martes, abril 23, 2024

LA COSTUMBRE DEL PODER: A mano alzada

*¿Qué sería del presidente de todos los mexicanos sin la mafia del poder, sin los fifís, sin los empresarios voraces? Su interlocución con el México bueno y sabio resultaría imposible

 

Gregorio Ortega Molina

Gobernantes, barones del dinero, líderes sociales, todos, ven a los seres humanos con desprecio, les estorban, causan molestia, plantean exigencias. Para contenerlos retoman del pasado los símbolos y gestos que duermen voluntades y desestiman la inteligencia, hasta que ésta despierta y asusta con las reacciones inesperadas, o consideradas del pasado.

     El anti-judaísmo está de regreso -más que el antisemitismo, el Estado de Israel suscita un odio mayor, un rencor vivo- como lo muestran las esvásticas en los cementerios donde debieran descansar en paz los hebreos. No olvidemos el bochornoso episodio del hijo de Diana y Carlos que conmocionó a los ingleses y a su   nobleza, al decidir disfrazarse de nazi para una fiesta estudiantil.

     Pudiera suponerse que recurren a las antiguas voces de orden, a los símbolos aparentemente olvidados, o a los gestos que avergüenzan, porque desconocen la historia reciente, en el mejor de los casos, pero en el peor, proceden así con toda intención: imponer la voluntad del más fuerte, ya sea dentro del gobierno, la cofradía, la logia, la asociación religiosa, la banca o las lides sociales. El caso es mandar, sin importar las consecuencias.

     La falange española se identificó con la mano alzada, lo mismo que los nazis y los fascistas italianos. Recomiendo vean la película El regreso de Mussolini, en la que se puede apreciar qué tan cerca están las sociedades contemporáneas de abrazarse a la extrema derecha, a la gesticulación de la mano alzada como un vínculo ante la hostilidad del poder. Es la seducción de la voz y el gesto para manipular conciencias, voluntades, elecciones. Nada hay que colabore más al ritual de la destrucción que vincularse en torno a un gesto, al de la mano alzada para dejarse penetrar por la sensación de que se pertenece al grupo. Es la contraseña entre quienes se consideran iguales.

     En este tema de vejación en el que acepta la medianía para aplastar la grandeza, vale la pena retomar a Imre Kertész. En La última posada refiere… “la palanca de Arquímedes de nuestra identidad es, por lo visto, el otroSu existencia es al mismo tiempo mi conciencia de mi identidad. Cuando falta el otro, no sólo la pérdida del amor y el duelo se adueñan de uno, sino también la inseguridad causada por la pérdida del rol. A veces la identidad común se revela como un falso estilo que de pronto contravenimos. Y entonces no restablecemos la verdad, sino que -eso sentimos al menos- cometemos traición. Uno pide disculpas sin cesar, por así decirlo: el duelo es la mala conciencia del superviviente”.

     Preguntémonos con franqueza, ¿qué sería del presidente de todos los mexicanos sin la mafia del poder, sin los fifís, sin los empresarios voraces? Su interlocución con el México bueno y sabio resultaría imposible.

www.gregorioortega.blog           @OrtegaGregorio

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