jueves, marzo 28, 2024

LA PISTOLA DE ALFREDO DEL MAZO

Antonio Cervantes Guerrero

 

Comenzaban los años 80, cuando allá en la hermana República de Toluca, donde se me antojó nacer, mis papás decidieron que era buena idea que yo aprendiera a jugar ajedrez. Así que me inscribieron a los talleres que daban en el DIF local y ahí me llevaban por las tardes, dos o tres días a la semana, no recuerdo bien.

De lo que sí me acuerdo es que, con frecuencia, camino a mi clase, sobre el famoso Paseo Colón, mi Mamá o Papá tenían que orillar su coche porque unas patrullas nos cerraban el paso, para abrírselo a una caravana veloz que nos rebasaba.

La primera vez que pasó esto pregunté, a mis 8 años de edad, la razón de tanto ajetreo, y mi Papá me explicó que se trataba seguramente de alguien muy importante y que por seguridad debía circular sin detenerse.

Y ¡oh sorpresa!, cuando me llevó de la mano aquel día hasta el salón del DIF, pasamos caminando cerca de esos mismos coches y entrando a la clase de ajedrez mi Papá me dijo que los personajes escoltados eran Alfredo junior y su hermano Adrián, los hijos del Señor Gobernador, y nietos de otro Señor Gobernador, y quienes serían, ni más ni menos, que mis compañeros en ese grupo.

La verdad es que me daba igual, honestamente para mí no hacía diferencia que fueran hijos del gober, y durante las clases todo ocurría normal; ellos eran dos niños como los demás, que venían a aprender, y a jugar.

Pero un día me tocó practicar con Alfredo, y entre jugada y jugada, me di cuenta que traía algo en la cintura, debajo de su chamarra. Le pregunté qué era, y él me enseñó: era una pistola, tipo revólver, de color negro, metida en una funda de piel y enganchada a su cinturón. Abrí los ojos bien grandes y con un impulso natural intenté tocarla, pero él bajó de inmediato su chamarra y no me dejó. Su hermano Adrián se me quedó viendo con una sonrisa traviesona, pero Alfredo no, y su mirada se me quedó grabada; era la de un niño con miedo y con responsabilidades de adulto, advirtiéndome que la pistola era real y que con eso no se jugaba.

Con el tiempo Alfredo y su hermano dejaron de venir a las clases de ajedrez. Nunca más los volví a ver en persona. Yo terminé ese primer nivel del curso, y después hice otro, algo que por cierto me ayudó mucho en la escuela; ese año y el siguiente saqué muchos diplomas.

Treinta y cinco años después de esta anécdota, la mirada de Alfredo no ha cambiado. Y ahí radica la razón por la que no quiero que el PRI siga gobernando en el Estado de México. Me explico.

El PRI es símbolo de muchas cosas. Pero desde mi punto de vista, una de las más significativas es la educación machista, rigorista y llena de castigos, miedo y reglas, para los ‘varoncitos’ en especial. ¿Y eso qué?, me dirán, ¡así es la educación en general en las familias mexicanas! Probablemente sí, pero mi punto no es ese.

La gran escuela de la política mexicana, el PRI, tiene demasiada influencia, tanto en otros partidos que siguen su viejo estilo, como en la sociedad, que sigue validando en ese instituto político muchos de sus comportamientos obsoletos y dañinos. El PRI es parte de la cultura de México y nos urge cambiar de raíz, justamente ESA parte.

Mientras el partido tricolor siga ganando elecciones con personajes criados de esta forma, desconectados de sus emociones, llenos de miedo por dentro y con modos autoritarios, seguirá abonando a la búsqueda incesante del poder y el dinero a costa de lo que sea, porque ese tipo de ‘cuadros’ van por la vida tratando de llenar un vacío interno, que es imposible de llenar con cosas externas. Y es que en el fondo, lo que todos estos ‘políticos’ necesitan, es una educación distinta desde pequeños. Ellos crecen para nadar en corrupción e impunidad, porque nadie les enseña que son humanos, y que además de cuerpo y cabeza, también tienen corazón, y negar su existencia los corrompe muy profundo, y desde muy temprano en sus vidas.

Ojalá que pierda el PRI en el Estado de México el próximo 4 de junio. Para que quede claro, desde la casa matriz de la política nacional, que las prácticas corruptas ya no sirven y tienen que quedar enterradas en el pasado, comenzando por la más dañina de todas: la crianza mutilada de los ‘varones del poder’, en entornos familiares como los que obligan, a un niño de ocho años, a “jugar” con pistolas de verdad.

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