*¡Carajo! Un procedimiento penal “legal” que contraviene la Constitución y todos los ordenamientos que desde 1917 supuestamente preservan las libertades y derechos individuales; el expolio de la vida, hasta convertirla en humo y cenizas en los hornos crematorios
Gregorio Ortega Molina
En México hay demasiados reos sin sentencia. Un estate quieto se convierte en prisión eterna, porque a la pena del recluso se suma la de su familia. Los “enchiquerados” por una corrupción que a los fiscales les resulta imposible comprobar, o porque están detenidos por necesidades políticas del Poder Ejecutivo, sumarán meses en la ilegalidad de la procuración y administración de justicia.
¿Cuántas sentencias se han dictado a los detenidos para “erradicar” la corrupción y acabar con la impunidad? Eugenio Méndez Docurro, Félix Barra García y Jorge Díaz Serrano fueron castigados como ejemplo político, para que no se rayaran los cuadernos presidenciales y para preservar el honor de la hermana de Jolopo. ¿Por qué no le pudieron dictar sentencia a Rosario Robles, a Emilio Lozoya Austin y a Juan Collado? Fueron usados para infundir temor y como advertencia.
La respuesta a estas interrogantes está en un texto de Fernando Savater publicado en El País del tres de septiembre último: “… Pero la política empieza cuando buscamos soluciones de izquierdas a nuestras inquietudes no menos zurdas. Lo cosa se complica porque esos remedios -colectivistas, confiscatorios, autoritarios y partidarios de la intromisión estatal no en la gestión social sino en la orientación de la vida individual-resuelven poco, aunque perjudican mucho, al modo que la decapitación es una cura adecuada de la jaqueca. Pero como son de izquierdas… ¡cualquiera los critica! Atrevámonos: tengo inquietudes de izquierda porque estoy bautizado, pero a la hora de las soluciones… prefiero ser pensante, no creyente”.
¡Carajo! Un procedimiento penal “legal” que contraviene a la Constitución y todos los ordenamientos que desde 1917 supuestamente preservan las libertades y derechos individuales. Imposible no evocar la quinta columna de la Segunda Guerra Mundial, los denunciantes anónimos de judíos adinerados, tan solo para quedarse con sus propiedades, el expolio de obras de arte, pero sobre todo el de la vida, hasta convertirla en humo y cenizas en los hornos crematorios.
Hemos regresado, sin contención alguna, a la época del poder absoluto. ¡Tanto miedo a la democracia! Dejémonos de cuentos, la transición que se requiere se detuvo en una tímida alternancia, todas igual de corruptas e impunes, como la que ahora se enseñorea y engríe en el privilegio de mandar, porque manda el señor del cash.
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