Gregorio Ortega Molina
*Lo cierto es que desconocemos el único, auténtico, verdadero corazón de los candidatos a gobernar 120 millones de mexicanos. Todas las consideraciones vertidas sobre ellos son suposiciones determinadas por la empatía o las fobias, nada más
¿Haber leído el perfil biográfico de los candidatos, escuchar sus diatribas, ataques y sucedáneos de propuestas de gobierno, nos permite decir que los conocemos? ¿Con esa información básica de quienes podrían llegar a gobernar a 120 millones de mexicanos, elegiremos a uno de ellos con la seguridad de ser la mejor opción?
Los seres humanos nunca somos transparentes del todo. Quizá por ello el rito de la confesión en el catolicismo es secreto, entre dos, como la consulta al psicólogo o al psiquiatra. Nuestros deseos y frustraciones nos determinan, porque siempre son con referencia al otro. La alteridad como determinación y fuerza de voluntad.
¿Cómo, entonces, un candidato a la presidencia de México refrenda su alteridad ante 120 millones de previsibles futuros gobernados? Allí empiezan las pulsiones que desconocemos los electores y niegan los elegibles. Decidir, mandar, imponer obediencia, disciplinarse, obedecer el mandato constitucional, servir antes que servirse. Imposible saber cómo se conducirán en cuanto tengan frente a ellos las alternativas, aunque puede deducirse de las mentiras y trampas de las que se han servido para intentar hacerse con el poder.
Calumniar, ¿implica que gobernará calumniando? Difamar, ¿nos conducirá a un gobierno de difamaciones? ¿La opacidad nos conducirá a un gobierno en el que se tomen decisiones sin transparencia? No lo sabemos, pero lo que sí es una verdad de a kilo, es que no votar es la peor de las opciones. Nuestro destino como sociedad inicia con el sufragio. No emitirlo es no emitirnos, equivale a negarnos, a dejar de ser. Sufragar es el paso inicial para expresar nuestro deseo de participación social y política; básica, sí, pero sin ese paso inicial imposible reclamar después.
Acudir a las urnas es un rompimiento con el pasado, un compromiso con el presente y la renovación del contrato de esperanza con el futuro. Anticipar las consecuencias de hacerlo es una apuesta, porque -como lo escribió Javier Marías- “en realidad todo lo que se cuenta, todo aquello a lo que no se asiste, es sólo rumor, por mucho que venga en juramentos de decir la verdad. Y no podemos pasarnos la vida prestándole atención, todavía menos obrando de acuerdo con su vaivén. Cuando uno renuncia a eso, cuando uno renuncia a saber lo que no se puede saber, quizá entonces, parafraseando a Shakespeare, quizá entonces empieza lo malo, pero a cambio lo peor quedó atrás”.
Pero, ¿qué podemos suponer o adivinar, en el caso de poseer el don de la adivinación? Nada, porque lo cierto es que desconocemos el único, auténtico, verdadero corazón de los candidatos a gobernar 120 millones de mexicanos. Todas las consideraciones vertidas sobre los candidatos son suposiciones determinadas por la empatía o las fobias, nada más.