*Los que hoy llegan son vistos con recelo e incluso desprecio, porque si ya los programas sociales resultan insuficientes y los desaparecidos crecen exponencialmente, qué traerán los que vienen en busca de certezas y seguridad, pero se encuentran con lo opuesto
Gregorio Ortega Molina
Los migrantes de hoy no son los de antaño. El Éxodo salió de Egipto con el propósito de fundar una nación. Durante la Segunda Guerra Mundial fueron perseguidos políticos, pero sobre todo huían del expolio. El mito de la raza superior era un pretexto, como lo fue la purga de judíos en los momentos de la unificación española. Isabel necesitaba recursos frescos, como los requirió Adolfo Hitler.
La Guerra Civil en España, la Guerra Sucia en Argentina, el Golpe de Estado en Chile, trajeron a México, quizá, lo mejor de esas naciones. El Colegio de México, las cátedras universitarias, la empresa y la investigación se enriquecieron con esos migrantes que ennoblecieron el ámbito de sus desarrollos profesionales.
Todo indica que hoy no es el caso, y los mexicanos, en su mayoría, se muestran poco predispuestos a compartir, sobre todo ahora que la confrontación entre connacionales es atizada todas las mañanas, como método de control político interno.
Al envilecimiento de la política, corresponderá el del comportamiento social. Al rechazar al recién llegado nomás porque sí, al culparlo de todo lo malo, al cerrarle la puerta en la nariz, los que nos degradamos moralmente como sociedad y como nación, somos los que nos negamos a ofrecerles una oportunidad, y no será fácil ni en poco tiempo que nos decidamos a recapacitar sobre nuestra actitud para con el fuereño.
Algunos amigos y conocidos, todos con recursos económicos, decidieron salir de México durante alguna de las crisis iniciadas en 1976 y subsiguientes. Todos, más pronto que tarde, decidieron regresar, pues de inmediato se sintieron mal recibidos. No eran del mismo color, de la misma raza, no hablaban el mismo idioma, y poco importaba que llevaran, o no, negocio.
La mayoría de los oriundos de los países “invadidos” por migrantes pacíficos, pero con necesidades básicas y enfermedades, los ven como no deseables, que llegan a quitar empleo y recursos a los suyos, a causar molestia y a favorecer al crimen y la violencia. Los que hoy llegan son vistos con recelo e incluso desprecio, porque si ya los programas sociales resultan insuficientes y los desaparecidos crecen exponencialmente, qué traerán los que vienen en busca de certezas y seguridad, pero se encuentran con lo opuesto.
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