Teresa Gil/
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La niña de los tomates, es una novela del escritor sonorense ya fallecido Sergio Valenzuela Calderón, que exhibe una terrible realidad: el feminicidio en las relaciones familiares. La agresión a niñas y mujeres sigue sin parar. La solicitud del Instituto Nacional de Transparencia y Acceso a la Información y Protección de Datos (INAI) al Instituto Nacional de las Mujeres (Inmujeres) para que informe sobre la violencia de género, causó extrañeza porque proviene del mismo medio oficial.
Inmujeres no ha cumplido con los llamados informes de sombra -datos que entregan los solicitantes de la Alerta AMBER -y parece que el INAI se ha puesto duro contra ese organismo que hasta la fecha no ha representado mucho en la disminución de la violencia de género si bien su responsabilidad no es en todas las áreas.
La novela del escritor norteño, relata la forma vil como fue asesinada en 1955, una niña que vendía tomates en la calle. No se puede pensar que en los grandes tomatales de los estados norteños productores de esa roja hortaliza, se puedan cometer crímenes tan atroces, pero estos suceden en todas partes, en escuelas, calles, vecindades o simples comunidades muy confiadas que no creen que la maldad pueda existir.
Los datos que ha dado la ONU por ejemplo, sobre la trata de niños y mujeres, igual que otros organismos en México como la CNDH, insisten en la vulnerabilidad que existe en las vecindades pobres y en las zonas rurales, sobre todo indígenas. En la zona más localizada de sustracción de niñas y jovencitas, Tlaxcala, se delinean secuestros en sectores marginales o campesinos. Niñas que salen a un mandado y no vuelven más.
Las zonas rurales de cultivos de tomate y verduras, de las más amplias en el país, sobre todo en Sinaloa, Sonora y Baja California, aunque son las de más alta tecnología, siguen utilizando la mano de obra de campesinos migrantes del sur y del sureste. Y muchos de los que trabajan son niños.
México, como principal exportador de tomate en el mundo, destina 58 mil hectáreas a esa producción, cuyos principales clientes son Estados Unidos y Canadá. Aunque existe la presión de los tomateros de Florida, el gobierno estadounidense ha sostenido – no se sabe que pensará ahora con Trump-, que el tomate mexicano le cuesta tres veces menos que el propio, debido a la mano de obra barata.
Trabajo explotado a migrantes internos. No obstante, en las últimas semanas el precio de esa hortaliza se ha desplomado por los obstáculos en la frontera. En las zonas de cultivo de hortalizas de la zona norte, de la que se han hecho amplios reportajes -algunos los realicé yo-, los niños campean entre los surcos, solos sin protección; muchos de ellos son indígenas. Pero lo mismo se ve en los mercados y en los parques, con madres que platican mientras sus hijos deambulan por los pasillos.
Muchos de los robos de infantes se deben a la falta de cuidado de los mayores. Los datos de 25 mil niños desaparecidos proporcionados por el Registro Nacional de Personas Extraviadas no desglosa los casos rurales y la Fundación Nacional de Investigaciones de Niños Robados y Desaparecidos que menciona 45 mil, tampoco los desglosa, pero si se insiste en zonas marginales.
El peligro ronda en aquellas zonas en donde hay más desprotección infantil y la propia CNDH lo recalca; hay que redoblar la vigilancia. Valenzuela Calderón, quien hizo estudios en España y ahí mismo publicó tres libros, fue ganador en cuatro ocasiones del premio literario del Instituto Sonorense de cultura. Uno de ellos, De Púrpura encendida, que alguna vez mencionamos aquí, reseña la vida del tenor Alfonso Ortiz Tirado, ahora título de un festival que se realiza cada año en Álamos.
La niña de los tomates ( del propio instituto y la editorial Garabatos 2007), no es solo la denuncia de un asesinato atroz que se ensaña en una niña marginal de siete años, que vende tomates en la calle. Es el rejuego de todo lo que se mueve en la capital de un estado rico en el que la misma víctima, su victimario – más tarde fusilado-, el gobierno justificador de la pena de muerte, los pudientes, los curas serviles, las monjas adaptables y el desaliento que flota en el escrito, evidencian los dramas que se viven en ciertos entornos.
Unos por su miseria económica, otros por su miseria existencial. En una historia real, el ladrillero Francisco R es ajusticiado en 1957 en Sonora, por el crimen cometido en 1955, junto con otro asesino de una niña de cuatro años. Es una de los últimas aplicaciones de la pena de muerte en el país, que en los primeros años de los setenta del siglo pasado, es derogada en aquel estado.
Como dicen algunos críticos de la pena capital en la novela, el ajusticiamiento de Francisco R sirvió para lavar los mismos pecados que cometen los poderosos y limpió la afrenta a una sociedad hipócrita que solaza sus valores en caros colegios religiosos en donde ahí sí, las niñas ricas son bien cuidadas.
Es el drama de la desigualdad con la que topan a diario la gran mayoría de los niños sustraídos de sus casas, explotados y algunas veces asesinados. Mientras, el escepticismo de unos torpes que niegan tales desapariciones y la ineficiencia y el burocratismo de los organismos que deberían encargarse del problema, tienden a obstaculizarlo más.