Por José Luis Camacho López.- La Comunidad Judía de México salió al paso de una serie de abyectas, obscenas ofensas a la presidenta Claudia Sheinbaum Pardo que se convierten en discursos de odio, semejantes a las utilizadas durante la etapa de las crueles y violentísimas persecuciones efectuadas por el régimen de Adolfo Hitler de la población de origen judío en Europa.
Ese discurso trascendió y persiste aún en México. Pretenden la desmoralización social, rupturas y aterrorizar. Sembrar miedo, pánico. Por ello la Comunidad Judía hizo pública su condena al hacerlo enérgicamente “por las pintas y expresiones antisemitas con descalificativos soeces realizadas en la marcha del 15 de noviembre”.
“El antisemitismo es una forma de discriminación de acuerdo a nuestra Constitución y debe ser rechazado de manera clara e inequívoca”, culmina el corto texto de la Comunidad Judía de México. No solamente lo es, encierra una forma de intolerancias y hostilidades de las características más ominosas y alta criminalidad para la vida humana. Lo mismo para una raza que a otra, sean judías, palestinas, afrodescendientes o a cualquiera de nuestras etnias.
A ese proyecto ha estado empeñada la primera presidenta. Sin embargo, en uno de sus discursos en los que habla efectivamente de las libertades públicas que nos acogen, de manifestación, expresión, reunión, instituidas en la Constitución, hubo una ruidosa, fangosa y riesgosa frase que inevitablemente nos remite a un pasado del viejo régimen.
Hay libertad de expresión, libertad de manifestación, libertad de reunirse, de manifestación. Todas las libertades, dijo. Claro, “la libertad conlleva al ciudadano una responsabilidad, la libertad no es libertinaje”. Esta última frase es la que inquieta cuando el presidente Gustavo Díaz Ordaz, en los momentos álgidos y turbulentos de 1968, expresó: “Se ha llegado al libertinaje en el uso de todos los medios de expresión y difusión, se ha disfrutado de amplísimas libertades y garantías para hacer manifestaciones ordenadas…” Tomado de la Gaceta de la UNAM, 30 de agosto de 2018.
Es una frase que en estas atmósferas conlleva aumentar la temperatura política de la rispidez, los bruscos desentendimientos entre militantes de los partidos de oposición conocidos como “prianismo”, conservadores o de derecha, y del partido en el gobierno Morena, una izquierda difusa, de convivencias políticas ambivalentes, que han estado intercambiando una serie de discursos políticos con un claro síntoma de odio ideológico.
Ambos discursos áridos, enconados y exacerbados sembrados desde las alternancias en el poder desembocan en los hechos sombríos y violentos en parte de la marcha de la Generación Z del sábado 15 de noviembre de 2025.
Por esas antagónicas peroratas ideológicas de rencores hasta personales intercambiados por esas facciones partidistas, de pugnas por el poder en todos los espacios públicos, legislativos o mediáticos, el clima político del país ha estado irrespirable, viciado y contaminado.
En esa marcha el más significativo y simbólico discurso por su sordidez, el más tenebroso y a la vez desafiante fue el dirigido a sembrar más encono y miedo, es el que tuvo como objetivo a la presidenta Claudia Sheinbaum por su origen judío.
Una de esas expresiones se escribió, para que fuera visible, en uno de los muros del edificio de la Suprema Corte de Justicia de la Nación. Una ilustración no espontánea, infiltrada y calculada de un lenguaje que ilustra perfectamente la peligrosidad de la recuperación de un lenguaje totalitario, soez, discriminatorio y criminal dominante durante el régimen nazi y desde los años previos al ascenso de Hitler en 1933.
Para México lo contagioso de estos lenguajes es su reaparición y reorganización. Es una de esas narrativas ampliamente promovida en México por el régimen nazi fascista antes y durante la Segunda Guerra Mundial. Tuvo eco en periódicos y revistas afines e incluso círculos políticos, particularmente en el sinarquismo.
Esa peligrosidad la describe Joseph Goebbels. En su diario escribió que Hitler expresó “su firme determinación de limpiar Europa de judíos”. Para Goebbels la eliminación de la población judía debía realizarse “con fría rudeza”, lo que instruye el pensamiento del odio antisemita que prevalece hasta nuestros días.
Nuestro país no fue ajeno en esa etapa de perseguir a la comunidad judía. Agentes nazis “establecieron estrechos contactos con grupos de políticos derechistas y fascistas en México”, describió Friederich Katz en la Conexión Alemana.
La política alemana de Hitler hacia México se orientaba en dos direcciones: alentar a grupos afines a oponerse a las políticas del general Lázaro Cárdenas por su apoyo a la República Española, “francamente antifascista”, escribió Katz. La otra que “los nazis se opusieron con todas sus fuerzas al gobierno revolucionario de Cárdenas”.
Cárdenas irritaba a al régimen nazi cuando México, mencionó Katz, “fue el único país, al lado de la Unión Soviética, en declararse contra la anexión de Austria”.
Estos hechos y otros narra Katz sobre la influencia que pretendió la Alemania nazi sobre nuestro país. Uno de ellos al pretender aprovechar la nacionalización petrolera al abrir su mercado al petróleo mexicano por el boicot de los Estados Unidos y Gran Bretaña. Los nazis buscaban crear “una base petrolífera alemana en México”.
Lo descrito en ese mensaje en el muro del inmueble de la Suprema Corte de la Nación contra la presidenta Sheinbaum plantea una especie de violencia psíquica, semejante a la que Goebbels recurría todas las noches a partir del uso de la radio. Ha sido una forma de siembra de terror, no desechada y usada en las políticas globales de expansionismo del gobierno de Donald Trump.
Es una forma de violencia, casi la misma, a la utilizada por las persecuciones anticomunistas en México. Planeadas, aplicadas y difundidas por gobiernos del régimen del partido de Estado a partir del inicio de la guerra fría conocida como la doctrina del macartismo.
El renacimiento de esa doctrina surgió al terminar la Segunda Guerra Mundial en Estados Unidos con el nombre de su creador , el senador Joseph MCarty, un rabioso perseguidor anticomunista a nombre de un Comité de actividades antinorteamericanas entre 1952 y 1954.
Por ese tipo de discurso todo aquel pensamiento que representara un peligro para la doctrina hegemónica estadunidense, MCarty persiguió, enjuició, criminalizó, hasta llevar al extremo de los asesinatos de la pareja judía de los Rosenberg, Ethel y Julios, ejecutados en 1953 en la silla eléctrica acusados de espionaje.
Como lo narró Lilian Helman en Tiempo de canallas, fueron perseguidos y juzgados intelectuales, escritores, actores, cineastas. Por esa doctrina se mentía cuando era necesario mentir y calumniar cuando no era necesario calumniar, dice Helman en su libro.
Los mismo ocurrió en México con el alineamiento del país a la lucha anticomunista: Intelectuales, artistas, escritores, periodistas, líderes de trabajadores agrupados en distintas organizaciones también fueron censurados, perseguidos y llevados a prisión bajo delitos como el de “disolución social”.
Las cárceles mexicanas se llenaron de opositores en 1968 bajo esa misma consigna por disentir de las persecuciones desatadas por el régimen del partido de Estado. Estudiantes eran encerrados por el duro fiscal Eduardo Ferrer MacGregor solamente por confesar sus lecturas de literatos soviéticos.
El duro Ferrer MacGregor sentenció a 86 críticos del gobierno de Díaz Ordaz, de tres a 17 años de prisión, entre ellos al ingeniero Heberto Castillo y el filósofo Eli de Gortari, acusados de financiar e instigar el movimiento estudiantil de 1968.
Un escenario donde México está sobre el filo de una navaja, donde una y otras fuerzas políticas están en franca riña por el poder, enajenadas en llevar al país a despeñarse, mientras Trump espera la oportunidad de verlo más débil.
