La historia de Eréndira en la moral de la nación

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Luis Alberto García / Pátzcuaro, Mich.

*“Es el reflejo positivo de la Malinche”: Víctor Turner.
*Elementos imaginados que la hacen excepcional.
*Un ejemplo es la refunzionalización del caballo.
*Elemento de la conquista y aliado para la resistencia.
*Reducciones en el proceso que la difunde como imagen.
*Al último permanece solamente como la guerrera etérea.

Para historiadores y literatos, críticos y autores especialmente algunos extranjeros, los protagonistas de la historia de Eréndira son personajes cuya historia personal concentra la polémica por la moralidad de la nación y lo que uno, una, puede y debe hacer.
La Eréndira de Eduardo Ruiz se halla en el limen entre lo que Víctor Turner llama “el paradigma de Malinche” y un paradigma distinto, alternativo: “Como imagen especular de la Malinche, Eréndira ciertamente tiene mucho de ella; es su reflejo positivo”.
Sin embargo, Eduardo Ruiz Álvarez introduce elementos imaginados que hacen de este relato algo excepcional; es decir , que no es una mera inversión en virtud del problema que significó la figura de Malinche para el nacionalismo liberal del siglo XIX.
Uno de esos elementos es la refuncionalización del caballo, uno de los instrumentos de la conquista, como aliado para la resistencia, como veremos enseguida.
Las sucesivas “reducciones” del texto, debido al trasvase de lenguajes: de letra a muro, de muro a folletería y a actuación fílmica.
Desde su versión literaria en el libro de Ruiz, Eréndira padece sucesivas reducciones en el mismo proceso que la difunde como imagen, y como un ícono plásticamente representable va perdiendo mucho de ese amplio registro de circunstancias y comportamientos que vimos en el texto.
Al final queda solamente la guerrera etérea.
De entre todas las imágenes de mujeres e indios a caballo en la historia de la globalización, que son realmente escasas, Eréndira sobresale y es realmente una imagen excepcional.
Al mostrarse en muros públicos y ser parte del discurso visual oficial, Eréndira deja de leerse, y el texto de Eduardo Ruiz incluso se pierde del marco de referencia de los incontables refritos de la leyenda, que cada vez la “pintan” más audaz, más conscientemente anticolonial, antiimperialista.
Para los artistas plásticos es ineludible representar lo que Eduardo Ruiz omitió describir en su texto: cómo va Eréndira a caballo cuando la corporalidad femenina en este tipo de montaje fue un elemento patente en las guerras morales y jurídicas, especialmente a finales del siglo XIX y durante la primera mitad del XX.
Aún antes que la lucha por el sufragio femenino, las naciones “civilizadas” debatieron fuertemente sobre los peligros para la salud personal, la decencia y el vigor de la raza “nacional” si se permitía que las mujeres montaran a caballo.
Los médicos señalaban riesgos de deformidad en el aparato reproductor femenino, y, en consecuencia, hablaban de una posible “degeneración de la raza”; algunos políticos añadían a la deformación física, el atentado a la moral, pues las mujeres que osan montar como hombres, sólo lo hacen por falta de modestia, por deseo de igualdad y de hacerse a sí mismas “indebidamente conspicuas”.
Destacados caballistas las condenaban por hacer una monta de ridículos e incluso expertas amazonas estaban convencidas de la imposibilidad de montar bien en un corcel siendo mujer, debido a la redondez de los muslos.
Pero en los caminos y los montes es difícil controlar quién anda a caballo y cómo, y esto ya se había visto en el siglo XVI, cuando las restricciones para que los nativos americanos cabalgaran quedaron ampliamente rebasadas por la dinámica de las poblaciones de caballos, de nativos y de las instancias que administraban el gobierno colonial y la aplicación de la ley.
Una Eréndira pudorosa, una dama que no se expone al contacto con el lomo del caballo, como la del mural de la Sala de Banderas del CREFAL, es parte de una historia matizadamente distinta de la otra, la Eréndira caballista, que no marca corporalmente su diferencia con la forma de montar del conquistador y que se nos muestra con pleno dominio de la bestia que contiene entre sus piernas como es el caso del mural de la Biblioteca Gertrudis Bocanegra en Pátzcuaro.
Además, la Eréndira que monta “a mujeriegas” es también la más cubierta por su vestido, de hombros a tobillos; la Eréndira combativa va semidesnuda, con el torso y piernas al descubierto.
Las variaciones iconográficas de Eréndira Ikikunari a caballo cuentan historias diferentes en los muros y relieves de la misma ciudad de Pátzcuaro:
“El problema de la representación visual es precisamente el encanto de la composición y el foco de atención para quien lee las dinámicas que se introducen cuando se ven caballos y jinetes en movimiento”, reflexionó en su momento Juan O´Gorman, autor del famoso mural patzcuarense.

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