*Un arquitecto sabe que, al colocar el florero en la mesa de centro de la sala, éste determina el espacio, la armonía entre quienes disfrutan o se sirven de ese ámbito natural para definir ideas y proyectos comunes. Había que aprender a ser el centro de la toma de decisiones compartidas para gobernar y transformar a México. No lo entendió, ya no lo hará
Gregorio Ortega Molina
¿Puede gobernarse desde la nostalgia? El deseo de concentrar un poder que sí puede manifestarse y lo mismo generar riqueza que causar daño, pero que en la realidad fue desmantelado y del cual solo quedan cenizas, requiere de procedimientos algo más que peligrosos.
Recapitulemos. Si don AMLO pudo corregir o hacer olvidar los errores cometidos durante su larga marcha al poder, se debe a dos causas: su tesón y el agotamiento de la sociedad ante los abusos de la partidocracia. El modelo político hace mucho está fisurado en diversas partes y con grietas más o menos profundas. Restaurarlo es restablecer el sistema de gobierno que propició enorme e impune corrupción. No le den vueltas, así es.
De este enorme error de don AMLO, que de alguna manera se transforma en energía para su concupiscencia por el poder y fuerza motora de su proyecto personal -que no institucional-, parten todos los demás yerros que determinan la línea de conducta de la 4T. La frase que lo define es inequívoca: no seré florero.
Habrá que darle vueltas al concepto. Siempre he considerado que los arquitectos son profesionales del humanismo, determinan nuestro hábitat urbano y promueven el desarrollo de las instituciones de bienestar. Quizá un líder de esa profesión nos hace falta, o un médico.
Pues bien, un arquitecto sabe bien que, al colocar el florero en la mesa de centro de la sala, éste determina el espacio, la armonía entre quienes disfrutan o se sirven de ese ámbito natural para definir ideas y proyectos comunes. Ese supuesto adorno tiene vista periférica, mientras que la sociedad, los miembros del gabinete, únicamente ven de frente y con dificultades a los lados. Había que aprender a ser el centro de la toma de decisiones compartidas para gobernar y transformar a México. No lo entendió, ya no lo hará.
Creyó, don AMLO, que el número de sufragios la transfería, por ese solo hecho, una presidencia imperial intacta y como en sus mejores momentos (la expropiación petrolera o la nacionalización de la energía eléctrica); consideró que la mayoría en el Congreso le cedía, en automático, el control sobre el Poder Judicial y todo organismo que dependiese del erario público. Pronto se dio cuenta del enorme error.
Para desestructurar al priismo debieron desarmar las correas de transmisión de ese poder, y nunca se preocuparon por restablecerlas bajo otro concepto y para distintos fines. Al casi desaparecer el corporativismo, los sectores populares, las organizaciones campesinas, al minarse la autoconfianza de los profesionales de la administración pública, creyeron que podían sustituirlo con los poderes fácticos, sin considerar que éstos ven por sus propios intereses y nunca se subordinan. Simulan hacerlo, pero son conscientes de su propio tamaño e importancia, aunque puedan convertirse en las flores del florero. Los tulipanes nunca llegan a ser algo más que un adorno.
Don AMLO lo percibió pronto y se empeñó en corregir, aunque eligió el camino más peligroso para hacerlo. Lo dijo al inicio, somos un movimiento, no un partido. La dinámica del movimiento perpetuo exige el activismo constante, y éste requiere de la confrontación diaria con enemigo real o imaginario. El camino es la división de México en términos evangélicos: conmigo o contra mí.
Mañana se intentará una respuesta a la necesaria liberación de Ovidio.
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