viernes, marzo 29, 2024

Mukden: última batalla de una guerra lejana

Luis Alberto García / Sapporo, Japón

* Fue puesto fronterizo de tribus manchúes y de clanes chinos.
* También era una estación militar ferroviaria controlada por Rusia.
* Luego se convirtió en la Stavka, el cuartel general zarista.
* Tras ataque de Japón, retirada caótica y rendición final.
* Graciosa huida y desvergonzada entrega de las armas.
* Anatoli Mijaílovich Stësel, protagonista de la rendición de Port Arthur.

Mukden -Shengyang en cantonés- había sido un puesto fronterizo desde tiempo atrás, primero para separar a las tribus nómadas manchúes de los clanes chinos originarios, y luego como establecimiento comercial en la frontera habitada por los mongoles, los jitan y los juchen, caracterizados por su espíritu combativo y belicoso.
Poco antes de la Guerra Ruso-Japonesa de 1904 y 1905, se había convertido en estación de los trenes militares controlados por los rusos, para luego ser sede del cuartel general (Stavka en ruso) del general Alexander Kuropatkin durante todo el conflicto y hasta la derrota definitiva de las tropas de Nicolás II.
A Mukden llegaban refuerzos rusos y en torno a ella se libró la última batalla terrestre de la contienda, disputada por su importancia estratégica, y cuando Kuropatkin se percató de la verdadera dimensión del avance japonés y casi no le quedaba tiempo y recursos para reaccionar pues había enviado al grueso de sus tropas para intentar neutralizar una maniobra enemiga.
Lo único que se logró fue efectuar una defensa dispersa y no una acción ofensiva bien concertada, y el 9 de marzo, al ver que no se podría contener el avance del general Nogi, Kuropatkin ordenó retroceder, dando como resultado una retirada caótica y vergonzosa con errores elementales de coordinación que condujeron a la rendición final.
Esa huida provocó tal caos, que los transportes con suministros y personal de la retaguardia colisionaron unos contra otros en una estampida que les permitiera poder escapar del ataque de la caballería japonesa, presta a cargar contra tropas presas del pánico, con muertos y heridos abandonados sobre el camino.
Solamente el agotamiento y los cadáveres que estorbaban el paso de la infantería y la caballería niponas impidieron que una persecución enérgica y bien planeada se convirtiera en una acción de exterminio y aniquilación, con un saldo final de 60 mil muertos y heridos y 30 mil prisioneros de guerra de nacionalidad rusa.
De ahí en adelante cesaron las actividades ofensivas, puesto que ya no había suficientes balas, y sólo restaba el afilado recurso de las cargas a bayoneta calada; y fue así, en Mukden, como se escribió el último episodio y el fin de la guerra perdida por el zar en los confines de su imperio.
La campaña japonesa había tenido éxito por tierra; pero cada vez contaba con menos hombres bien adiestrados, mientras el ejército ruso espera inútilmente que llegaran refuerzos a través de la línea eterna y sin fin del Ferrocarril Transiberiano.
Antes de la graciosa huida y desvergonzada entrega de sus armamentos, Kuropatkin había pensado atacar en una primera ofensiva fluvial que debió se emprendida en el río Sha He; sin embargo, todas las ofensivas fracasaron y ninguna de ellas resolvió la situación hasta que llegó la catástrofe de Mukden.
El tiempo jugó inicialmente a favor de Rusia, y los japoneses, que habían rodeado Port Arthur desde mayo de 1904, trataron de tomarlo por asalto una y otra vez más, y tras un sangriento ataque que duró diez días, en el cual perdieron 10 mil hombres, los japoneses tomaron la posición clave.
Era en la Cota 203 y la fecha el 5 de diciembre de 1904; pero antes de un mes, el 2 de enero de 1905, el general ruso Anatoli Mijaílovich Stësel se rindió incondicionalmente, en un acto que describe con maestría Christopher Nicole en “Los Borodin”, una más de las obras literarias que recrean la tragedia de Rusia en los campos de batalla y en los mares del Lejano Oriente.
Para Kuropatkin todo estaba perdido, y entonces el comandante japonés Iwao Oyama podía ahora reunir a sus fuerzas para tomar la ofensiva con 270 mil hombres, obligando a los rusos a entregar toda la Manchuria y, a los que pudieron escapar, retirarse hacia el Norte.
Entre Mukden y Port Arthur, los rusos perdieron unos 90 mil hombres y los japoneses unos 50 mil combatientes, batallas que acabaron prácticamente con las diferencias en tierra; pero Japón aún se enfrentaba a la amenaza de la mermada y cansada potencia marítima rusa.
Con sus fuerzas navales del Lejano Oriente contenidas por los japoneses, los rusos decidieron sacar la llamada Flota del Báltico –luego II Flota del Pacífico- de aguas europeas, formada por cuarenta y cinco barcos, partiendo el 15 de octubre de 1904 del puerto de Reval, cercano a San Peterburgo, a las órdenes del almirante Zinovi Rozhestvenski.
Tras llegar a Tánger al Norte de África, la Armada rusa bordeó el Continente Negro para llegar y cruzar el Océano Índico, alcanzar Indonesia, la Indochina Francesa –hoy Vietnam-, el mar de China -a principios de mayo de 1905- e intentar dirigirse a Vladivostok, fallido objetivo final de un viaje de nueve meses que parecía no tener fin.
Konstantin Pleshakov, en su documentadísimo libro “La última Armada del zar” –mezcla de novela histórica y reportaje de guerra- escribe que, sin embargo, los japoneses a las órdenes del almirante Heihachiro Togo -que comandaba a su escuadra desde el acorazado Mikasa- interceptaron y aniquilaron a la II Flota del Pacífico el 14 de mayo en el estrecho de Tsushima, entre Corea y Japón.
La Marina japonesa, superior en velocidad y armamento, hundió y capturó ocho acorazados, nueve cruceros, seis buques de vapor para servicios especiales y otros barcos de lo que originalmente había sido bautizada como la Flota del Báltico, como también se llamó a la Armada del zar.
El 14 de mayo había sido totalmente destruida y hundida la mayoría de los buques de guerra rusos –solamente tres arribaron a Vladivostok-, en combates ganados con cierta facilidad por Japón, en los cuales murieron cerca de cuatro mil rusos, tres almirantes, siete mil 300 marinos.
Otros tantos fueron capturados: los japoneses solamente perdieron tres torpederos y 116 hombres, contabilizando 538 heridos; pero vendría la paz cuando, después del sitio y toma de Port Arthur, de la victoria nipona en Mukden y de la derrota absoluta de su escuadrón en Tsushima, el zar aceptó la oferta de mediación del presidente Theodore Roosevelt.
No importaba demasiado a los súbditos del emperador Matsuhito que, a pesar de esas resonantes y contundentes victorias, se hallaran militarmente exhaustos y económicamente empobrecidos, y como lo tuvo que hacer Nicolás II, también los japoneses accedieron a negociar, firmando el Tratado de Paz de Portsmouth el 5 de septiembre de 1905.

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