partido, la Confederación Nacional Campesina (CNC) con la presencia del expresidente Emilio Portes Gil y sus hábiles maquinaciones con las cúpulas sindicales rurales se sumó a la candidatura de Ávila Camacho. Los dirigentes campesinos Graciano Sánchez y León García dieron instrucciones a los líderes regionales para que sus bases apoyaran la candidatura de Ávila Camacho.
Esa confabulación antimugiquista ocurrió nueve meses antes de que se verificara la Asamblea Nacional del PRM, único órgano legalmente facultado para dirimir cuestiones electorales y postular al candidato oficial a la presidencia. En respuesta a esas maniobras, Múgica y sus seguidores denunciaron ante la opinión pública la complicidad de Luis I. Rodríguez, presidente del partido, al permitir la realización de ambos congresos, que estuvieron saturados de anomalías antidemocráticas: acarreos, votaciones inducidas, boicot a las minorías opositoras, etcétera. A pesar de las varias protestas y las contadas deserciones, la maquinaria partidista y sindical cerró filas en torno a una candidatura hábilmente impulsada por quien fungía como el gran elector: Lázaro Cárdenas.
¿Por qué el presidente, luego de la crisis petrolera de 1938, tomó la importantísima decisión de favorecer a Manuel Ávila Camacho y no a Francisco J. Múgica? En sus Memorias, Gonzalo N. Santos narra un encuentro privado que tuvo con Lázaro Cárdenas, en el curso del cual se refirieron con ironía a las anticipadas e ilusas aspiraciones presidenciales de Gildardo Magaña gobernador de Michoacán; a manera de colofón y antes de cambiar de tema, Cárdenas añadió un comentario tajante una suerte de confesión que dejó boquiabierto al cacique potosino: El próximo presidente de la República no será michoacano. De manera sorpresiva y contundente, Santos, el futuro líder del avilacamachismo, se enteró de que Cárdenas,, tenía muy claro que no apoyaría la candidatura presidencial de Múgica, el gran enemigo de los prohombres de la derecha.