viernes, octubre 4, 2024

Letonia, Estonia y Lituania, Bielorrusia y Georgia también aman el futbol

Luis Alberto García / Moscú

*Además les gusta en Azerbaiján, Kazajstán, Armenia y Moldavia.

*Los letones derrotaron a Turquía en las eliminatorias europeas de 2004.

*Participaron en la Copa Europea de Naciones de Portugal.

*Berti Vogts, internacional alemán, fue entrenador de los azerbaijanos.

 

 

Rusia -lo sabemos quienes hemos estudiado su historia y su geografía por razones profesionales -deportivas y extradeportivas- es una nación enorme, con once husos horarios, un ferrocarril que tarda más de una semana en recorrerla de un extremo al otro de su territorio, con 22 millones de kilómetros cuadrados, hasta antes de la desaparición de la Unión Soviética.

Se redujo a 17.4 millones de kilómetros cuadrados al desprenderse de ella Ucrania y otros nueve países que, casi simultáneamente, dejaron de formar parte de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) en 1991, que sí pertenecieron a la Rusia imperial de la dinastía Románov y aquéllas que la antecedieron, anteriores a la Revolución bolchevique de 1917.

Las repúblicas del Cáucaso, Azerbaiján, Armenia, Georgia y Kazajstán pertenecen geográficamente a Asia; pero vieron mayores posibilidades de progresar si se integraban a la Unión Europea de Futbol (UEFA), siguiendo el ejemplo de Estonia, Lituania y Letonia, que ya tenían sus respectivas selecciones nacionales desde las décadas de 1920 y 1930.

Ante la inminencia de la invasión de la Alemania nazi, éstas fueron anexionadas poco antes –en 1940- a la Unión Soviética, cuando el futbol ya estaba profundamente arraigado y con una larga tradición; pero únicamente Letonia ha sido el único Estado que ha conseguido clasificarse y disputar un gran torneo.

El modesto equipo de Letonia se presentó en la Copa Europea de Naciones de 2004 en Portugal, enfrentando a la República Checa, Alemania y Holanda, con un gol a favor y cinco en contra.

En su camino hacia ese evento continental, superaron nada menos que a dos grandes exponentes del balompié centroeuropeo, Polonia y Hungría, venciendo además a Turquía, tercer lugar el el Campeonato Mundial de Corea / Japón 2002.

Maris Verpakovskis, que marcó a los turcos goles en los juegos de  ida y vuelta, fue declarado y aclamado como héroe nacional letón, al aumentar su cuenta a 28 anotaciones durante su breve etapa como seleccionado nacional, entre 1999 y 2004.

De la escasa información sobre el equipo de Letonia, país vecino de Bielorrusia y de Rusia, sobresale la referida al principal cuadro de su Liga profesional, el Sarkan Baltasar Kanie; el nombre de Janis Gilis, su entrenador entre 1992 y 1997; y el de Vitalijs Astafjevs, con 167 partidos internacionales jugados entre 1992 y 2010.

Se sabe que el balompié tiene tan larga tradición en Letonia, que su organización rectora data de 1921 con el complicado nombre de Latvijas Futbola Federacija, y que ésta optó por diseñar y elegir el blanco y el rojo como colores del uniforme oficial de su representativo nacional.

En esas nueve repúblicas ex socialistas, viven más de 50 millones de seres humanos que, a decir de los especialistas de sus correspondientes medios deportivos, en el futuro pueden dar grandes sorpresas.

No está por demás mencionar que en Kasajstán, Armenia, Georgia y también Moldavia han surgido excelentes futbolistas, entre ellos Tomás Danilevicius, Maxim Romaschenko, Sergei Cleschenko, Schot Arveladze, Artur Petrosian, Ruslan Baltiyev y Qurban Qurbanov, así como nombrar a Berti Vogts, entrenador  alemán, ex jugador del Bayer Munich, quien se hizo cargo del equipo azerbaijano en 36 juegos internacionales.

Estas es, en síntesis, parte de la poco conocida historia futbolística de algunas antiguas repúblicas euroasiáticas, desincorporadas de la Unión Soviética y de Rusia para transitar por los sinuosos y ahora comercializados caminos del futbol profesional.

Nuestro deporte ha tomado tal condición desde hace casi tres decenios; es decir, con paga de por medio, cuando en 1991 cayó la llamada Cortina de Hierro, esa barrera ideológica  imaginaria que tanto preocupaba a Sir Winston Churchill, quien así la bautizó.

 

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