viernes, diciembre 20, 2024

La valentía de Sofía Peróvskaya y María Spiridónova

Luis Alberto García / Moscú, Rusia

* Una participó en el atentado en que murió Alejandro II.
* La otra dirigió a los socialistas revolucionarios de San Petersburgo.
* Ambas jugaron su rol a cabalidad en diferentes épocas.
* Ninguna quiso abjurar de sus convicciones políticas.
* Expusieron sus vidas, presas y ejecutadas cumplieron su deber.
* María murió en 1940, después de los Procesos de Moscú.
Entre 1860 y 1917, Rusia ya mostraba las contradicciones sociales y sociales de que era víctima debido a las autocracias impuestas por los zares Alejandro II y su hijo, Alejandro III, quien se caracterizó por llevar al extremo el despotismo heredado generacionalmente desde la fundación de la dinastía de los Romanov en 1613.
Bajo esas circunstancias opresivas, el 1 de marzo de 1881, una bomba hirió mortalmente a Alejandro II, cuyo cortejo se desplazaba por uno de los puentes de San Petersburgo, después de que una mujer joven señalara con su pañuelo el lugar por el que avanzaba la comitiva, dando así la orden para el ataque que dejó con los intestinos de fuera a Su Majestad el zar.
Se trataba de Sofía Peróvskaya, nacida en 1853, muerta en la horca en 1880, quien había dejado a su familia sumándose a una célula revolucionaria socialista de nombre Naródnaia Volia (Voluntad del Pueblo), inconforme por las injusticias que padecía Rusia, contra las cuales esa hija de un comerciante enriquecido decidió jugarse la vida.
Desde la extinción del régimen de servidumbre decretado por Alejandro II en 1860, empezó el periodo de los grupos integrados a la Revolución por la Liberación Democrática (raznochintsy en ruso), que incluía a sectores procedentes de comerciantes, del bajo clero y campesinos sin tierra.
De esos núcleos opositores venía Sofía Peróvskaya, integrada al Comité Ejecutivo de Voluntad del Pueblo, que antes había organizado siete atentados contra Alejandro II, hasta que tuvo éxito en el octavo.
Los dirigentes de la agrupación fueron arrestados, sentenciados y muertos en la horca de la fortaleza de San Pedro y San Pablo: los participantes en el complot para acabar con la vida del zar fueron Sofía Peróvskaya, Andrei Zheliávov, Nikolai Kibálchich, Timofei Mijáilov y Nikolai Rysákov
Creían que la muerte de Alejandro II destruiría la imagen de su poder eterno y divino y que ésta llevaría a la nación hacia una reforma constitucional; pero se trataba de una lógica ingenua ante la reacción del siguiente emperador, Alejandro III, que se extralimitó en la represión.
Convertida en heroína revolucionaria, ejemplo a seguir en la siguiente generación que llevaría a cabo las revoluciones de 1905 y 1917, Sofía Peróvskaia y sus cuatro compañeros de Voluntad del Pueblo, condenada y ejecutada sin arrepentirse de nada, escribió una carta a su madre, que decía: “Querida mamá, he vivido según mis convicciones; no podía hacer otra cosa”.
En cuanto a María Spiridónova, el periodista estadounidense John Reed llamó a la joven líder de los socialistas revolucionarios de izquierda en 1917, “la mujer más popular e influyente de Rusia”; sin embargo, en aquellos tiempos despiadados, la popularidad tenía un precio altísimo, y María lo pagó antes y después de la Revolución.
En 1906, con 22 años de edad, mató a un funcionario que había reprimido con violencia las revueltas campesinas: intentó suicidarse de un tiro para evitar ser capturada y fracasó; pero los cosacos de la guardia imperial la arrestaron, la golpearon y la violaron.
En juicio sumario, un tribunal la condenó a trabajos forzados en Siberia, donde pasó los siguientes diez años, hasta 1916, cuando la efervescencia revolucionaria se catapultaba imparable en ciudades y pueblos, en campos, fábricas y puertos, con el Ejército y la Marina inconformes por sus condiciones de vida y de trabajo.
El sovietólogo Abram Sterenberg opina que, después de la Revolución de 1917, María Spiridónova, admirada por su lucha, dirigió a los socialistas revolucionarios de izquierda en San Petersburgo, trabajando durante varios meses y estrechamente con los bolcheviques; pero luego los criticó duramente por suprimir las libertades y traicionar a la Revolución.
Como era de esperarse, no salió bien librada, porque los bolcheviques proscribieron su partido, la arrestaron y la expulsaron de la política, exiliándola a Uzbekistán, hasta que, nuevamente, en 1937, fue arrestada y encarcelada.
En 1940, los agentes de la policía política la ejecutaron, cumpliendo la orden de Iósif Stalin, quien concluía así las masacres que se iniciaron con los juicios de Moscú, al eliminar a la mayoría de los antiguos cuadros de 1917.
Así murieron quienes, como esos veteranos que trataron de reivindicar la figura y la memoria de Lenin, entre otras María Spiridónova, al final engrandecieeron su propio recuerdo, que permaneció inalterable por su valentía y entereza.

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