Teresa Gil
laislaquebrillaba@yahoo.com.mx
La apropiación de un país que es de todos, no fue obra únicamente de quienes estaban en el poder, sus cómplices, grupos favorecidos y consorcios internacionales, sino que se extendió como una nervadura creciente a muchos sectores de la población. No solo bienes públicos fueron pasados a manos privadas, tierras, explotaciones mineras, aguas, playas y todo lo que producía riqueza y confort; se extendió esa apropiación a las decisiones públicas de cambiar el rostro del país de muchas maneras, el fracking uno de ellos y las construcciones suntuarias que crecieron en las últimas décadas y convirtieron a las ciudades en emporios de torres y rascacielos. El caso del huachicol que se desparramó por buena parte del país y coptó a pueblos y comunidades es un ejemplo, pero hay miles en las ciudades que están diseminados en los barrios y colonias y son la violación hormiga de la ley, muchas veces utilizada por empresarios, restauranteros y comerciantes. Eso se ve en el uso de parques, calles, banquetas no solo en la ocupación de espacios, sino en la utilización de energía, agua y otros recursos y servicios que paga en su conjunto la población. Son formas a veces toleradas por gobiernos, de paliar la inconformidad popular, afectando al resto de la población. Hay alcaldías en la CDMX, en las que los parques están copados por casetas de alimentos algunos rodeados por 50 o 70 de estos negocios, -como en la Benito Juárez-, que entorpecen la utilidad ecológica del centro de recreo, con olores, contaminación, basura, hacinamiento. Es difícil transitar en las banquetas porque esos negocios han puesto mesas y funcionan como locales de comida al aire libre. Son miles en la Ciudad de México, pero en las del interior, el problema se repite. Las autoridades no hacen nada, incluso cobran cuota por la permanencia y hay corrupción policiaca.
EL DESEMPLEO LLEVA A LA APROPIACIÓN DE ESPACIOS PÚBLICOS
Si los que gobernaron y sus protegidos no han sido investigados y sometidos a juicio por la apropiación de nuestros recursos, -excepción que se está haciendo ahora con el huachicol-, menos se hace con quienes trasminados por el mal ejemplo, viven de lo que les pertenece a todos. El desempleo ha sido la justificación de la economía informal, pero los recursos que mueve han echado por tierra muchas teorías. Por otra parte, las malas políticas para generar ocupación, los empleos precarios, la migración del campo a las ciudades y en muchos casos la facilidad con la que se ocupa un espacio público a partir de una cuota, aumenta al número de esos vendedores que a fines del 2017 se calculaba en dos millones. El caso de las fondas, tiendas, instalaciones de bicicletas y templetes que pululan en los parques y banquetas son negocios particulares que tienen extensiones en otros sitios de la ciudad. Sus dueños llegan temprano, descargan mercancía y se van a repartir a otros lugares. Justificada en parte por la necesidad, aprovechada abusivamente por negociantes en muchos casos, la situación no deja de ser una forma de apropiación que el nuevo gobierno tendrá que enfrentar como la de arriba, con políticas que realmente las resuelvan. No con decisiones como las de la Secretaría de Movilidad en la CDMX, que está firmando contratos que afectan espacios públicos, como las aceras, con medios empresariales.
EL ESPACIO EXPROPIADO ILEGALMETE, EN CIUDADES YA AJENAS
Todas las ciudades del país y pueblos grandes, tienen el mismo problema. Muchos espacios se hicieron colectivos, aunque son unos pocos los que los pagan. En el libro Aquel espacio cautivo (BanCrecer 1993) que reproduce fotografías de 1896 a 1913, algunas en sistema estereoscópico, se muestran los grandes espacios, avenidas llanas de lo que fue la Ciudad de México. En el hacinamiento actual hasta en colonias llamadas residenciales y barrios aislados, nada de eso existe. Las trampas en concreto o en parterres que se ponen en las banquetas para impedir la invasión, hacen más aglomerados los lugares. En este hermoso libro que reúne fotografías de la colección de placas de cristal del arquitecto Martín Juárez Carrejo, hay un narrador, Gabriel Breña Valle, que con una memoria privilegiada, va describiendo los lugares que recorrió en su infancia hasta su madurez en 1950, partiendo de fotografías de gran valor y entre las que llama la atención como cosa insólita, la de un embotellamiento de ¡carruajes! Breña Valle expresa su nostalgia porfiriana y hasta se atreve a decir que esperaban cosas buenas de Victoriano Huerta. Pero al cierre de lo narrado, con el agobio de los cambios en la ciudad ya desde los años 50 y la apropiación que se iniciaba de los espacios, se despide con desilusión y se pregunta que será de los edificios coloniales, de los espacios de recreo, de las librerías y centros de reunión donde se podía descansar. Eleva su única esperanza en las montañas, del Ajusco boscoso hasta las cumbres nevadas del Iztaccíhuatl, “que estarán para siempre”. Ignoraba que el fracking estaba agazapado.