*La peregrina idea de que los programas sociales modificarían no solo la percepción de inseguridad, sino que haría de México un país seguro, muestra que este gobierno se entregó de bruces a la voluntad de los dueños y guías de los cárteles, cuyo capricho determina la vocación de los políticos y la conducta de la sociedad
Gregorio Ortega Molina
¿Qué determina que una persona se trascienda a ella misma, se transforme en guía o ejemplo para otros, porque su trayectoria, su obra, su arte, su genio, su liderazgo ilumina a la sociedad?
¿Está, nuestro prohombre e ilustre y nunca bien ponderado presidente de la República en ese nivel? Así lo proclaman sus sacerdotisas Layda Sansores y Tatiana Clouthier Carrillo cuando sostienen que la odisea del tren maya es comparable a la llegada del hombre a la luna. Quienes así lo consideran deben leer el cuento La obra, donde Adolfo Bioy Casares borda sobre esa idea de grandeza por la que los seres humanos mueren.
La auténtica estatura histórica de Andrés Manuel López Obrador no está en lo que aspira a suplir con ese nuevo censo de personas desaparecidas, realizado por sus servidores de la nación. Tampoco en sus propuestas de reforma constitucional que hará públicas y enviará al Congreso el 5 de febrero próximo. Está en las páginas del libro de Marcela Turati, y no precisamente porque nuestro amado y providencial político y presidente constitucional de México sea el protagonista o responsable de los sucesos ahí narrados, sino porque prometió pacificar al país, se comprometió a que hechos como el de San Fernando dejaría de suceder, y a pesar de su enorme e imaginativo esfuerzo, se han multiplicado a lo largo y ancho de buena parte de nuestra casa, nuestra república, que ahora escurre sangre.
Escribe la reportera Turati: “Controlar los territorios y las rutas era el objetivo, y exprimir a los habitantes y la economía local. A su catálogo de delitos sólo le ponía límites la imaginación: extorsionar a negocios de cualquier tamaño, <<vender>> protección, despojar de propiedades y bienes, secuestrar personas, traficar todo lo comerciable (migrantes, recursos naturales, petróleo y gas, piratería, fayuca), reclutar gente a la fuerza o de manera voluntaria, ya fuera para explotación sexual, para engrosar sus ejércitos, para su venta o para el trabajo esclavo de todo tipo”.
Durante mucho tiempo los precios de los productos agropecuarios fueron determinados por las variaciones climáticas, hoy lo establecen las extorsiones, el derecho de piso. Cuando los productos alimenticios llegan a las mesas de los consumidores, lo hacen gravados por la codicia de los señores de los cárteles. Hay, ya, una distorsión económica, que se agrava cuando en ella se incluye el cobro de piso a las tesorerías municipales y estatales. ¿También en la de la Ciudad de México?
La peregrina idea de que los programas sociales modificarían no solo la percepción de inseguridad, sino que haría de México un país seguro, muestra que este gobierno se entregó de bruces a la voluntad de los dueños y guías de los cárteles, cuyo capricho determina la vocación de los políticos y la conducta de la sociedad.
Antes de concluir este texto, encuentro en Metrópolis, de Philip Kerr, lo siguiente: “El mayor factor potencial de crisis es la indecisión. Esos gobiernos que no hacen nada. Sin una mayoría clara, no sé si este será distinto (¿el de Claudia? ¿El de Xóchitl?). Ahora mismo, nuestro mayor problema parece ser la democracia misma. ¿De qué sirve si no nos proporciona un gobierno viable? Es la paradoja de nuestros tiempos, y a veces me preocupa que nos hartemos antes de que la situación se solucione por sí sola”.
Con que ya sabemos nuestro compromiso para el próximo dos de junio. A votar todos.
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