Teresa Gil
laislaquebrillaba@yahoo.com.mx
El ultimátum de las autoridades de la Ciudad de México para cumplir la Ley de Residuos Sólidos del Distrito Federal de 2004, deja en el aire un riesgo que ha pasado de largo mientras se hacen cuentas alegres a partir de la basura. Hay grandes inversiones en juego. Ya hubo un alerta de organizaciones no gubernamentales y de Greenpeace sobre los graves problemas para la salud que causará la incineración de los desechos que generan cerca de 9 millones de habitantes, industrias, empresas comerciales, hospitales, etcétera. Pero hay un riesgo personal que no se ha tomado en cuenta o al menos se ha denunciado poco – esta columna lo hizo hace algunos meses- y es la contaminación directa que puede generarse por la obligación planteada por la ley de que sean los ciudadanos los que vuelquen la basura en los recipientes y la liberen de las bolsas de plástico. Con esa obligación, millones de personas -hay en la ciudad más de 53 mil condominios según la Asamblea Legislativa, otros datos hablan de más de 8 mil-, estarán en contacto a diario con la basura orgánica que otros desechan, en muchos casos descompuesta y combinada con heces de mascotas ¿Cuanto tardan las bacterias en inocularse en ojos, nariz y bocas en los segundos que alguien se inclina a maniobrar la bolsa de basura y aspirar la que ya está en los botes? ¿Los expertos de las Secretaría de Salud y del Medio Ambiente habrán previsto esa circunstancia o está previendo solo los grandes percances como los de gas invernadero que genera ese tipo de basura? En otros países ese mecanismo lo realizan trabajadores previamente protegidos con guantes y escafandras, expertos en manejo de basura. Aquí, la gran mayoría de los operarios -por lo general muchachos jóvenes-, van desprovistos de toda protección y se les ve en los sucios camiones de basura, entremezclados con los desechos de la ciudad. No hay respeto para el ciudadano y el trabajador. La exigencia de las autoridades ha creado además un sistema de delación y causa de problemas internos en los condominios -los que poseen casa propia no tienen tanto problema; ellos manejan su propia basura-, ya que se han instalado cámaras para vigilar al que no cumple. Hay amenazas oficiales, además, de multas y otras sanciones. El gran hermano al acecho. Pero da la causalidad de que ante este problema que al parecer las autoridades no han detectado, los ciudadanos pagan impuestos para que las autoridades resuelvan plenamente el problema de la basura – aquellos ya hacen su parte separando los cuatro tipos de desechos.-, incluyendo la separación de los orgánicos de las bolsas de plástico. Muy delicaditos los manceras le dan lo peor a los ciudadanos. Además, a los operarios de la basura se les entrega mensualmente un pago por ese manejo, que anteriormente ya está cubierto con impuestos. Tenochtitlan y el desperdicio cero, es un artículo publicado en internet actualizado a este año, sobre Los aztecas y el manejo sostenible de los residuos. Lo curioso es que proviene de la Universidad de la ONU (2007) y es un interesante enfoque sobre la forma como manejaban nuestros ancestros la basura para utilizar hasta el último desecho para fines cotidianos. Se refiere en primer término a las famosas chinampas que ya habían sido creadas con anterioridad por otras tribus y que se instalaban a partir del lodo y plantas muertas y otras materias orgánicas para insertar árboles y otros vegetales comestibles. El uso de todos los recursos de la basura era impresionante y debería de ser lección para los que ahora se ocupan de la basura en la capital y seguir como enseñanza en las escuelas primarias, ahora que el señor Nuño la está devastando. La historia recogida por la ONU nos muestra a esos habitantes más respetuosos y amables con el medio ambiente y la salud, que los actuales y la forma como obtenían una ciudad limpia y sostenible, muy diferente a como está ahora, pese a las tecnologías y al enorme gasto que se hace en empresas privadas. Los aztecas llegaban al extremo. Eso que siempre hemos sabido por elemental nos los quieren vender ahora bajo la premisa de un uso cero de la basura. Lo lamentable en ese artículo basuril, es que los aztecas, fieles a su fama, eran más duros que lo que plantea la Ley de Residuos Sólidos; aplicaban la pena de muerte a los que tiraban basura y cortaban árboles. En esto último, muchos de los funcionarios y empresarios depredadores de árboles en esta administración, desde hace tiempo que hubieran sido ofrecidos a los dioses como chatarra, con el corazón debidamente extraído.