*Esta innecesaria confrontación que se vive y profundiza con el manejo perverso del lenguaje político, dividirá al país, con el riesgo de que, otra vez, se fragmente su territorio
Gregorio Ortega Molina
La perversión que los políticos hacen del lenguaje es temible. Una palabra acomodada adecuadamente dentro de la frase y en el contexto idóneo, puede traducirse en escarnio social de por vida. El caso es difamar, como lo hicieron con la letra purpura, la estrella de David, o con el vituperio directo, como llamar a los mexicanos: chocolates. ¡Pinches gringos!, desconocen el verdadero sabor del cacao.
Ahora resulta que “las buenas costumbres” administradas por las abuelas, fueron menos ofensivas que las que hoy nos endilgan los políticos y los protagonistas del México bueno y sabio.
Llamarlos léperos, pobres, descarriados, ni siquiera les causó urticaria; por el contrario, los identificados como ricachones, pirrurris, niñas y niños bien, se ufanaron siempre de que los reconocieran como tales.
Aparentemente la separación se daba en automático: unos a las “escuelas oficiales”, otros a la educación privada. Pero fue y es ficticia. Cuando transité del Colegio México de los hermanos maristas, a la secundaria anexa a la Normal Superior, nadie me vio como bicho raro, me integraron y en unas semanas aprendí de la vida lo necesario para hacerme de herramientas útiles para comprender, muy pronto, de qué va este asunto de acomodarse en el mundo de acuerdo a tus principios, a las bases de la educación recibidas en el hogar.
Luego regresé al elitismo educacional, internado con los jesuitas en Canadá, donde conseguí una formación humanista, para aprender a valorar la existencia del otro, pues sin él, sin esa referencia con la que nos codeamos todos los días, nosotros perdemos parte de nuestro ser.
Esa identidad nacional es la que ahora está en riesgo, por la fomentada confrontación entre fifís y chairos, entre corruptos y verdaderamente buenos, entre policías federales echados a perder y guardia nacional en estado neonatal… ¿Necesitan agraviar para consolidarse en el poder? ¿Lo hacen como parte de un proyecto de regeneración nacional? ¿Tienen la certeza de seguir la ruta correcta, y es necesario demoler todas las instituciones, todas las ideas, para que nazca un “valiente mundo nuevo”? ¿Abrevaron en Demian, donde Hermann Hesse sostiene: “El que quiere nacer tiene que destruir un mundo”?
Esta innecesaria confrontación que se vive y profundiza con el manejo perverso del lenguaje político, dividirá al país, con el riesgo de que, otra vez, se fragmente su territorio.
Me lo contó Emilio Gamboa Patrón: Miguel de la Madrid Hurtado debió rechazar, de manera diplomática, pero enérgica, la pretensión de Ronald Reagan de “adquirir” la Península de Baja California, durante su reunión en La Paz. ¿A eso le tiran ahora?
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