*Como cereza en la perfecta simulación del oficio de mandar, ofertaron una alternancia que nada resuelve, pero que sí ha servido para hacer intocable al Poder Ejecutivo y envilecer el quehacer político
Gregorio Ortega Molina
En 1969, cuando las disputas por el poder se dirimían con ideas y propuestas claras, apareció el folleto México. El dilema del desarrollo: Democracia o autoritarismo, en el cual Jorge Cortés Obregón, Víctor Flores Olea, Gastón García Cantú, Henrique González Casanova, Horacio Labastida, Francisco López Cámara y Gustavo Romero Kolbeck expusieron lo que debiera ser la continuidad (todavía) del proyecto de la Revolución.
En su contraportada, en letras negras, se presentaron los siguientes planteamientos, para invitar a la lectura completa:
¿Puede seguir creciendo nuestro país con millones de pobres y 6 o 7 familias de millonarios?
El Estado no es un simple aliado del sector privado, ni una tercera entidad, sino representante de la mayoría de los mexicanos.
La distribución del ingreso revela la necesidad de una política de justicia social más equitativa.
El esfuerzo colectivo requiere de la crítica no de la adulación servil.
¿Dónde estamos parados después de 55 años y con 125 millones de habitantes en lugar de 35, después de ese 1968 que cimbró a buena parte del mundo?
Hay constancia del esfuerzo de muchos mexicanos para sustituir un proyecto de Nación traicionado desde que Álvaro Obregón decidió reelegirse. El Poder Legislativo se ha reformado, primero con los diputados de partido, luego los de mayoría. Lo mismo sucedió con la Cámara de Senadores. El Poder Judicial de la Federación fue transformado, de arriba abajo, en 1995.
Los gobiernos debieron dejar de lado su empecinamiento por mantener el control de las elecciones y el órgano electoral federal se ciudadanizó. Obvio, en su Consejo están representados los institutos políticos, no en la dirección ni en la administración; al menos así debe ser, porque parece que hoy se olvidó esa premisa.
Se crearon instituciones y estructuras administrativas para facilitar que los ciudadanos pudiesen estar enterados del destino de sus impuestos y estar atentos a la calidad de proyectos y programas que atañen a su bienestar: seguridad, salud, educación. Hoy todo yugulado por una decisión de Andrés Manuel López Obrador, tal y como lo confió Adán Augusto López a un grupo de senadores. Es la garra de la sinrazón sobre los deseos de la voluntad popular.
Como cereza en la perfecta simulación del oficio de mandar, ofertaron una alternancia que nada resuelve, pero que sí ha servido para hacer intocable al Poder Ejecutivo y envilecer el quehacer político.
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