*A las semanas o pocos meses de mitigada la pandemia, podremos saber dónde estamos parados en la relación gobierno-sociedad, porque estará marcada por las ausencias de los seres queridos, y la presencia del desempleo, el hambre y la inseguridad
Gregorio Ortega Molina
Perdido el control del tiempo y modificada la alteridad como consecuencias de la cuarentena, el tercer gran cambio -quizá debiera ser el primero- es la relación entre gobierno y sociedad. No sucederá de inmediato, sino a los días, semanas o pocos meses de dada por remitida la pandemia.
Es hasta entonces que evaluaremos la estatura de nuestros gobernantes -los de ayer, aunque principalmente los de hoy-, cuando poco a poco los que sobrevivan se enteren de lo que perdieron, ellos y los que se fueron. En cuanto constaten el número de rostros que, así, sin más, dejarán de ver, y que sepan que los cuerpos fueron llevados a fosas comunes, como ya ocurre en Nueva York, o incinerados en un amasijo de identidades, en las que los polvos dejaron de pertenecer a aquéllos lodos, mediremos la verdadera dimensión de la tragedia física.
Sobre la pérdida de pedazos de uno mismo, estará la disolución de afectos, entrañables amistades que, de pronto, dejaron de estar en medio de un caos consecuente con el estado de la salud pública que reformaron en cuanto llegaron al poder, dejaron de adquirir medicamentos y limitaron las plazas. En cuanto a culpas el pasado adquiere la dimensión del presente, siempre… siempre… pregunten, si no, a los deudos.
Luego… sí, luego y con todo y la pena de los seres queridos y los amigos perdidos, el hambre, que se instala porque se perdieron empleos, se dejó la economía a la deriva, se temió cometer los errores de siempre, pero se cometieron… y peores.
¿Cuándo se ha permitido que Estados Unidos asuma parte de los compromisos que México adquiere con la OPEP? Esos favores tienen un alto costo, y vamos a pagarlo. ¿Cómo? Releamos a E. M. Cioran, para comprender el tamaño del problema que ya tenemos encima. Responde a pregunta de Branka Bogavac, de Le Compte:
No tiene usted buena opinión de los políticos. Según usted, son todos malos y sólo puede hacer política quien sea un tramposo.
En parte es verdad. Un tipo inocente no puede hacer política, pues no puede ser un cabrón. Un político ingenuo es una catástrofe para su país. Los políticos mediocres son ingenuos que se hacen ilusiones y eso tiene consecuencias nefastas. Si el político es ingenuo, es peligroso. Son cosas aparentemente sencillas, pero en el fondo muy importantes. Lo que es curioso es que la experiencia de la vida muestra cómo se equivocan personas que se creen muy inteligentes. Los políticos verdaderos son los que no se hacen ilusiones. De lo contrario, perjudican, son peligrosos para su país. Por eso es algo tan raro un político decente.
Pues sí, a las semanas o pocos meses de mitigada la pandemia, podremos saber dónde estamos parados en la relación gobierno-sociedad, porque estará marcada por las ausencias de los seres queridos, y la presencia del desempleo, el hambre y la inseguridad.
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