Teresa Gil
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Destruir los libros porque no se vendieron, es como la quema de libros que se realizaba en las plazas públicas al grito de ¡muera la inteligencia!. El oscurantismo expresado de mil maneras en nuestro país lo cometen algunos editores o dueños de librerías, porque su mercancía se rezaga. La solución, en lugar de destruirlos, podía ser el regalo o la oferta a bajos precios, pero no les interesa. Esos que supuestamente venden la inteligencia de los que escriben, baja o alta, no importa, cometen el mismo delito de los oscurantistas que están bloqueando la entrega del libro de texto gratuito. O los que se opusieron en la Cámara hace tiempo, a la construcción de nuevas escuelas con el aporte de algunos partidos, quizá porque creen, en sus oscurantismos, que con la construcción de más escuelas éstas se pueden convertir “en semillero político”, el mismo argumento que se usaba para quemar libros en la época de Hitler.
VENTA MASIVA Y BARATA DE LIBROS RESCATADOS, EN EL MONUMENTO
En la venta masiva de libros que se inició el 2 de agosto en la Plaza de la Revolución, la mayoría fueron rescatados de la destrucción que los amenazaba. Fueron alrededor de 300 mil según Paloma Sáiz Tejero, coordinadora de esa campaña Brigada para leer en Libertad, en la que se están vendiendo libros a montón, desde diez pesos. Es algo extraordinario. Si vieran ustedes los libros que me compró un hijo. Los libreros han querido ocultar ese crimen de la destrucción de libros, pero hace tiempo que se sabia, El hecho se hace a partir de acto legal ante ministerio público. Nunca he visto que se asesine usando la invocación de la ley. En uno de mis libros Mis crímenes con la señora Miller (Groppe abril 2015), en la página cuatro del primer capítulo ya menciono esa situación “triste destino han tenido los que eran novedad hace cuatro o cinco años y que ahora se venden en rezagas o son destruidos como lo hacen muchas editoriales (españolas sobre todo) cuando han pasado varios meses y el libro no sale ¿A donde irán a parar Henning Mankel, Dan Brown, Stieg Larson y otros de excelente factura dentro de poco?”.
DESTRUIR LIBROS POR FALTA DE VENTA Y LA QUEMA FASCISTA, SON LO MISMO
El símil de esa destrucción con la mencionada quema de libros, es parte de la historia negra de la humanidad y la lista es larga a través de los siglos, hasta llegar a la quema de 8 mil libros hecha por el estado islámico, en pleno 2015. Una de las más famosas e impresionantes, es la realizada en decenas de plazas el 10 de mayo de 1933, con el repunte del nazismo en Alemania. Fueron quemados miles de libros entre cuyos autores estaban Brecht, Marx, Remarque, Hemingway, Gorki, dos de los Mann, Jack London y hasta los libros del mítico Bruno Traven, entre muchos. La hoguera de las vanidades se llamó esa barbarie, en recuerdo de la que ejecutaba el fraile dominico Savanarola en la Piazza de la signora en Florencia a fines del siglo XV, para incinerar lo que él consideraba cosas malditas. Incluso en México se realizaron quemas de libros en concordancia con aquel acto, de parte de los nazis que vivían en la capital.
TOM WOLFE IRONIZÓ AQUELLAS QUEMAS, DENUNCIANDO EL FASCISMO ACTUAL
Como metáfora de aquellas infames quemas de libros, usa el título el escritor estadounidense Tom Wolfe, en su famosa novela satírica, La hoguera de las vanidades ( 1987, Anagrama 2002), que después fue llevada al cine. Es un best seller que se adhiere a la línea de los grandes narradores que desnudaban a una sociedad superflua, torpe, con gobiernos corruptos y autoritarios. Y es a partir del entorno de todas las clases sociales, como Wolfe va exhibiendo también las miserias que yacen en todos esos ámbitos, gobernantes, magnates, abogados, periodistas, mujeres vividoras, líderes religiosos, la familia convencional, activistas, grupos sociales demandantes, etcétera. Cada quien incinerado en esa hoguera de vanidades que Wolfe hace larga y quemante y en la que desde luego no se incluye ¡Como se extraña la prosa de Faulkner!, pero Wolfe, encantador, todo un personaje – era de 1931 y murió el 14 de mayo de 2018 a los 87 años)-, recordó los aciertos y los muchos nombres de sus tesis que miles leyeron en El nuevo periodismo ( Anagrama 2012), mientras se reía bromista, de todos esos trogloditas que emulan la quema de libros.