jueves, noviembre 14, 2024

No se come de democracia

Federico Berrueto

Las fallidas campañas de Kamala Harris y de Xóchitl Gálvez tienen un punto en común que explica el fracaso para conectar con el elector: su énfasis en calificar al adversario como una amenaza para la democracia, mientras que su competidor gana el debate sobre quien puede responder mejor a las necesidades económicas del votante. Programas sociales y recuperación salarial en México y en el caso de Trump la elección se decidió por la expectativa de mejora de ingresos con una mejor gestión de la economía reduciendo impuestos y expulsando migrantes.

La población latina como nunca votó menos por los demócratas a pesar del discurso xenofóbico de Trump y la promesa de deportaciones generalizadas de migrantes ilegales. Los latinos que votan son norteamericanos, incluso quienes no nacieron en EU. Comparten preocupaciones y la visión de que los indocumentados afectan su bienestar, les roban empleos y complican a los servicios públicos. Al igual que la población de color, las interpelaciones a partir de raza no tienen el mismo impacto que en el pasado. Los electores fueron convencidos de que con Trump sus condiciones económicas mejorarían. Sus desplantes y excesos en lugar de afectarlo le dieron credibilidad.

El elector ha dejado de apreciar los valores del régimen de las libertades y la democracia. Desconfían de los políticos que se asumen defensores de éstas porque, para muchos, la realidad es que no funcionan en beneficio de la gente, sino al contrario. Como tal, el discurso obradorista contra las instituciones neoliberales tiene amplia recepción y empatía popular. De la misma forma que las posturas de Donald Trump contra el orden de cosas complaciente con los migrantes ilegales que en su visión destruyen a la sociedad y roban empleos, así como una burocracia que lleva a la carestía y al cobro excesivo de impuestos.

¿Qué tan lejos puede llegar esta forma de inmediatismo economicista del elector? Lejos, muy lejos y la prueba es el triunfo de Trump, a quien el votante perdona una condición personal que niega los valores fundamentales de la civilidad, el exceso, su misoginia y racismo, su desdén a la ley y sus insuficiencias morales le dan credibilidad porque lo sienten auténtico y que cumple. Algo semejante ocurre con el éxito de López Obrador, su intransigencia hostil con sus adversarios, su militarismo, el franco desentendimiento de la legalidad y enfrentamiento al sistema judicial, su intolerancia y hasta su desapego recurrente a la verdad, no sólo no le afectaban, sino que le daban fuerza. Estos son tiempos de esperanza fundada en el cinismo de unos y otros.

La sociedad de nuestro tiempo plantea el desafío de entenderla. La inmediatez prevalece sobre consideraciones de largo plazo y la aspiración al bienestar se sobrepone a cualquier otra consideración. Por eso hacer campaña a partir de la defensa de la democracia o de las libertades no despierta interés, emoción o simpatía entre el gran público, no obstante que lo que se diga sea veraz, es decir, que los candidatos populistas sí representan una amenaza seria al sistema democrático y a las libertades.

Donald Trump pudo convencer que su gobierno había sido increíblemente mejor que el de Joe Biden, aunque la realidad diga otra cosa. Además, el desempleo está en una cifra baja al igual que la inflación, pero esos indicadores no son convincentes a los votantes. Menos de un tercio pensaban que EU iba por un buen camino, no había manera de ganar la elección en tales condiciones. En el caso mexicano, López Obrador convenció que sus radicales propuestas eran lo mejor para el país. Claudia Sheinbaum actuó en consecuencia y ganó con una mayoría histórica y se ha mantenido con una robusta aceptación a pesar de la persistente violencia y el deterioro de los sistemas de salud y educación y la persistente impunidad.

La vigencia y el ascendiente de todo proyecto requiere de respuestas de bienestar. El rechazo será de la misma proporción del desencanto por la incapacidad de corresponder a las expectativas que llevaron a esos proyectos al poder. Un desafío nada menor porque tal como derrotaron a sus adversarios, las promesas dan origen a la esperanza, pero también son camino al desencanto si no hay resultados consecuentes y esto significa que las economías no sólo deben crecer de manera importante, sino que sus beneficios lleguen a los ciudadanos. Libertades, legalidad, democracia e identidad pasan a un segundo plano, no así las condiciones objetivas de bienestar de la población.

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