lunes, febrero 24, 2025

LA PIEDRA DE SÍSIFO: Trump, el iluminado

Por José Luis Camacho López.- Donald Trump y su trastorno disociativo  de identidad, tiene un parecido al personaje del El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde descrito por la novela corta de  Robert Louis Stevenson. Un Trump  que por un lado habla quedito, elogia, sonríe y por la otra golpea con el garrote, la política del Big Stick que dicta a los mandatarios de Washington, republicanos o demócratas de “habla en voz baja,  lleva un gran palo, y llegarás lejos”.

Theodore Roosevelt fue el presidente que a principios del siglo XX  incorporó Big Stick a la política exterior de Washington para lograr,  lo que no se puede con la retórica,  hacerlo por la fuerza como lo hizo al apoderarse del Canal de Panamá. Una acción similar extraterritorial a la que propone el principal consejero de Trump, el multimillonario Elon Musk para combatir a los cárteles de las organizaciones mexicanas del narcotráfico.

Trump se siente predestinado para continuar extendiendo el sueño bíblico de Thomas Jefferson, el tercer presidente de Estados Unidos. Jefferson pensó en ese sueño cuando  Von Humboldt le dijo en 1804 de que México fuera parte de su “poder y riqueza”.

Von Humboldt le expresó al entonces presidente Thomas  Jefferson ese augurio.  José Emilio Pacheco lo describe  en  su estupenda Crónica del 47. Lo que no predijo Von Humboldt era que ese poder y riqueza del poder imperial iniciado por Jefferson  no los compartiría  con la joven nación del sur.

Humboldt fue el primer estudioso, científico  e historiador que estudió  la dimensión de las potenciales riquezas de México y de América Latina.

Desde la llegada del Barón Alexander Von Humboldt a los territorios americanos en los inicios del siglo XIX, ya se predestinaba que la relación de la entonces colonia española y desde 1821 la nación independiente,  era ser parte del expansionismo norteamericano.

Jefferson desde que tomó posesión de la presidencia, dice el historiador norteamericano John S. D. Eisenhower, sabía que debía proporcionar a sus descendientes un vasto territorio “hasta la milésima y diezmilésima generación”. Así le compró a Napoleón el gran territorio de Luisiana y envió expediciones militares hacia el oeste para enterarse de la debilidad de los territorios que entonces eran parte de la Nueva España para después estimular las migraciones de colonos hacia el territorio mexicano de Texas.

La nación mexicana,  desde antes de su independencia, ya se le miraba con una visión muy semejante a la que tiene el presidente Trump sobre el sur del continente para reafirmar la hegemonía de la Doctrina Monroe y la de su Destino Manifiesto.

Jefferson como Trump se arropan en el espíritu de los puritanos que llegaron en  expulsados de  Nueva Inglaterra en el Mayflower 1620 a las costas del norte de, Pacífico del norte   América, de creerse  predestinados por la providencia, con la misión sagrada de instalar el Reino de Dios en el nuevo mundo. Ese mismo espíritu lo envuelve a Trump.

Frases de su discurso al tomar el mando de su país por segunda ocasión refrendan el carácter mesiánico y totalitario del actual mandatario republicano:

“La Edad de Oro de Estados Unidos comienza ahora mismo”.

“Nuestro país florecerá y volverá a ser respetado en todo el mundo”.

“Estados Unidos será pronto más grande, más fuerte y mucho más excepcional que nunca.”

“Cambiaremos el nombre del Golfo de México por el de Golfo de América”.

“El sueño americano pronto estará de vuelta y prosperando como nunca antes”.

“Fui salvado por Dios para hacer a América grande de nuevo”.

Trump se siente completamente iluminado por  el  espíritu de Jefferson que por el año 1845  John L. Sullivan,  periodista estadunidense editor del New York Morning News y difundido por el Democratic Review, proclamó  como  el destino manifiesto; el de poseer el continente entero que la providencia “nos ha dado para desarrollar el gran experimento de la libertad y autogobierno federado que nos ha confiado”.

Sullivan sostenía que la base del Destino Manifiesto estaba en “que cualquier grupo hermano  podía establecerse en tierra no ocupada, organizar su contrato por  contrato social y en un momento dado solicitar su adhesión  a la Unión Americana”, según lo describen los historiadores Josefina Zoraida Vázquez y Lorenzo Meyer.

La misión del Destino Manifiesto se cumplió con la anexión de los territorios mexicanos de Texas  en 1836 y posteriormente en 1847 con la conquista de los otros territorios mexicanos de la alta California y Nuevo México.

Todavía en 1885, John Fiske, un filósofo e historiador estadunidense, auguraba lo inevitable de que la raza inglesa habría de imponerse en todo el mundo, “su lengua, hábitos y tradición”. En 1888 la Cámara de Comercio de Los Ángeles proponía la compra de Baja California, bajo la idea de un expansionismo pacífico, por sus grandes recursos mineros, también lo escribe  Josefina Zoraida Vázquez.

La historia como el mejor reflejo de lo que han sido las turbulentas relaciones de México con los Estados Unidos son la memoria del golpe de Estado en 1910  contra el gobierno del presidente Francisco I Madero y su asesinato junto con el vicepresidente José María Pino Suárez, promovidos por el procónsul Henry Lane Wilson.

Para los gobiernos de Washington nuestro país ha sido visto como el “problema mexicano”. En 1920, tras la expedición de la Constitución de 1917, el senador republicano Albert Fall, encabezó audiencias senatoriales donde se trataba ese “problema mexicano”. Recomendaba eliminar los artículos 3, 27, 33 y 130, nocivos para los intereses de los Estados Unidos. En el caso de que México no accediera, pedía una intervención militar.

Para Trump la época de mayor lucimiento de los Estados Unidos por su expansionismo territorial termina en la segunda década del siglo XX por el poderoso dominio de la Doctrina Monroe,  que por un lado propugnaba la no intervención a los gobiernos europeos y por la otra la ejercía para su hegemonía política, económica y cultural en las flácidas naciones del sur, como México al que le arrebató la mitad de su territorio.

México se encuentra en medio de una nueva disputa global imperial, en la renovación del espíritu del Destino Manifiesto incorpora la reimposición del capitalismo como un mercado  completamente libre y de la inversión extranjera en países como el nuestro, débiles por antonomasia por esa larga y turbulenta historia de los desencuentros políticos de facciones políticas,  sin un proyecto de nación capaz de levantar la soberanía sin las fragilidades que arrastra desde su independencia política más no económica.

En una frase atribuida al general Porfirio Díaz  de ¡pobre de México, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos! queda sellado ese espíritu del demonio manifiesto, ese Alien esquizofrénico del Extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde descrito por la novela corta de  Robert Louis Stevenson que encarna Trump.

 

Un Destino Manifiesto renovado en Trump  que nos avisa, por ahora,  de un futuro de un dominio redoblado  para nuestro país  para no envolvernos en un patriotismo fatuo y fuera de la realidad de un imperio global del capitalismo superior pregonado por Lenin hace más de un siglo.

No bastarán acuerdos,  colaboración  y coordinación para darnos por servidos de un respeto a nuestro soberanía ni tampoco entreguismos serviles y abyectos como los que declara el Partido Acción Nacional,   cuando se requiere reformular unas relaciones de origen, examinar nuestras ancestrales debilidades, empezando por una economía capaz de garantizar una mejor vida digna para quienes cruzar la frontera sigue siendo la única vía de sobrevivencia. De otra forma Trump y quienes le sucedan nos habrán de doblar de nuevo.

 

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