*El capitán sabe que se va a hundir con los restos de la República, pero no le importa, como tampoco busca encontrar una solución, un proyecto, un programa, un grupo, un milagro de unidad nacional para recuperar México. Prefiere morir en el agravio en el que cree haber vivido su vida
Gregorio Ortega Molina
¿Cuántos años de malos gobiernos recibieron respuesta en las urnas en 2018? Suponer que Andrés Manuel se refugiaría en su rancho de perder en esa tercera ocasión, fue un error, el mismo que pensar que en 2024 se irá a su casa. Es el regreso del Caudillo, es El Gesticulador de Usigli que llama a la puerta.
Todos, los barones del dinero, los encumbrados por la delincuencia organizada, las élites de la familia revolucionaria, los administradores del control político y social a través de los partidos, los líderes sindicales, los aspirantes a transformar el proyecto de nación surgido de la Constitución del 17, las clases medias y los empobrecidos de profesión, lo mismo que los campesinos y los obreros, sí, todos somos corresponsables del desastre nacional.
¿Por qué? Por nuestra manera de ser, lo mismo explicada por Emilio Uranga que por el discurso de la Revolución. Nos dejamos convencer de que era a toda madre tener un presidente ligador y paseador (Humberto, ¿qué me toca hoy, viaje o vieja?), o uno feo y cabrón, pero capaz de poner orden porque así lo exigió el último intento de conservar vigente el milagro mexicano; o un presidente que no encontró las respuestas adecuadas a las exigencias del crecimiento demográfico y la urgente conciliación con un clero cuya esencia es la objeción de conciencia, porque es incapaz de educar sexualmente a sus fieles, en contraste con un sucesor cínico, incapaz de contenerse porque su deseo ante la legalidad siempre fue el incesto, con la ley o con su sobrina, la esposa de Luis Vicente.
La Renovación Moral abrió las puertas a las exequias de la Revolución, oficiadas por los hermanos Salinas de Gortari y el servicio de la traición de José Andrés de Oteyza… Luego, una sucesión de crímenes políticos que no cesan, ni cesarán en lo inmediato, porque nadie hay capaz de coordinar las esfuerzos nacionales para convocar a la redefinición del ser del mexicano, lo que implica tener un proyecto de patria, primero (en concepto y desarrollo), para después ofertarnos uno de nación, que dista mucho de ser este presidencialismo acedo que intentan recetarnos, aunque tengan a la mano el resultado histórico de la República de Weimar.
Estamos ante la repetición continua y tremenda de esa escena del Titanic, la película, en la que los músicas no cesan de interpretar su propia tristeza, y los pasajeros del viaje al futuro, a la eternidad, a la promesa, no cesan de angustiarse al mismo tiempo que se pelean por los últimos chalecos salvavidas, o los pocos lugares de los botes que pudieran llevarlos a buen puerto.
El capitán sabe que se va a hundir con los restos de la República, pero no le importa, como tampoco busca encontrar una solución, un proyecto, un programa, un grupo, un milagro de unidad nacional para recuperar México. Prefiere morir en el agravio en el que cree haber vivido su vida.
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Todo indica que el PRI se niega a convertirse en comparsa, cuando menos cuatro de sus ex presidentes del CEN así lo afirman. Poco importa quién o quiénes organizaron el encuentro, lo trascendente es la razón última que los convocó para llamar a los mexicanos a defender sus intereses: la patria, la nación.
Los priistas son contradictorios. Se han traicionado a ellos mismos, afirman que lo hicieron por México, pero también dan la cara cuando se trata de rescatar a la República, sus instituciones. El Estado no puede seguir empequeñeciéndose. Se pone interesante.
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