por Raúl Moreno Wonchee
José Antonio Meade renunció al despacho de la Secretaría de Hacienda para buscar la candidatura a la Presidencia de la República por el Partido Revolucionario Institucional. Por primera vez en la larguísima historia del partido de la Revolución, un político que no figura en la nómina de sus militantes aspira a ser postulado para la madre de todas las elecciones.
El hecho es relevante porque apunta a cambiar aspectos clave de la estructura y funcionamiento del partido históricamente mayoritario y del régimen político. Pero no hay que adelantar vísperas: Meade apenas ha manifestado su intención de ser reconocido como precandidato.
El próximo domingo solicitará ser registrado por el órgano partidista correspondiente que emitirá su dictamen al día siguiente. Y será el 18 de febrero de 2018 cuando la Convención de Delegados elegirá al candidato.
En las próximas once semanas, Meade deberá convencer al partido de que es la persona idónea para representar al tricolor en las elecciones y ganarlas. Los dirigentes partidistas afines a la candidatura de Meade tendrán, por su lado, que explicar las razones en que se apoya la candidatura de un ciudadano que no es priista y a la vez sensibilizar a Meade sobre las aspiraciones de los sectores sociales mayoritarios que son la raíz profunda de la lucha democrática y social del tricolor.
Soy optimista: Meade no es ajeno a las causas populares ni a las ideas y tradiciones revolucionarias del PRI. En las once semanas que vienen Meade conocerá mejor al partido y promoverá su unidad. Y el partido forjará a Meade como un líder institucional que sabrá conjugar las exigencias del desarrollo nacional con las necesidades sociales y las demandas populares.